Los diarios y cartas de los soldados en el frente constituyen un testimonio de primera mano de cómo ven las cosas en un ambiente donde el escenario está formado, como diría Arturo Pérez-Reverte por boca de su personaje más conocido, el capitán Alatriste, por «barro, mierda y sangre». Suelen ser textos impresionantes, emotivos, desgarradores, que a veces nos permiten conocer pequeñas o modestas historias individuales que de otro modo quizá pasarían desapercibidas.
Estos días se conmemora el centenario de la batalla del Somme ( 1 de julio de 1916), una de las más sangrientas de la Primera Guerra Mundial y en la que perdieron la vida más un millón de hombres, británicos, franceses y alemanes. Allí estuvo, y sobrevivió, Wilfred Whitfield, autor de un libro titulado Wasted effort (Esfuerzo inútil), en el que describe, entre otras cosas, el horror cotidiano de la vida en las trincheras, la dureza de los combates, la valentía de héroes anónimos o la fría e inhumana rigidez de las órdenes; esto último tuvo ocasión de experimentarlo en persona al ser sancionado por volver a sus líneas sin el abrigo reglamentario tras cuatro días sobreviviendo herido en tierra de nadie.
Tras el armisticio, Whitfield regresó con sus compañeros a Gran Bretaña para encontrarse con una inesperada y desagradable realidad: todo el mundo parecía querer olvidarse de las penalidades del conflicto y, en consecuencia, no sólo nadie les daba la bienvenida sino que tampoco había trabajo para los soldados licenciados; especialmente si estaban mutilados, como era su caso (perdió el brazo izquierdo en el Somme). Puertas cerradas y desagradecido olvido era el balance de su esfuerzo por defender el país, de forma similar a lo que les ocurriría más de medio siglo después a muchos marines estadounidenses al volver de Vietnam.
La situación se tornó aún peor porque no mucho después de la guerra, a partir del año 1929, llegó la Gran Depresión y todos aquellos que no habían logrado reestablecerse se vieron abocados a una nueva desgracia, rozando la miseria. Como cabía esperar, muchos de ellos estaban lisiados y lo tenían más difícil por razones obvias. Esa dramática situación llevó a Whitfield y otros camaradas a unirse para fundar el BLESMA (British Limbless Ex-Servicemen’s Association), traducible como Asociación de Exmilitares Británicos Tullidos y cuya misión era proporcionar cobertura a veteranos que hubieran perdido algún miembro (brazo, pierna, ojo…) o, al menos, su uso.
El BLESMA les ofrecía asistencia social, tratamientos médicos y reinserción profesional, además de desarrollar campañas de concienciación pública. Whitfield jugó un papel fundamental en la creación de la asociación, aportando su grano de arena para ayudar a aquellas personas, cuyo número ascendía a cuarenta mil nada menos, y logrando que una de cada diez consiguiera un empleo. De hecho, el BLESMA sigue funcionando hoy en día.
Whitfield falleció en 1958 a los sesenta y dos años. Hace poco, sus familiares decidieron publicar sus diarios del frente, que habían permanecido guardados en un desván de su casa de Middlesborough porque su autor nunca pensó que pudieran interesar, visto lo visto. La conmemoración del centenario de la batalla, que en Gran Bretaña se está celebrando con solemnidad, ha incitado a mostrar la obra al público para que conozca cómo era un héroe cotidiano.
Porque aquel soldado que luchó por devolver la dignidad de sus compañeros de armas bien merecía el adjetivo de heroico, teniendo en cuenta que no tenía por qué haber perdido su brazo; Whitfield intentó alistarse voluntario varias veces y fue rechazado una tras otra porque no tenía ni la altura ni el peso mínimos, hasta que las enormes bajas sufridas obligaron a las autoridades a abrir la mano y finalmente pudo incorporarse a filas. Un héroe cotidiano, decía antes, y además de carne y hueso.
Más información y fotos: BLESMA
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