Si no han visto Alexandr Nevski, la película de Serguéi Eisenstein, les recomiendo buscarla y subsanar la carencia sin miedo a que se trate de un film en blanco y negro de 1938. No sólo porque los títulos de este director aún resulten visualmente fascinantes tres cuartos de siglo después sino porque, después de leer este artículo, a buen seguro les entrarán ganas de contemplar su magistral escenificación de la Batalla del Lago Peipus.

Eisenstein ya había rodado El acorazado Potemkin y Octubre, dos filmes que trascendieron su propagandismo para convertirse en obras maestras, de modo que su tono revolucionario en lo político palideció al lado del revolucionario en lo cinematográfico.

Eso y el hecho de haberse ido a Hollywood una temporada lo convirtieron en sospechoso para las autoridades soviéticas, -curiosamente, también lo era para las estadounidenses-, lo que no impidió que Stalin le convenciera para regresar a la URSS y encargarse del proyecto de Alexandr Nevski.

Cartel de la película Alexandr Nevski

A Eisenstein le impusieron unos colaboradores en la dirección y el guión para que no se desviase ideológicamente y cumpliera los plazos de rodaje. Como iba a ser una película sonora -la primera que haría- se cuidó especialmente esa faceta, con música de Prokofiev y un actor de prestigio como protagonista.

Y dado el contexto político internacional, en medio de una escalada de tensión con la Alemania nazi, el resultado final constituyó una clara alusión a dicha situación, como una especie de advertencia disuasoria ante una invasión -aún no se había firmado el pacto Molotov-Ribbentrop- plasmada en la escena de la citada batalla, en la que resulta inevitable identificar a los caballeros teutónicos con la Wehrmacht.

Llegados a este punto más de uno se estará preguntando quién fue exactamente Alexandr Nevski, qué ocurrió en ese conflicto y quiénes eran los contendientes. Tenemos que remontarnos al siglo XIII, cuando la República de Nóvgorod, surgida tras desgajarse de la Rus de Kiev, se había convertido en un importante estado que en un rápido proceso de expansión había ido poniendo bajo su dominio muchos territorios de sus alrededores, configurando la base de lo que luego sería Rusia.

Nóvgorod se regía por un sistema político peculiar, en el que el gobierno lo ejercía un príncipe pero electivo y auxiliado por un consejo que en las administraciones locales se completaba mediante los veches o asambleas populares.

La República de Nóvgorod cuando aún formaba parte de la Rus de Kiev / Imagen: Koryakov Yuri en Wikimedia Commons

La república no carecía de enemigos. Por un lado, el Principado de Vladímir-Súzdal, sucesor de la Rus de Kiev, no renunciaba a reconquistar su antiguo territorio. Por otro, los suecos, en una combinación de defensa del catolicismo e interés geoestratético (control de las rutas comerciales bálticas), habían ido adueñándose de diversas regiones finesas que Nóvgorod consideraba suyas, lo que les llevó a un estado de guerra casi continuo. Asimismo, los mongoles iniciaron una invasión de Asia Central, primero bajo el mando de Subotai y después dirigidos por Batú Khan, ayudante y nieto de Gengis Khan respectivamente, llevando a su máxima extensión lo que se conoció como la Horda de Oro.

Suecos y mongoles estaban poniendo en aprietos la república cuando surgió un nuevo peligro: aprovechando esas circunstancias, la Orden Teutónica decidió que había llegado el momento de retomar la bula de cruzada dictada por el papa Celestino III en 1193, confirmada por otras dos de Gregorio IX en 1233 y 1237. El objetivo original de aquella convocatoria era combatir el paganismo que seguía bastante asentado entre los pueblos bálticos y eslavos, caso de los sorabios, rugios, finlandeses, estonios, letones, livonios, curonios, prusianos y abroditas, que había supuesto una masacre de cristianos en Estonia. La punta de lanza contra ellos fueron las órdenes militares, igual que en Tierra Santa y, de hecho, la estructura de éstas estaba basada en la del Temple.

Máxima expansión de la Horda de Oro / Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

En realidad, la zona de Nóvgorod fue cristianizada entre los siglos IX y XI, pero había quedado bajo la doctrina ortodoxa, de ahí que los católicos teutónicos desarrollaran una incontenible campaña conquistando Pskov, Izborsk y Koporye en el otoño de 1240. Contaban con la alianza del Reino de Dinamarca, el Obispado de Dorbat (un principado medieval que ocupaba parte de la actual Estonia) y la Orden Livona(una rama de la teutónica integrada por los caballeros de la orden de los Hermanos Livonios de la Espada que habían logrado sobrevivir a su catastrófica derrota ante los lituanos en la Batalla de Saule cuatro años antes).

Aquí es donde intervino Alejandro Nevski. Nacido en Pereslavl-Zaleski en 1220, hijo del príncipe Yaroslav Vsevolodovich, se había criado en Nóvgorod, la capital de la república homónima, y no parecía destinado a reinar al ser el segundo en la línea sucesoria. Pero el primogénito, Fyodor Yaroslavich, falleció en 1233 dejándole el camino expedito. Tres años más tarde tuvo que asumir el gobierno y lo hizo en difíciles circunstancias, con la sombra de los suecos abatiéndose sobre el país. Alejandro los derrotó en 1240 en la Batalla de Nevá, impidiendo así la invasión y ganándose el apodo de Nevski.

Al menos es lo que dice la leyenda, ya que los historiadores tienen serias dudas porque en esas fechas no consta una campaña sueca y además ninguna fuente que no sea rusa menciona la contienda. Pero da igual. Nevski sólo tenía diecinueve años y ya se había convertido en el héroe nacional que necesitaban los rusos para afrontar la acometida teutónica, por eso el pueblo de Nóvgorod reclamó su vuelta del exilio en Pereslavi, al que había tenido que marchar tras chocar con el poder de unos boyardos que no se habían mostrado impresionados por la victoria del joven knyaz (príncipe).

El Ordensstaat o Estado de la Orden Teutónica a mediados del siglo XIII / Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Nevski regresó, se puso al frente del ejército y a lo largo de 1241 fue reconquistando las ciudades perdidas a manos de los cruzados. Así llegó la primavera de 1242, en la que las tropas del príncipe-obispo Hermann de Dorpat derrotaron a un destacamento ruso avanzando hacia las posiciones que ocupaba Nevski. Estaba claro que se avecinaba un gran choque y que podría ser decisivo, así que el knyaz se aseguró de elegir el terreno que más le conviniera: en vez de salirles al paso, se retiró hasta el lago Peipus, una gran masa de agua de 3.555 kilómetros cuadrados (el quinto mayor lago de Europa), que se encuentra en la actual frontera entre Estonia y Rusia. Tiene una profundidad media de siete metros y en esa época del año estaba congelado.

Allí situó Nevski a los suyos, superiores en número aunque no en calidad; según las estimaciones, doblaba en número a sus enemigos, contando con unos cinco mil guerreros. Ahora bien, la mitad de ellos formaban parte de las milicias de Nóvgorod, mientras que otro millar y medio correspondían a auxiliares de tribus ugrofinesas y unos seiscientos a arqueros a caballo mongoles (cedidos por el Khan al haber aceptado Alejandro someterse a su vasallaje), siendo lo mejor de aquel ejército las druzhinas (huestes personales) que aportaban él y el príncipe Andrei, su hermano, con unos mil hombres de armas.

Frente a ellos, los cruzados presentaban aproximadamente dos mil seiscientos combatientes, una cantidad notablemente inferior. Sin embargo, cerca de la mitad eran jinetes de caballería pesada (daneses y alemanes más un centenar de caballeros teutónicos), es decir, milites profesionales, a los que se sumaban mil infantes estonios.

Desarrollo de la batalla / Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Los rusos tomaron posiciones en un punto denominado Roca del Cuervo, mientras los teutones cruzaban el lago helado al galope, cargando en cuña contra ellos. Las milicias de Nóvgorod, que formaron un muro de escudos en primera línea con apoyo trasero de las druzhinas, lograron resistir el embate y ambos bandos se fundieron en un caos de sangre, sudor, nieve y hierro.

La muerte de Alejandro Nevski (Henryk Siemiraddzki) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Durante un par de horas siguió una batalla cerrada en la que los rusos habían conseguido su objetivo de anular la enorme fuerza de choque del adversario, aprovechando ahora su superioridad numérica para cansarlo e ir envolviéndolo por los flancos. Además, tenían la ventaja de que para luchar encima del resbaladizo hielo resultaba más cómodo su equipamiento ligero.

Poco a poco, los cruzados fueron cediendo ante el cansancio y, viéndose embolsados, trataron de retirarse en orden. Fue entonces cuando Nevski ordenó entrar en acción a su caballería, que, disparando un inesperado diluvio de flechas, sembró el pánico en sus filas y rompió su formación. El dramático sálvese quién pueda culminó con la rotura de la placa de hielo que también cubría las ciénagas del entorno. Los cruzados, con sus pesadas armaduras, se hundieron irremisiblemente en el agua y el fango, pagando caro el error de no haber tenido en cuenta que estaban ya en primavera y la superficie congelada resultaba más frágil. No obstante, los historiadores consideran que ese final no figura en ninguna fuente y, al parecer, fue Eisenstein quien lo introdujo en su película, quizá basándose en alguna leyenda.

Porque, evidentemente y a pesar de que hoy también se cree que en realidad el número de bajas fue muy reducido, la Batalla del Lago Peipus pasó a la Historia como un episodio épico de la formación de Rusia, de ahí lo oportuno del estreno de la película en 1938 (aunque a raíz del pacto Molotov-Ribbentrop fue retirada de circulación). De hecho, a Nevski se le empezaron a atribuir milagros y en consecuencia sería canonizado en 1547.

Resulta curioso señalar que, tras la batalla, tuvo lucidez suficiente para comprender que no podría repetir una gran victoria como aquélla ante los mongoles, por lo que renovó su vasallaje para evitar una invasión. Precisamente estaba en Gorodets regresando de un viaje a Sarai, la capital de la Horda de Oro, cuando enfermó; consciente de la gravedad, tomó los hábitos monásticos cambiando su nombre por el de Alexis y expiró. Fue en 1263.


Fuentes

Lake Peipus 1242 (David Nicolle) / Livonia, Rus’ and the Baltic Crusades in the Thirteenth Century (Anti Selart) / The Northern Crusades (Eric Christiansen) / The Chronicle of Novgorod 1016-1471 /Wikipedia


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