Las Guerras Médicas enfrentaron a griegos y persas durante cincuenta y nueve años en la segunda mitad del siglo V a.C. por el control de la llamada Grecia Asiática, la parte occidental de la península de Anatolia (Jonia, Eólida y Dórida) y sus islas, toda ella de cultura helénica. El Imperio Persa fracasó en las dos primeras contiendas tras perder batallas como Maratón, Salamina o Platea, pero su potencial humano y económico era enorme, por lo que, en el año 467 a.C., el rey Artajerjes quiso acabar lo que su padre Jerjes y su abuelo Darío I habían empezado… y volvió a estrellarse, esta vez en la Batalla del Eurimedonte.

Todo se desarrolló en un contexto especial, un período postbélico que tuvo lugar tras la Segunda Guerra Médica al que Tucídides denominó Pentecontecia (por su duración de cincuenta años), que se prolongaría hasta el 433 a.C., cuando estalló la Guerra del Peloponeso. Se caracterizó por la primacía de Atenas al frente de la Liga Ático-Délica (nombre derivado de tener su centro en la isla de Delos), que era una coalición de polis del Ática que aglutinaba también a Beocia, Acaya, Tesalia, las islas de Lesbos, Rodas y Quíos, además de tener bajo su influencia Eubea, Calcídica, las Cícladas, las costas del Mar Tracio y las regiones del litoral de Asia Menor citadas antes.

Se trataba de una simaquía -la tradicional alianza militar- fundamentada en el poder marítimo, dada la pérdida de hegemonía de Esparta, que según Tucídides «ya no quería soportar la carga de la guerra contra Persia y, por tanto, accedió gustosamente a que los capacitados atenienses ejercieran el mando». Los integrantes aportaban barcos, hombres, dinero y equipamiento para las campañas, cediendo el liderazgo a los atenienses, aunque todos tenían un representante en el synedrion o consejo, que tenía carácter confederal. Venía a ser una réplica de la coalición similar acaudillada por Esparta, la Liga del Peloponeso.

La liga Ático-Délica y el eimperio ateniense a mediados del siglo V A.C/Imagen: Jarke en Wikimedia Commons

De hecho, durante la Segunda Guerra Médica, los dos grandes bloques griegos se habían unido en la Liga Panhelénica para hacer frente al enemigo común, que era, obviamente, Persia. Ésta había salido escaldada de sus intentos de invasión pero conservaba una fuerza formidable. sin embargo, al acabar la contienda los espartanos abandonaron la liga para volver a constituir la del Peloponeso y ello incitó a Atenas a hacer otro tanto. Así que, una vez más, Grecia volvía a estar desunida y Artajerjes vio en ello la gran oportunidad.

Más aún, a pesar de ser el artífice de la victoria en Salamina y el impulsor del ambicioso programa ateniense de construcción naval (construía una veintena de trirremes al año), el strategos Temístocles había acumulado tantos enemigos que terminó condenado al ostracismo. Primero se fue a Argos, donde los espartanos le acusaron de haber formado parte de la traición de Pausanias; era éste un general y regente, sobrino de Leónidas, vencedor en Platea pero destituido por su soberbia y despotismo, que había llevado a muchas ciudades a alejarse de Esparta y acercarse a Atenas (Pausanias acabó condenado a muerte tras entablar contactos con los persas). Temístocles huyó entonces de Grecia a Asia Menor, poniéndose al servicio de Artajerjes.

Temístocles ante Artajerjes (Walter Crane)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En realidad, Temístocles no tuvo ocasión de aportar su genio militar a su nuevo señor porque falleció antes, seguramente entre el 471 y el 470 a. C. El puesto de strategos que tenía en Atenas fue ocupado por Cimón, hijo de Milcíades (el vencedor en la Batalla de Maratón), que curiosamente había sido próxeno de Esparta (una especie de cónsul o representante de los intereses de una polis en otra) y, por ello, admirador del régimen político lacedemonio. Pero contaba tanto con el apoyo nobiliario como con el popular, así que se le perdonaban esos devaneos pro-espartanos que, al fin y al cabo, eran lo contrario de lo que había promovido su antecesor; él mismo fue de los que votaron a favor del ostracismo de Temístocles.

No se sabe exactamente en qué momento se unieron las ciudades griegas de Asia Menor a la Liga de Delos; se calcula que en torno al 478 a.C. Era algo que el imperio Persa no estaba dispuesto a permitir y empezó a reunir una gran flota en Aspendo, cerca de la desembocadura del río Eurimedonte (a unos cuarenta y cinco kilómetros de la actual Antalya turca). Es posible, no obstante, que los griegos iniciaran sus propios preparativos con antelación, lo que los convertiría en los agresores frente a la imagen clásica, puesto que probablemente la intención de Artajerjes no fuera otra invasión sino someter Jonia.

En cualquier caso, Cimón partió con su flota desde Bizancio hacia el Golfo Estrimónico, donde sometió a asedio a Eyón, ciudad tracia que estaba en manos persas. Su gobernador medo, Boges, la defendió heroicamente y fue necesario desviar el curso del río Estrimón hacia la muralla, para reblandecer el terreno que la sustentaba y hacerla desmoronarse. Una vez conquistada y sus habitantes sometidos a esclavitud, el siguiente objetivo fue la isla de Sciro, clave para asegurar la ruta marítima entre El Pireo y la Calcídica, ya que su flota navegó hasta Cnido y usó su puerto como punto de partida para apoderarse de varias polis de la región anatolia de Caria y Licia, poniendo al mundo helénico en pie de guerra.

A continuación llegó el momento de enfrentarse a la flota persa reunida en Aspendo. Cimón zarpó de Cnido al mando de doscientos trirremes, construidos según el modelo de Temístocles pero reforzados por él al incorporar a cada uno catorce soldados de infantería, imitando lo que los persas habían hecho durante la Segunda Guerra Médica al llevar treinta en cada nave. Los barcos aportados por Quíos fueron más allá y embarcaron cuarenta, cifra peligrosa porque podía desestabilizarlos. El caso es que así se embarcaron nada menos que cinco mil hoplitas, en lo que se puede considerar, probablemente, la primera infantería de marina de la historia.

Cimón cortejando el favor de los atenienses (ilustración decimonónica)/Imagen: Wikimedia Commons

La flota griega llegó a Fasélide (una ciudad licia), donde inicialmente se le negó permiso para desembarcar, de ahí que se hiciera por la fuerza; luego se la obligó a unirse a la Liga y al pago de diez talentos. De esta forma, Cimón consiguió poner un pie en territorio enemigo, una buena posición para enfrentarse a los persas antes de que pudieran comenzar su campaña y privándoles de una base muy valiosa estratégicamente, ya que Fasélide era la ciudad más oriental de Asia Menor. Desde allí se dispuso a atacar Aspendo.

Según Plutarco, el almirante persa Titraustes estaba esperando el refuerzo de ochenta naves fenicias procedentes de Chipre cuando vio aparecer en el horizonte las velas griegas. Su primera reacción fue buscar refugio en el río Eurimedonte, pero después cambió de opinión y se dispuso a presentar batalla aprovechando su superioridad numérica. Plutarco recoge el testimonio de Éforo de que contaba con trescientos cincuenta barcos y el de Fanodemo de que eran seiscientos; Tucídides, en cambio, refiere dos centenares, a los que debía sumarse el esperado refuerzo púnico. Habría embarcado un número de infantes similar al heleno, aparte de un ejército en tierra dirigido por Ferendates, sobrino de Artajerjes.

A pesar de tener menos efectivos, los griegos se impusieron en el violento choque al lograr desorganizar la formación enemiga. Diodoro de Sicilia dice que los persas perdieron aproximadamente un centenar de naves pero, salvo una parte que huyó hacia Chipre, la mayoría se retiraron al río y vararon en su orilla para que las tropas desembarcaran y se atrincherasen tras los muros de la ciudad. Cimón ordenó imitarles y salvando un tímido intento del adversario para impedírselo, logró su objetivo. Parecía que, irónicamente, al final todo se iba a resolver en tierra.

El río Eurimedonte hoy en día/Imagen: Adam Franco en Wikimedia Commons

Ferendates estaba confiado al asumir que en ese medio tenían todas las ventajas, dado que los griegos sólo contaban con los cinco mil hoplitas embarcados. Por eso cayeron fácilmente en un astuto ardid planeado por Cimón, quien ordenó a un contingente de los suyos ataviarse a la manera persa y subir a los barcos capturados, haciéndose pasar por los refuerzos que los otros ansiaban recibir. En efecto, los griegos disfrazados fueron recibidos ingenuamente con los brazos abiertos y la cosa acabó en una masacre. El propio Ferendates cayó muerto en su tienda sin tiempo de reaccionar; ni siquiera sospechó que los asaltantes fueran helenos y pensaba que se trataba de unos enemigos ancestrales, los pisidas, un pueblo que habitaba las inmediaciones del monte Tauro, en aquella misma región de Panfilia.

Aquel desastre en el campamento permitió que el resto de las tropas de Cimón bajaran a tierra sin problemas para terminar el trabajo. Los hoplitas fueron contenidos en primera instancia, pero finalmente se impusieron. No están claros los números de la batalla. Tucídides y Plutarco cuentan que fueron destruidos doscientos barcos persas, aunque es posible que incluyan no sólo los que cayeron en combate sino los incendiados después por orden de Cimón, tal como se había hecho en Mícala doce años antes. Ello incluiría los ochenta fenicios, que habrían sido interceptados y derrotados poco después, si bien Tucídides no reseña nada al respecto. Tampoco hay datos sobre muertos y únicamente Plutarco reseña doscientos prisioneros.

Por contra, Diodoro sube el número hasta trescientas cincuenta naves y habla de un fabuloso botín, parte del cual fue ofrendado a Atenea o, según Plutarco, sirvió para financiar la construcción de la muralla sur de la Acrópolis ateniense. Ahora bien, todo se vuelve más incierto al decir el propio Diodoro que Cimón prohibió el saqueo y se limitó a erigir el tradicional trofeo antes de reembarcar (un trofeo era una especie de monumento que se levantaba con armas, corazas, yelmos y estandartes arrebatados al enemigo en el mismo campo de batalla).

Ostracon con el nombre de Cimón para condenarle al ostracismo/Imagen: Marsyas en Wikimedia Commons

Estas diferencias entre los historiadores antiguos se extienden a la Paz de Antálcidas, el tratado firmado por ambos contendientes al que también se conoce como Paz del Rey. Plutarco habla de la tradición que lo atribuía a la derrota persa en Eurimedonte, pero en realidad fue posterior, en el año 387 (reinando otro Artajerjes, el II), y además no tendría las humillantes condiciones que se popularizaron (prohibición de navegar por el Egeo, no usar naves con espolones); al contrario, aseguraba la posesión de Jonia y Chipre para el Imperio Persa.

Pero, de momento, lo que sí supuso la batalla de Eurimedonte fue alejar de Grecia la amenaza de una invasión de una vez por todas. Se estableció un statu quo implícito hasta el 460 a.C., año en que una revuelta en la satrapía egipcia del imperio persa fue apoyada por la Liga Ático-Délica (esa ayuda terminó mal, con la pérdida de más de un centenar de naves). Un año antes, Cimón había sido sustituido por Pericles y condenado al ostracismo por su excesiva simpatía hacia Esparta (hasta puso a su hijo el nombre de Lacedemonio), aunque después fue perdonado y pudo regresar. Incluso dirigió una campaña militar contra Chipre, durante la cual falleció.

Era el año 449 a.C. y resultaba todo un símbolo, ya que fue el mismo en que terminaron las Guerras Médicas definitivamente. Lo hicieron presuntamente con la Paz de Calias, nombre del cuñado de Cimón, que fue quien la firmó… si es que existió de verdad ese tratado, algo que no está claro. Para entonces, la Liga de Delos se empezaba a disgregar, hartos sus miembros del insaciable imperialismo de Atenas, y se perfilaba una nueva contienda: la Guerra del Peloponeso contra Esparta y sus aliados.


Fuentes

Vidas paralelas: Cimón (Plutarco)/Historia de la Guerra del Peloponeso (Tucídides)/Biblioteca histórica (Diodoro Sículo)/Historia de la Grecia Antigua (María José Hidalgo de la Vega, Juan José Sayas Abengoechea y José Manuel Roldán Hervás)/Griegos y persas. El mundo mediterráneo en la Edad Antigua (Hermnann Bengtson)The Ancient Greeks. A critical history (John Van Antwerp Fine)/The Greek world 479-423 BC (Simon Hornblower)


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