De todas las batallas disputadas entre griegos y persas durante la Segunda Guerra Médica, no cabe duda de que las dos más famosas son las de las Termópilas y Salamina, quedando la de Platea un poco por detrás. Menos conocida aún, a pesar de su trascendencia, es aquella en la que los helenos remataron definitivamente al enemigo, librada al mismo tiempo que la anterior según la leyenda y cuyo resultado puso fin al conflicto, originó la segunda revuelta jonia contra el Imperio Persa y abrió el período denominado Pentecontecia. Nos referimos a la batalla de Mícala (479 a.C.).

La Pentecontecia no supondría el final del enfrentamiento entre el mundo griego y el persa porque todavía habría una tercera guerra. En ella, el rey Artajerjes I no tuvo más remedio que firmar una paz con condiciones dictadas por sus oponentes, a saber, su renuncia a la conquista de Grecia y a navegar por el mar Egeo, recibiendo a cambio autorización para comerciar con las colonias helenas de Asia Menor. Era el cierre a cuarenta y tres años de hostilidades abiertas en el 492 a.C. por Darío I, después de que las polis de Jonia se sublevasen contra su autoridad y Atenas enviara la mitad de su flota en ayuda de aquellos griegos extracontinentales.

El ejército ateniense destruyó Sardes, pero los persas los derrotaron luego y entonces llegó la hora de la venganza para Darío, que reunió una potente fuerza a la que envió a conquistar Atenas. Como sabemos, fue desbaratada en el mismo lugar donde desembarcó, la llanura de Maratón, por el strategos Milcíades, que inmediatamente después regresó a su ciudad a marchas forzadas para afrontar otro ataque de la flota enemiga. Su llegada a tiempo, junto con las defensas construidas por Temístocles, hicieron renunciar a los invasores.

Retrato en relieve atribuido tradicionalmente a Jerjes (es posible que en realidad se trate de Darío I)
Retrato en relieve atribuido tradicionalmente a Jerjes (es posible que en realidad se trate de Darío I). Crédito: Darafsh / Wikimedia Commons

Una dećada más tarde se reprodujo la tensión porque Jerjes, hijo y heredero de Darío, se propuso triunfar donde su padre había fracasado aprovechando la ancestral división que había entre las ciudades griegas. Su descomunal ejército -que había empezado a reunir Darío- cruzó el Helesponto por dos puentes de barcas y aplastó a los espartanos de Leónidas y sus aliados en el paso de las Termópilas (480 a.C.), mientras la flota persa se disponía a hacer otro tanto con la ateniense en Salamina. Las cosas no salieron como estaba planeado y Temístocles se las arregló para que la abrumadora superioridad numérica del enemigo se volviera en su contra.

Jerjes retornó frustrado a su país temiendo que le cortaran la retaguardia, pero dejó a su primo Mardonio con la misión de continuar la campaña después del invierno. En el 479 a.C., cuarenta y cinco mil espartanos reforzados por ocho mil atenienses, bajo el liderazgo de Pausanias (sobrino de Leónidas), salieron a su encuentro en Platea y al encontrar al enemigo bien atrincherado decidieron retirarse; pero los persas, creyendo que renunciaban, salieron a por ellos… para encontrarse que sus adversarios daban media vuelta y presentaban batalla.

Mardonio perdió la vida en combate sin saber que, simultáneamente (según la dudosa leyenda), las fuerzas que lideraba el rey espartano Leotíquidas II también luchaban con las de su almirante Artaíntes tras haberle salido al paso cerca de Samos. La flota persa estaba mermada después del desastre de Salamina y, aunque aún mantenía superioridad numérica (unos trescientos barcos frente a ciento diez o doscientos cincuenta, según la fuente), la situación quedaba igualada por la veteranía de los marinos griegos.

Reconstrucción de trirremes griegos
Reconstrucción de trirremes griegos. Crédito: Tungsten / Dominio público / Wikimedia Commons

Es probable que las cifras no sean muy exactas, teniendo en cuenta la costumbre de exagerar que había en la Antigüedad y que las principales fuentes documentales -Tucídides, Plutarco- se basen sobre todo en los libros VIII y IX de Heródoto, sumándose más tarde la Biblioteca histórica de Diodoro de Sicilia, que sigue los escritos del historiador griego Éforo de Cumas. Es éste quien asigna las reseñadas cantidades de naves y unos cuarenta mil hombres a los griegos por sesenta mil a los persas.

En cualquier caso, la escuadra griega era básicamente lacedemonia, ya que habían rebrotado tensiones con los atenienses y éstos retiraron sus unidades para proteger el Ática. De hecho, Alejandro I de Macedonia había trasladado a Atenas una oferta de paz, autogobierno y territorios hecha por Mardonio. No sólo fue rechazada sino que además sirvió para que los espartanos se decidieran a unir su flota con la del ateniense Jantipo para salir en busca de los persas.

Pese a que ninguno de los dos bandos quería un enfrentamiento naval -consideraban que la guerra terrestre era la clave- Leotíquidas y Jantipo zarparon de Delos, a la par que el almirante enemigo, Artaíntes, lo hacía desde Samos; según Heródoto éste iba rumbo a Jonia, pues consideraba que nunca podría vencer a los griegos por mar, como demostraría el que permitiera irse al contingente fenicio. Como cuenta el autor de Los Nueve libros de la Historia:

Nacía esto de que en sus asambleas habían resuelto dos cosas: una el no entrar en combate con las naves griegas, por parecerles que no eran proporcionadas sus fuerzas navales; la otra el refugiarse al continente con la mira de estar
allí cubiertos y sostenidos por el ejército de tierra, que se hallaba en
Mícala; porque es de saber que por orden de Jerjes habían sido dejados
allí 60.000 hombres, que sirvieran de guarnición en la Jonia, bajo el
mando del general Tigranes, el más sobresaliente de todos los persas
en el talle y gallardía de su persona.

Ubicación del monte Mícala en la bahía de Mileto, colmatada en la actualidad
Ubicación del monte Mícala en la bahía de Mileto, colmatada en la actualidad. Crédito: Eric Gaba (Sting) / Wikimedia Commons

Sea como fuere, Artaíntes varó sus naves muy cerca, en la península de Dilek, en la costa central de Anatolia, entre los ríos Menderes y Caístro. Allí se alzaba el monte Mícala, de 1.265 metros de altitud, en cuya falda estaba acantonado el ejército de Tigranes, dejado allí para proteger el litoral. Artaíntes unió sus fuerzas a las del otro y las atrincheró en un fuerte de madera, donde pensaba esperar a los griegos.

Sacaron a tierra sus naves y las encerraron dentro de
un vallado que formaron con piedra y fagina, y con los troncos de los
árboles frutales cortados en aquellas cercanías, alzando a más de esto
alrededor de la valla una fuerte estacada.

Cuando los griegos llegaron a Samos y vieron que el enemigo había partido, decidieron ir en su persecución. Al llegar ante la mole del Mícala y ver que la flota adversaria no se movía, desembarcaron y Leotíquidas envió un mensaje a los jonios, animándolos a atacar a los persas por la espalda, obligando a éstos a tener que vigilar dos frentes. Artaíntes ordenó desarmar a los samios temiendo su traición y mandó a los milesios (de Mileto) a vigilar los desfiladeros:

La segunda precaución tomáronla los Persas mandando a los Milesios que ocupasen aquellos desfiladeros que llevan hasta la cumbre de Micale, con el pretexto de ser la gente más perita en aquellos pasos; pero con la verdadera mira de hacer que no se hallasen mezclados en su ejército (…) Hecho esto, fueron atrincherándose detrás de sus ‘gerras’ o parapeto de mimbres para entrar en acción.

El monte Mícala con las ruinas de un teatro romano
El monte Mícala con las ruinas de un teatro romano. Crédito: Pedro Lassouras / Wikimedia Commons

Según Heródoto, los griegos hicieron coincidir aquella situación con la noticia de la victoria en Platea, algo que muchos autores consideran improbable mientras que otros apuntan la posibilidad de que llegara mediante señales luminosas. Sea como fuera, en una época en la que los presagios eran tenidos muy en cuenta, aquello les infundió valor y moral; combinada con el fallo táctico del rival, equilibraba la balanza si no la inclinaba abiertamente en su favor.

Y es que los persas habían eludido el combate naval confiando en que por tierra serían más fuertes, al tener más efectivos y disponer de construcciones defensivas… pero renunciaron a éstas en un exceso de confianza que supuso un error comparable al cometido por Mardonio en Platea.

Sus tropas salieron a la playa, buscando el choque con el adversario que ya avanzaba por ella en su dirección: atenienses, corintios, sicionios y trecenios formaron el ala derecha griega e iniciaron un ataque frontal.

Desarrollo esquemático de la batalla de Mícala
Desarrollo esquemático de la batalla de Mícala. Crédito: Marco Prins and Jona Lendering / Wikimedia Commons

El resto de aliados, con los espartanos a la cabeza, que ocupaban la izquierda, maniobraron intentando envolver a las tropas de Artaíntes y Tigranes. Éstos, conscientes de que los espartanos serían el hueso más duro de roer, salieron al paso del ala derecha para intentar derrotarla antes de ocuparse de la otra. Sin embargo, sus líneas no resistieron mucho tiempo el choque con los hoplitas, que se animaban entre sí a obtener la victoria sin esperar a los lacedemonios. Heródoto añade un curioso detalle:

En esta batalla, los griegos que mejor se portaron fueron los atenienses, y entre éstos se distinguió más que otro alguno un atleta célebre en el pancracio llamado Hermolico, hijo de Eulino. Este mismo campeón, en la guerra que después se hicieron entre sí atenienses y caristios, tuvo la desgracia de morir peleando en Cirno, lugar del territorio caristio, y fue sepultado en Genesto.

Únicamente el núcleo de etnia persa propiamente dicho -el resto eran contingentes aliados- mantuvo la formación. Con sus fuerzas en desbandada intentando ponerse a salvo, su ejército trató de atrincherarse de nuevo en el campamento ante el asalto griego, pero en ese momento llegó la temida ala izquierda enemiga, que había rodeado el perímetro y entrado por la parte trasera. Fue entonces también cuando los auxiliares jonios y samios se sublevaron, sumándose a los helenos; también los milesios dejaron sus puestos montañosos y atacaron a los defensores.

Se ignora cuántas bajas hubo, aunque Heródoto dice que fueron numerosas. Diodoro de Sicilia habla de cuarenta mil muertos persas -entre ellos los generales de infantería, Tigranes y Mardontes-, aunque probablemente exagera. Sí parece que en el bando griego sufrieron de forma especial los sicionios, cuyo general, Perilao, cayó en combate. Por su parte, Artaíntes logró escapar y guiar a los supervivientes hasta Sardes, donde estaba la corte y debía rendir cuentas. Seguramente pertenecía a la familia real aqueménida, lo que explica tanto el que fuera confiado como que se atreviera a levantar la mano contra Masistes, un hermano pequeño de Jerjes.

Mapa de las Guerras Médicas
Mapa de las Guerras Médicas. Crédito: Juan José Moral / Wikimedia Commons

Y es que éste, que también había participado en la batalla, le acusó de amilanarse (en concreto dijo que era más ruin y cobarde que una mujer) y el almirante, encolerizado, desenvainó su espada para matarlo. No lo hizo porque se interpuso Jenágoras de Halicarnaso, un cario al servicio persa que, por su rápida actuación, (le agarra de la cintura y lo tira de cabeza en el suelo) se ganó ser nombrado sátrapa de Cilicia. Se trataba, en fin, de la típica discordia resultante de la derrota; especialmente grave ésta, ya que ponía fin de facto a la esperanza persa de conquistar Grecia.

De hecho, y pese a que Leotíquidas planteó la posibilidad de evacuar las ciudades jonias para evitar represalias de Jerjes, se decidió dejarlas porque llevaban allí mucho tiempo y su cultura era helena; más aún, al término de la contienda se incorporarían a la Liga Ático-Délica. Antes, los atenienses atacaron el Quersoneso Helespóntico, asediando y conquistando Sesto; no necesitaron destruir el famoso puente de barcos porque ya lo habían desmontado los persas previendo el contraataque, lo que no les evitó que a lo largo de las tres décadas siguientes la Liga les fuera expulsando progresivamente de Macedonia, Tracia y las islas egeas.

La paz de Calias acordada en el 449 a.C. (si es que existió realmente, pues no consta una firma oficial) trajo definitivamente la paz. Hasta los tiempos de Alejandro no volvieron a darse batallas directas entre las polis griegas y el Imperio Persa, entre otras cosas porque éste reconoció la superioridad de las falanges hoplíticas y tendió a contratar mercenarios de esa naturaleza para las acciones militares (la Expedición de los Diez Mil fue el mejor ejemplo).


Fuentes

Heródoto, Los nueve libros de la Historia | Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica | Plutarco, Vidas paralelas (Arístides y Catón) | Ctesias de Cnido, Pérsica | Hermann Bengtson, Griegos y persas. El mundo mediterráneo en la Edad Antigua | Chester G. Starr, Historia del Mundo Antiguo | Peter Green, The Greco-Persian Wars | Javier Jara, Las Guerras Médicas. Grecia frente a la invasión persa | Tom Holland, Persian Fire. The first world empire, battle for the West | Juan Manuel Roldán Hervás (et al.), Historia de la Grecia Antigua | Wikipedia


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