La Primera Guerra Púnica abrió la larga serie de tres contiendas que enfrentaron a Roma y Cartago por el control del Mediterráneo occidental. Como es sabido, los romanos lograron imponerse en todas, pero para ello tuvieron que superar momentos críticos. Si en el segundo conflicto el protagonista de ellos fue Aníbal Barca, en el anterior hubo un general espartano al servicio de los púnicos que propició a las legiones un sonado revés en la batalla de Bagradas. Se llamaba Jantipo y su popularidad llegó a tal extremo que, según una dudosa leyenda, los propios gobernantes cartagineses ordenaron su asesinato.
Jantipo no era púnico sino griego. Espartano, para más señas, lo que es un indicativo de su casi inevitable vocación militar. En el siglo III a.C., Esparta ya experimentaba un fuerte declive que continuaba aquel punto de inflexión que fue la clamorosa derrota de Leuctra ante el tebano Epaminondas y sus aliados beocios en el 371 a.C., a consecuencia de la cual perdió Mesenia y se disolvió la Liga del Peloponeso. Tebas asumió la hegemonía helénica pero sólo temporalmente porque fue entonces cuando irrumpió la pujante Macedonia, cuyo rey Antígono III conquistaría Esparta en el 222 a.C.
Así que hacía tiempo que muchos militares espartanos habían optado por ofrecer sus servicios como mercenarios. Y Cartago estaba necesitada de ellos para enfrentarse a una Roma que no sólo había conseguido controlar casi toda la península itálica sino también someter al rey Pirro -irónicamente con ayuda cartaginesa- y hacerse así con las ciudades griegas del este de la Magna Grecia, es decir, Sicilia. Los púnicos poseían las tres cuartas partes del resto, que ahora veían peligrar junto a otras posesiones como Córcega, Cerdeña y el sureste de la península Ibérica.

La chispa que encendió el conflicto fue la petición de ayuda que hicieron a Roma los mercenarios mamertinos, contratados por el tirano de Siracusa pero que se quedaron sin señor al que servir cuando fue asesinado. Antes la habían hecho a Cartago, que la rechazó para no provocar un casus belli, pero los romanos, tras largos debates, aceptaron al considerar que se trataba de vecinos (procedían de Campania), que la previsible guerra sería lejos y que una victoria que les permitiese conseguir colonias favorecería la economía.
Así que dos legiones desembarcaron en Mesina para reforzar a los mamertinos, que habían expulsado de la ciudad a la guarnición cartaginesa Era el año 264 a.C. y poco después caía también Siracusa, mientras varias ciudades más bajo la órbita púnica se pasaban al bando romano, que de esa forma se garantizaba suministros sin depender de su flota, inferior a la del enemigo. Cartago reaccionó contratando mercenarios, ya que su ejército no solía incorporar a gente propia salvo en casos extremos. Esas tropas llegaron a Sicilia justo a tiempo para socorrer a Agrigento, que estaba sitiada, obligando al enemigo a atrincherarse.

Sin embargo, los dos ejércitos terminaron enfrentándose en batalla campal, con victoria romana. Los cartagineses pudieron retirarse pero la ciudad fue saqueada, lo que abría a Roma el control de toda la parte meridional de la isla. Avanzando desde ahí y en paralelo desde el norte (asegurado gracias a la victoria naval de Milas), fueron apoderándose de más urbes. Sufrieron un revés en el 259 a.C. pero se recuperaron y continuaron hasta llegar a Lilibea, el último gran bastión insular cartaginés. El asedio, no obstante, resultaba infructuoso porque la ciudad recibía suministros por mar.
Entretanto, Roma construyó una gran flota con la que trasladar un ejército al norte de África en el 256 a.C. La armada cartaginesa trató de impedirlo pero, pese a su superioridad numérica y, presuntamente, naval, fue derrotada en el cabo Ecnomo (Sicilia), en la que algunos consideran la mayor batalla marítima de la Antigüedad, con cerca de tres centenares y medio de navíos por cada bando. Y aunque los romanos perdieron veinticuatro barcos, los otros sufrieron más del doble de pérdidas, por lo que empezó así una campaña en suelo africano con la que se intentaba sembrar el pánico con la amenaza de tomar la propia Cartago, tal como había hecho Agatocles en el 310. De hecho, los campos abandonados fueron saqueados, privando a su objetivo de víveres.
En el 255 a.C., el Senado cartaginés ordenó a Amílcar Barca regresar de Sicilia para que uniese sus fuerzas a las de Asdrúbal Hannón y Bostar y frenar el avance del cónsul Marco Atilio Régulo, que estaba sólo a cuarenta kilómetros de Cartago. Aunque contaban para ello con una caballería superior y elefantes de guerra, sus efectivos de infantería eran muchos menos que los romanos y su táctica de ocupar una colina de Adís (en la actual Oudna, Túnez) resultó infructuosa. Los romanos la rodearon de noche y atacaron desde dos puntos al amanecer, consiguiendo una rotunda victoria en la que los generales cartagineses fueron capturados.

Sus consecuencias anticipaban un desastre, pues además los númidas aprovecharon a levantarse contra sus opresores y miles de campesinos corrieron a ponerse a salvo tras las murallas de Cartago, agravando el problema del suministro. Únicamente la insuficiencia de tropas impedía a Régulo plantarse allí y organizar un asedio, pues sólo contaba con su ejército consular -dos legiones-, aparte de que en breve agotaría su consulado. Por eso intentó forzar al adversario a negociar una paz que le favoreciese; pero el senado púnico consideró inaceptables las condiciones, que incluían entregar la flota, ceder Sicilia, Córcega y Cerdeña, pagar una indemnización y someterse a Roma.
Fue entonces cuando se contrató a Jantipo. No se sabe gran cosa de él antes de estos hechos, salvo el dato aportado por Silio Itálico (un poeta romano del siglo I d.C.), quien en su obra La Guerra Púnica aporta que nació en Amiclas, una ciudad laconia. Sin embargo, hay dudas al respecto y es posible que el rapsoda pusiera eso porque se ajustaba métricamente a sus versos. También es Itálico quien reseña los nombres de tres hijos de Jantipo, llamados Jantipo, Eumaquio y Critias, que posteriormente formarían parte del ejército de Aníbal como mercenarios y caerían ante Escipión en la batalla de Ticino, en el año 218 a.C.

Lo que sí parece probable es que fuese el jefe de un contingente de mercenarios al servicio de Cartago. Según Polibio, que es la fuente principal, llamó la atención de los gobernantes cartagineses cuando criticó duramente a los generales, acusándoles de ser el principal obstáculo para la victoria por su torpeza. Gracias a eso fue convocado ante los sufetes (equivalentes a los senadores romanos) para que se explicara; debió resultar convincente porque salió de la reunión convertido en jefe del ejército cartaginés.
No faltaba cierto recelo ante su capacidad para el cargo pero pronto demostró estar a la altura. Fue ese mismo invierno en los Llanos de Bagradas, tras adiestrar a los suyos en la táctica de combatir en falange, a la manera griega, dado que el terreno plano de esa zona favorecía ese tipo de formación. Para ello, situó a las milicias ciudadanas cartaginesas en el centro, con sus experimentados mercenarios en el flanco derecho y los elefantes en vanguardia, a distancia suficiente de su primera línea de infantes para evitar sorpresas con ellos (era frecuente que al resultar heridos dieran media vuelta y pisoteasen a los suyos). La caballería, en su función habitual, protegía las alas.

Frente a eso, Régulo colocó a sus manípulos muy agrupados, en una formación más estrecha y profunda de lo habitual que le proporcionaba el amplio fondo que consideraba necesario para contrarrestar la carga enemiga. Su gran problema estaba en la escasez de caballería, ya que buena parte de los animales se habían perdido en el mar; se calcula que el rival le sobrepasaba en ese aspecto en una proporción de uno a ocho. Y, en efecto, los jinetes púnicos se impusieron con facilidad, envolviendo a las legiones mientras los elefantes entraban como un ariete en su formación, desorganizándola y provocando que los legionarios no pudieran maniobrar, estorbándose unos a otros.
Irónicamente, a Jantipo le fallaron sus mercenarios, que sufrieron una escabechina a manos de los legionarios -casi un millar de bajas-, obligándolos a retirarse. Fue un momento de respiro para Régulo, pero enseguida se vio completamente rodeado; sus hombres se aplastaban entre sí mientras los jinetes púnicos los masacraban a flechazos y la falange daba el golpe final. El ejército consular fue prácticamente exterminado y apenas pudieron ponerse a salvo dos millares de hombres de los quince mil iniciales, corriendo a refugiarse en Adís.
Sus desgracias no terminarían porque la flota romana que logró rescatarlos se hundió por una tempestad cuando regresaba con ellos, de manera que al final únicamente sobrevivieron ochenta. Régulo, por su parte, cayó prisionero y más tarde sería liberado para enviar una oferta de tregua a Roma con la condición de que después volviera. Siendo como eran otros tiempos, el cónsul cumplió su palabra y de nuevo en la ciudad enemiga tuvo que enfrentarse a la tortura y a la muerte. Se cuenta que al llegar la noticia a Italia, el Senado romano entregó a su familia a los dos generales cartagineses apresados en Adís para que se vengaran con ellos. Es posible que todo sea una leyenda, ya que Polibio no lo menciona.

Bagradas fue la única victoria terrestre importante de Cartago en esa guerra. Paradójicamente, aquel rutilante triunfo hizo que Jantipo se ganara aún más el odio de los mandos militares cartagineses. Eso no le pasó desapercibido, por lo que pidió cobrar sus emolumentos para volver a Grecia. Pero los sufetes le pidieron que, de camino, se desviase para aliviar el asedio de Lilibea, que todavía resistía. Cumplió la orden y, en efecto, su llegada levantó la moral de los defensores, gracias a lo cual organizó un contraataque que rompió el cerco. Allí dio por finalizados sus servicios a Cartago y reembarcó hacia su patria.
Es en ese momento donde se sitúa la leyenda referida al comienzo, según la cual, también habría despertado recelos entre los gobernantes de Lilibea, quienes ordenaron su muerte. De este modo, Jantipo habría sido asesinado bien directamente, a manos de una tripulación sobornada, bien indirectamente, al facilitársele un trirreme que no estaba en condiciones y terminó hundiéndose. Ahora bien, hay unos cuantos datos que indican que Jantipo no sólo siguió vivo sino que además entró al servicio del faraón Ptolomeo III Evergetes, quien allá por el año 245 a.C., al poco de haber subido al trono, le nombró gobernador de una provincia recién conquistada a los seleúcidas.
En ese sentido, Polibio cuenta que viajó a Grecia sin pasar por Sicilia, lo que hace deducir que o no hubo intento de asesinato o sobrevivió a él. En general, los historiadores consideran poco verosímil la teoría conspiratoria; si es así, no sabemos qué fue de él posteriormente. Sólo que su esfuerzo resultó baldío porque Roma logró ganar la Primera Guerra Púnica, aunque necesitó un total de veintitrés años y las condiciones impuestas al final resultaron menos gravosas para Cartago que las ofrecidas por Régulo, pues únicamente perdió Sicilia e islas menores y, eso sí, tenía que pagar mil talentos de indemnización más otros dos mil doscientos a lo largo de una década… lo que la dejó sin dinero para pagar a los mercenarios y sufrió por ello una guerra contra ellos. Pero para entonces ya había surgido un nuevo genio militar, Amílcar.
Fuentes
Historia romana (Polibio)/La Guerra Púnica (Silio Itálico)/La caída de Cartago. Las Guerras Púnicas, 265-146 A.C. (Adrian Goldsworthy)/Breve historia de las Guerras Púnicas (Javier Martínez-Pinna y Diego Peña Domínguez)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/Wikipedia
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