A lo largo del año 147 a.C. los senadores romanos se fueron acostumbrando a asistir a un duelo de frases hechas con las que dos obstinados contrincantes políticos terminaban siempre sus discursos. Uno era Catón el Viejo, defensor de las más rancias tradiciones, que sistemáticamente remataba su oratoria exclamando “Carthago delenda est” (Cartago debe ser destruida). El otro, Publio Cornelio Escipión Nasica Córculo, yerno del famoso Escipión el Africano, hacía otro tanto diciendo justo lo contrario: “Carthago servanda est” (Cartago debe ser salvada).

Ambas coletillas se incorporaban al final de cualquier disertación que hicieran, fuera cual fuese su tema, aunque no tuviese nada que ver con el original. Y es que constituían, en cierto modo, una especie de firma de sus respectivos oradores, exponentes a su vez de sendas posiciones políticas encontradas respecto a la decisión que había que tomar ante la alarmante recuperación que experimentaba Cartago tras su derrota en las dos Guerras Púnicas.

Catón, escritor y militar en cuyo cursus honorum figuraban prácticamente todas las magistraturas de Roma (tribuno de la plebe -procedía de una familia plebeya-, cuestor, pretor, cónsul y censor), era un ultraconservador que desdeñaba la admiración de los romanos por la cultura griega, defendía la sencillez del mundo rural y llevaba una vida austera en hábitos y vestuario (ya hablamos en otro artículo de su negativa a suprimir la Lex Oppia), lo que le convirtió en líder de una facción opuesta a la moda orientalizante que encarnaban algunas familias patricias, entre ellas la de los Escipiones.

Además, a las órdenes de Quinto Fabio Máximo -otro correligionario- había combatido a los cartagineses durante la invasión de Italia por Aníbal, participando activamente en la derrota del hermano de éste, Asdrúbal, en la batalla del Metauro. Eso le valió ser nombrado procónsul de la Hispania Citerior, donde hizo gala de una inusitada dureza reprimiendo rebeliones y expoliando recursos mineros. Dejó el cargo para enfrentarse en Roma a Escipión el Africano, pero todavía tuvo tiempo de empuñar de nuevo las armas contra Antíoco III, rey del Imperio Seleúcida, al que venció en las Termópilas.

A su vuelta fue elegido censor, puesto desde el que aplicó su rígida forma de concebir la vida promulgando las leyes Orchia y Voconia contra el lujo. Se retiró en el 149 a.C., pero unos años antes (ocho según unas fuentes, doce según otras) el Senado le había encomendado una delicada misión: encabezar una delegación diplomática a Cartago con el objetivo de arbitrar el conflicto territorial que esa ciudad mantenía con el rey númida Masinisa, quien había aprovechado una de las condiciones impuestas por Roma a los cartagineses, la prohibición de expandirse, para apoderarse de algunas zonas.

Obviamente, los romanos no pensaban defender a los púnicos, máxime teniendo en cuenta que Masinisa no sólo se había declarado aliado de Roma sino que también le enviaba grano y caballería. Conscientes de ello y libres de gastos militares por el veto romano, los cartagineses centraron su atención en la economía y potenciaron el comercio marítimo, que pronto empezó a reportarles pingües beneficios. La ciudad se enriqueció hasta tal punto que, durante su estancia, Catón quedó desagradablemente impresionado; tamaña prosperidad, juzgó, era un peligro si finalmente decidía rearmarse.

Por tanto, al volver a Roma informó al Senado de lo que había visto y fue entonces cuando empezó a incluir en sus disertaciones una expresión ad hoc que recogen diversas fuentes. Así, en su Historia natural, Plinio el Viejo dice: “[Catón] cuando gritó a todo el Senado que destruyeran Cartago,… “. Lucio Anneo Floro, en su Epítome de Tito Livio, pone algo similar: “Catón, con odio implacable, incluso consultado sobre otro asunto, pronunció la frase ‘Cartago debe ser destruida'”. Y en, Sobre los hombres ilustres de Roma, Aurelio Víctor cuenta: “[Catón] decidió destruir Cartago”.

Asimismo, en su tratado De senectute, Cicerón incluye una versión más libre: «de qua vereri non ante desinam quam illam exscissam esse cognovero» (a la que nunca dejaré de temer hasta que sepa que ha sido destruida). En fin, Plutarco, en sus Vidas paralelas, introduce una versión parafrástica de la frase en griego: “Videtur et hoc mihi, Carthaginem non debere esse ” (Es mi parecer que Cartago ya no debe existir). La versión de Plutarco se reformularía luego de otra forma: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” (Además opino que Cartago debe ser destruida).

Sin embargo, con el paso del tiempo se sintetizó en “Carthago delenda est” (Cartago debe ser destruida), de igual manera que pasa con otras célebres alocuciones de la Historia (como la de los elementos de Felipe II, la del indio bueno muerto del general Sheridan) o del cine (la orden al pianista Sam en la película Casablanca). Más corta y, por tanto, más fácil de recordar, pero además ganando un plus de expresividad y contundencia.

Esa reducción se atribuye tradicionalmente al inglés Anthony Ashley Cooper, primer conde de Shaftesbury, fundador del partido Whig (liberal) y mecenas de John Locke, quien la habría pronunciado en 1673 en un discurso ante el Parlamento en el que comparaba a Inglaterra con Roma y a las Provincias Unidas de los Países Bajos con Cartago, en el contexto de la Tercera Guerra Anglo-Holandesa, sin imaginar que estaba haciendo historia.

Un siglo más tarde, el filólogo y educador francés Charles François Lhomond escribió un libro para que los estudiantes franceses aprendieran historia romana y latín titulado De viris illustribus urbis Romae a Romulo ad Augustum. Publicado en 1779 con gran difusión en toda Europa, ponía en boca de Catón la expresión “Hoc censeo, et Carthaginem esse delendam” (Creo que Cartago debe ser destruida). Pero la versión que perduró fue la otra y, en lo sucesivo, parafrasear Carthago delenda est adaptándolo a cada situación particular se convirtió en un recurso político frecuente.

Por ejemplo, en la última década del siglo XIX el periódico londinense Saturday Review sacó varios artículos germanófobos bajo el epígrafe común Germania est delenda (“Alemania debe ser destruida”). A la inversa, Jean-Hérold Paquis, locutor de Radio París en la Francia ocupada entre 1940 y 1944, clamaba: “¡Inglaterra, como Cartago, será destruida!”. En cambio, León Tolstoi tituló Carthago delenda est un ensayo pacifista y antimilitarista que escribió para el diario The Westminster Gazette en 1899.

El uso sigue vigente hoy en día; hasta la encontramos como título de una canción en latín de Franco Battiato o en boca del abogado que defiende a Astérix y Obélix en Los laureles del césar, algo que probablemente hubiera satisfecho a Catón, quien de todos modos logró su propósito.

Pese a que su suegro alcanzó la fama derrotando a Aníbal, el enfrentamiento con la facción ultraconservadora catoniana y una visión práctica llevaron a Publio Cornelio Escipión Nasica Córculo a su “Carthago servanda est”. No porque no considerase peligrosos a los cada vez más pujantes cartagineses, sino precisamente por eso.

Y es que Córculo opinaba que los romanos necesitaban un enemigo exterior permanente que los mantuviera unidos y obedientes a la autoridad, so riesgo de caer en el relajamiento de costumbres. Pero Masinisa atacó directamente la ciudad de Oroscopa en el 151 a.C. y los púnicos no pudieron seguir eludiendo la provocación, enviando un ejército en su defensa al mando de Asdrúbal el Beotarca. Aunque aquella fuerza fracasó, Roma no podía obviar la desobediencia del tratado y declaró la guerra. Catón ganó así el largo debate y su frase se hizo realidad.


Fuentes

Plutarco, Vidas paralelas | Cicerón, Acerca de la vejez | Lucio Anneo Floro, Epítome de la Historia de Tito Livio | Plinio el Viejo, Historia natural | Aurelio Víctor, De los varones ilustres romanos | Tito Livio, Los orígenes de Roma | Charles François Lhomond, De viris illustribus urbis Romae a Romulo ad Augustum | Sergei Ivanovich Kovaliov, Historia de Roma | Charles E. Little, The authenticity and form of Cato’s saying ‘Carthago Delenda Est’ (en The Classical Journal) | Wikipedia


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