Si hablamos de la batalla de Cartago es casi inevitable pensar automáticamente en las Guerras Púnicas, el asedio a que se vio sometida la ciudad por los romanos y la destrucción final a manos de Escipión. Sin embargo la nueva Cartago, la Colonia Iulia Concordia Carthago fundada por Augusto en el 19 a.C., perduró varios siglos como heredera romanizada de la anterior hasta verse sumida en una nueva y fatal contienda en el año 698 d.C.: la que, bajo dominio bizantino, la enfrentó a un Califato Omeya en plena expansión.

Cartago formaba parte del Exarcado de África, una división administrativa del Imperio Bizantino creada por el emperador Mauricio en el siglo VI d.C. para dar estabilidad y autonomía a los territorios norteafricanos, hispanos e italianos conquistados por Justiniano I. Cartago, que volvió a sus manos en el 533 tras la campaña del general Belisario contra los vándalos, fue designada capital debido a su situación estratégica en el centro del Mediterráneo y al excelente puerto marítimo con que contaba, dotado además de astilleros.

Al principio estaba bajo el mando compartido de un prefecto pretoriano y un magister militum, pero después, en el 584 -durante el mandato de Mauricio, decíamos- se fusionaron ambas figuras para dar lugar al cargo de exarca. Cartago alcanzó tal prosperidad que el emperador Heraclio incluso se planteó trasladar allí la capital del imperio. Finalmente no pudo y aparecieron en el horizonte algunos nubarrones; no parecían especialmente preocupantes en un primer momento, unas tribus rebeldes amaziges (bereberes) y quizá los visigodos hispanos.

El Imperio Bizantino y el Exarcado de África hacia el año 600 d.C./Imagen: Ichthyovenator en Wikimedia Commons

El verdadero problema era, como siempre, interno: la propia tendencia disgregadora bizantina, que se materializó en el año 647 con la independencia proclamada por el exarca Gregorio el Patricio a raíz de la enésima discusión teológica entre el monotelismo y el monoenergismo. Eso denotaba debilidad y, dispuesto a aprovecharla, estaba al acecho un nuevo y creciente peligro: el islam. El emir de Egipto, Amr ibn al-As, acometió una serie de campañas de conquista hacia Cirenaica primero y Tripolitania después (entre ambas regiones abarcaban aproximadamente la actual Libia), derrotando a Gregorio en la nueva capital que había designado, Sufétula.

El exarca murió en combate y el emperador devolvió la capitalidad a Cartago, nombrando como nuevo mandatario a Genadio, quien vio como el exarcado se iba agotando económicamente al tener que pagar tributos tanto a Constantinopla como a Damasco para mantenerlo independiente. Los musulmanes, atisbando una nueva oportunidad, se apoderaron de Cirenaica en el 642 con suma facilidad, aunque luego ellos mismos cayeron en discordias internas por la sucesión del califa Omar. Finalmente se impuso Muawiya I, que asentó sus dominios, instauró un gobernador en al-Fustat (el germen de El Cairo) y retomó las expediciones contra los infieles en Sicilia y Anatolia.

En el 665, su general Uqba ibn Nafi puso como objetivo el Magreb otra vez, buscando proteger el entorno de Cirenaica. Tomó Barca y fundó Kairuán, que aparte de la capital de la nueva provincia islámica de Ifriquía (más o menos la antigua provincia romana de África Proconsular, que abarcaba Libia occidental, Túnez y este de Argelia) debía constituir una base de operaciones de cara al futuro. Penetrando por el interior llegó hasta el Atlántico y el Sáhara (la magnífica Fez fue creación suya) y luego giró hacia el norte, alcanzando Tánger y aplastando a la antigua región romana de Mauritania Tingitana.

Ruinas de la iglesia de San Servo, en Sufétula/Imagen: China Crisis en Wikimedia Commons

Gibbon calificó a Nafi como un «Alejandro mahometano» que, al igual que el macedonio, murió durante el forzado regreso, en su caso víctima no de fiebres sino de una emboscada que le tendieron bereberes y bizantinos en Vescera (cerca de Biskra) en el año 682, perdiéndose lo conquistado. El peligro parecía haberse solventado, máxime cuando falleció el califa y Arabia se sumió en una guerra sucesoria que alumbró hasta cuatro califas en apenas un lustro. Pero dieciséis años más tarde subió al poder Abd al-Malik ibn Marwan, que logró superar los primeros y difíciles momentos para terminar convirtiéndose en uno de esos personajes de referencia de la Historia.

Málik es famoso por haber construido la Cúpula de la Roca en Jerusalén, reemplazar las lenguas griega y persa por la árabe, sustituir el sólido bizantino por el dinar y reorganizar la administración del imperio omeya, protegiendo además las artes y las ciencias. Ya hemos visto que, tras la muerte de Mahoma en el 632, el islam se había expandido de forma imparable por Mesopotamia, Egipto, Siria, Chipre, Armenia e Irán, con razias periódicas a Rodas y Afganistán, disputando así a los persas buena parte de su imperio; también incursionaban ocasionalmente en el sur de la Península Ibérica. Apoderarse de todo el norte de África era el siguiente paso lógico.

Para ello contó con la pericia del general Hassan ibn al Numan, un gasánida (el Reino Gasánida abarcaba más o menos la actual Jordania antes de ser engullido) que recibió nada menos que cuarenta mil hombres para cumplir la misión. Con aquella formidable fuerza, nunca vista en la región hasta entonces, avanzó en el 697 y recuperó Kairuán, lo que le permitió dividir a sus enemigos al separar el interior, territorio amazig, de la costa, defendida por los bizantinos. A continuación, marchó sobre Cartago y, tras eliminar las guarniciones de sus alrededores, la sitió.

Estatua de Uqba ibn Nafi emplazada en Biskra, Argelia/Imagen: Al hilali al sulaymi en Wikimedia Commons

No fue necesario esperar mucho. Numan ofreció unas condiciones benignas a los habitantes si se rendían y éstos aceptaron, habida cuenta que las clases acomodadas habían huido con sus riquezas a Hispania, Sicilia y Grecia. Fue una operación rápida y razonablemente limpia pero que, como cabía esperar, no gustó nada al emperador Leoncio, quien empezó a preparar la reconquista mientras Numan continuaba hacia el norte y derrotaba a los bizantinos en Bizerta, obligándolos a atrincherarse en Vaga (actual Béja).

Leoncio designó para la operación a Juan el Patricio, entregándole un ejército reforzado con soldados sicilianos y francos, bereberes aparte; también había medio millar de visigodos aportados por el rey hispano Witiza, consciente del peligro que suponían los musulmanes tan cerca. A todo ello se sumaba la Armada Temática de los Carabisianos, es decir, la poderosa flota de guerra del Imperio Bizantino, que realizó un audaz ataque sorpresa rompiendo las cadenas del Gran Cothon (el puerto cartaginés) y permitiendo el desembarco de las tropas. Como el grueso de las fuerzas mahometanas estaba de campaña, apenas había una guarnición a todas luces insuficiente para contener el golpe.

Cartago fue recuperada, pues, por los cristianos, que inmediatamente reconquistaron también las poblaciones del entorno para asegurar su posición y garantizar el suministro de víveres. Entretanto, Numan se dispuso a regresar apresuradamente con su ejército para enmendar el contratiempo; esta vez, dispuesto a hacerlo a sangre y fuego, tras ver cómo los cartagineses habían entregado la plaza. De hecho, vencer o morir era la perspectiva para aquella gente, pues Leoncio también había ordenado resistir hasta el final. Se dispuso a enviar refuerzos, tal como le solicitó Juan el Patricio, pero en esa labor se revelaría mucho más eficaz el califa, que envió hombres de refresco a Numan sin tener el lastre de la burocracia bizantina.

La invasión musulmana del Magreb/Imagen: Cattette en Wikimedia Commons

Efectivamente, las tropas musulmanas llegaron desde Damasco antes siquiera que las bizantinas zarparan de Constantinopla; Juan tendría que afrontar la batalla con lo que tenía y pronto quedó claro que resultaría insuficiente para contener la marea enemiga. Trató de compensar su inferioridad numérica con audacia, efectuando salidas para atacar por sorpresa el campamento enemigo, algo que enfureció tanto a Numan que juró que arrasaría la ciudad, tal cual habían hecho siglos antes los romanos con la otra Cartago. Luego, la lucha se trasladó a las murallas, donde los bizantinos resistían dramáticamente para dar tiempo a la gente a embarcarse y escapar.

Finalmente, los barcos partieron con los últimos defensores y la ciudad cayó en manos de Numan que, tal como había advertido, la demolió hasta reducirla a escombros; así iba a quedar durante los dos siglos siguientes, siendo por ello inútil retomarla. Mientras tanto, Juan el Patricio desembarcó en la vecina Útica para presentar batalla de nuevo, pero las cosas fueron igualmente adversas porque el adversario continuaba siendo muy superior y tuvo que reembarcar. Hizo un alto en Creta, donde sus hombres le asesinaron y proclamaron emperador a un oficial, Tiberio Apsimaro, abriendo la puerta al período conocido como la anarquía de los Veinte Años, en el que se sucedieron seis emperadores, (algunos, como Justiniano II, más de una vez).

La partida de la armada puso fin a ochocientos cincuenta y cinco años de presencia romana en el norte de África, dejándolo en manos del islam. Numan todavía tuvo que reprimir rebeliones númidas durante un lustro y afrontar la guerra de guerrillas que le presentó la reina guerrera de Altava, al-Kahina, también conocida como Dihia, pero al final la derrotó y concluyó la conquista del Magreb. Muchos de los habitantes de aquellas tierras huyeron y entre una cosa y la otra el mundo cristiano quedó privado de sus dos principales suministradores de grano. Claro que pronto se iba a revelar más terrible otra realidad: los musulmanes no se detenían y seguían expandiéndose, con la Península Ibérica en su siguiente punto de mira (cuyas puertas, irónicamente, les abrieron los witizianos que antes les habían combatido).


Fuentes

Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano | Hugh Kennedy, The great Arab conquests. How the spread of Islam changed the world we live in | José Soto Chica, Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura | Georg Ostrogosrky, Historia del Estado Bizantino | Francisco Aguado Blázquez, El África bizantina. Reconquista y ocaso | I. Hrbek (ed.), General history of Africa III: Africa from the Seventh to the Eleventh Century | Wikipedia


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