Si toda la Historia de España es compleja per se -mucho más de lo que las simplificaciones suelen pretender-, posiblemente la medieval se lleve la palma en estrecha competencia con la antigua, tanto por la escasez de fuentes como por la existencia de multitud de dominios reales y nobiliarios -y encima, unos cristianos y otros musulmanes- que llegó a haber, cambiando a menudo de manos, fronteras y denominación. Uno de los menos conocidos es el Reino de Nájera, precursor del Reino de Pamplona (que a su vez lo fue del de Navarra), y cuna de los reinos de Castilla y Aragón.

En realidad, el Reino de Nájera sólo duró dos años como tal, pues fue fundado en el 923 d.C. y en el 925 pasó a denominarse Reino de Pamplona, por lo que historiográficamente suelen juntarse los dos nombres en uno: Reino de Nájera-Pamplona. Esa entidad procedía del primigenio reino fundado en torno a la civitas romana de Pompaelo, una ciudad construida por Pompeyo entre el 76 y el 74 a.C. para asentar su control de la provincia Tarraconense tras haber derrotado al rebelde Sertorio. Habitada fundamentalmente por vascones, después pasó a ser un municipium.

Los visigodos ocuparon Pompaelo en el 472 d.C. pero apenas dejaron huella de su paso y la urbe terminó cayendo en poder del califato omeya en el 718, del que quedó dependiente como tributaria. Una expedición enviada por Carlomagno para asegurar su Marca Hispánica no obtuvo el resultado esperado y los musulmanes lograron retener lo que ya era Pamplona, que pagaba al emir de Cordoba a cambio de que éste permitiera mantener un gobierno propio y conservar la fe cristiana. Sin embargo la presión de los carolingios por un lado y del reino asturiano por otro (Fruela I había sometido a los vascones) auguraba cambios.

Los reinos peninsulares hacia el 910 d.C.
Los reinos peninsulares hacia el 910 d.C. Crédito: Crates / Wikimedia Commons

En el primer cuarto del siglo IX, aparecen las primeras referencias documentales al que algunos consideran el primer rey pamplonés, Íñigo Arista, que en realidad sería más bien un caudillo nobiliario -un comes o un dux– que gozaba de amplia autonomía al depender su poder de la familia muladí a la que pertenecía, los Banu Qasi, quienes dominaban el valle del Ebro. La extensión de aquel proto-reino no superaba los cinco mil kilómetros cuadrados, pero logró sacudirse la influencia carolingia y mantenerse bajo los sucesores de Arista, su hijo García Íñiguez y su nieto Fortún Garcés.

Este último fue derrocado por un caudillo vascón, Sancho Garcés I, que gracias al apoyo que le dispensó el monarca leonés Ordoño II -quien se casó con su hija Sancha- rompió su vínculo con Córdoba y expandió el territorio en diez mil kilómetros, tomando La Rioja Media y Alta en el 918. Esos nuevos dominios se los legó a su hijo García Sánchez, que por entonces todavía era un niño -un año de edad-, instaurando la corte en Nájera y nombrando regente, consejero y tutor del pequeño a su hermano Jimeno Garcés, creando de facto el Reino de Nájera.

El emir Abderramán III respondió con dureza a aquel desafío, enviando dos expediciones en el 924: la primera se apoderó de toda La Rioja; la segunda arrasó Pamplona. Al fin y al cabo, se trataba casi de una cuestión familiar, ya que Toda Aznárez, la esposa de Sancho Garcés, era tía carnal del emir (y además, su hermana estaba casada con Jimeno). El rey falleció al año siguiente y, de ese modo, su joven heredero se convirtió también en monarca de Pamplona uniendo en su persona ambos reinos, de ahí la doble denominación Nájera-Pamplona, cuya corte unificada se trasladó a Nájera.

Monumento a Sancho Garcés I en Villamayor de Monjardín
Monumento a Sancho Garcés I en Villamayor de Monjardín. Crédito: Iñaki LL / Wikimedia Commons

Seguían siendo estados separados, pese a estar bajo una misma corona que encarnaba a dos dinastías: la Jimena por parte paterna y la Arista-Iñiga por parte materna. Asimismo se estrecharon lazos con otras en una típica estrategia de alianzas matrimoniales: con el condado de Aragón en el 933, al contraer matrimonio el joven rey con Andregoto, la hija del conde Galindo II Aznárez, con la que estaba prometido desde pequeño; con el Reino de León casando a Onneca, una hermana de García Sánchez, con el rey Alfonso IV (y posteriormente a una hija, Urraca, con un vástago del leonés, Ramiro II).

Cabe puntualizar que la unión con Andregoto se deshizo en el 943 por el estrecho parentesco sanguíneo que tenían ambos cónyuges, tomando García Sánchez nueva esposa en la figura de Teresa Ramírez, que posiblemente fuera hija de Ramiro II. Por lo demás, ese tipo de alianzas continuaron con sus descendientes; entre ellos, una hija del monarca sería mujer del conde castellano Fernán González (en segundas nupcias, cuando él quedó viudo de su primera esposa, que era tía del rey).

La labor de García Sánchez no se limitó a ese ámbito. También repobló todos los territorios que había recibido y realizó importantes donaciones a monasterios de la zona, de los que el más destacado era el de San Millán de la Cogolla en Suso; allí fue enterrada la reina Toda (y, más adelante, personajes como el escritor Gonzalo de Berceo o los siete infantes de Lara). En su homónimo de Yuso, fundado posteriormente, se situaría el nacimiento de la lengua romance riojana, germen del idioma castellano, plasmado en las Glosas Emilianenses.

Vista de la ciudad de Nájera en la actualidad
Vista de la ciudad de Nájera en la actualidad. Crédito: Carlos Teixidor Cadenas / Wikimedia Commons

García Sánchez I murió en el 970 y legó el trono a su hijo Sancho Garcés II, alias Abarca, que ya era regulus del condado de Aragón. Fue el primero en cambiar la intitulación oficial, pasando a autonombrarse Rey de Navarra. Al principio mantuvo buena relación con el califato de Córdoba, pero cuando falleció Alhakén II y le sustituyó el vástago de éste, Hixem II, las cosas cambiaron radicalmente. La razón fue que el nuevo califa estaba tutelado por un hayib (chambelán) que iba a ser el verdadero gobernante en la sombra, desarrollando una yihad que afectó tanto a la Península Ibérica como al Magreb.

Se llamaba Almanzor y lanzó contra el reino pamplonés al menos nueve aceifas que lo dejaron muy debilitado; tanto que perdió Calahorra y obligó a pactar un armisticio que se convirtió en rendición en el 994, poco después de que el rey muriese. Doce años atrás había tenido que entregar a su hija en matrimonio a Almanzor y ahora, poco antes del óbito, se vio obligado a enviar otro vástago en calidad de rehén. El trono pasó a García Sánchez II el Temblón, que intentó rebelarse contra la sumisión a Córdoba sin éxito.

Peor iba a ser el resultado de una expedición que dirigió en el 997 por Calatayud. En ella mató al hermano de Almanzor y, consecuentemente, éste se tomó cumplida venganza: primero decapitó a medio centenar de cristianos y luego conquistó otra vez Pamplona. Un último intento de García Sánchez por quitarse de encima al poderoso enemigo se estrelló en el año 1000 en la batalla de Cervera, donde el ejército califal derrotó -aunque apuradamente- a la coalición que formaban navarros, leoneses y castellanos.

La Península Ibérica hacia el 1030, antes de la muerte de Sancho Garcés III, con la expansión navarra y la descomposición del califato de Córdoba
La Península Ibérica hacia el 1030, antes de la muerte de Sancho Garcés III, con la expansión navarra y la descomposición del califato de Córdoba. Crédito: Crates / Wikimedia Commons

El Temblón murió aquel mismo año y le sucedió Sancho Garcés III el Mayor, tras un interregno a cargo de un primo de su padre, Sancho Ramírez de Viguera, debido a su minoría de edad. De hecho recibió la corona en el 1004, cuando apenas tenía doce años, aunque llegó con una ventaja: Almanzor había fallecido dos antes y eso sumió al califato cordobés en una crisis que los reinos cristianos no desaprovecharon. Empezando por Navarra, donde el nuevo rey trasladó otra vez la corte a Pamplona y se dispuso a ampliar sus fronteras.

El reino navarro estaba compuesto por tres regiones: el antiguo reino pamplonés-que se extendía hasta Guipúzcoa-, La Rioja y el condado de Aragón. El monarca estableció relaciones diplomáticas extrapeninsulares directas con el ducado de Gascuña y con el Papa, favoreció la difusión de la reforma cluniacense, pactó un armisticio con el califato e intentó una especie de unificación familiar con el resto de reinos cristianos ibéricos a través de matrimonios con Castilla y León. Su muerte prematura (treinta y un años de edad) y el reparto testamentario entre sus herederos interrumpió el proceso.

El primogénito, García Sánchez III, se quedó con el Reino de Pamplona y Aragón, mientras que a sus hermanos García y Fernando les tocaron Álava y la mayoría del condado castellano el primero, por el resto de Castilla el segundo. El tercero, Ramiro, recibió tierras aragonesas y navarras dispersas, y para el cuarto, Gonzalo, otro tanto también en Aragón (Ribagorza y Sobrarbe). El mayor, a quien se apodaba el de Nájera por haber nacido en esa ciudad, era muy religioso y convirtió la urbe en sede episcopal, acogiendo varios sínodos; además fundó allí en el 1052 el monasterio de Santa María la Real, que serviría de panteón real.

El reparto del Reino de Pamplona a la muerte de Sancho Garcés III el Mayor
El reparto del Reino de Pamplona a la muerte de Sancho Garcés III el Mayor. Crédito: Miguillen / Wikimedia Commons

También fundó la primera orden de caballería peninsular, la de la Terraza (o Jarra); arrebató a los musulmanes la taifa de Zaragoza y extendió las fronteras navarras hasta La Rioja baja. Su belicosidad le llevó a morir en Atapuerca en el 1054; fue en una batalla fratricida contra su hermano Fernando, quien intentaba recuperar las partes perdidas del condado de Castilla, cosa que logró (anecdóticamente, cabe decir que le ayudó Diego Flaínez, padre del Cid). Una vez más, le tocó coger el testigo a un menor, Sancho Garcés IV, que sólo tenía catorce años.

Esa condición de debilidad empujó a otros a tratar de aprovecharla. Por ejemplo, el rey de León y Castilla Sancho II el Fuerte, que emprendió una campaña con la que se apoderó de los montes de Oca, la comarca de La Bureba y parte de Navarra. En aqulla partida estratégica entre soberanos de ancestros comunes intervino también Al-Muqtadir, emir de la taifa zaragozana -a la que había llevado a su máximo esplendor cultural- que aspiraba a colocar en Nájera-Pamplona un gobernante títere.

Para ello se alió con Alfonso VI de León y Castilla, el hijo de Fernando I, que lideró un complot contra Sancho Garcés IV en el que el joven rey cayó asesinado a manos de su hermano Ramón (le empujó por un despeñadero). Era el año 1076 y el vacío de poder fue aprovechado por el mencionado Alfonso VI, que invadió los territorios riojanos y vascos mientras Sancho Ramírez de Aragón, primo del difunto, se hizo proclamar rey de Pamplona y vinculó ese reino a sus dominios aragoneses, quedando escindido en la práctica. Y es que el señor de Vizcaya, Diego López de Haro, gobernó Nájera en nombre de Castilla, habida cuenta que el monarca de ésta, Sancho III, había reivindicado sus derechos como descendiente de Sancho Garcés III.

El nuevo Reino de Navarra con Sancho VI, entre el 1154 y el 1194
El nuevo Reino de Navarra con Sancho VI, entre el 1154 y el 1194. Crédito: Miguillen / Wikimedia Commons

En otras palabras, mientras la zona navarra quedó integrada en el creciente Reino de Aragón, la de Nájera pasó a ser un mero señorío primero y ducado después, reconvirtiéndose más adelante en condado. Entre 1109 y 1114 hubo una efímera reunificación gracias a la boda entre Alfonso I el Batallador, soberano de Aragón, y Urraca I la Temeraria, reina de León, pero posteriormente el hijo de esta última, Alfonso VII, aprovechó la muerte de Alfonso para anexionarse Nájera, Calahorra y otros lugares, situación que duraría hasta la proclamación de García Ramírez el Restaurador en el año 1134.

Le habían elegido los notables pamploneses, que se negaban a aceptar lo dispuesto por Alfonso el Batallador en su testamento (al morir sin herederos, legaba sus dos reinos a las órdenes militares). García era hijo del infante Sancho Garcés, vástago ilegítimo de García Sánchez III, por lo que no se le suele incluir en la dinastía Jimena de Nájera-Pamplona (a la que se llama así por descender de Jimeno el Fuerte, noble hispanorromano del siglo VIII y caudillo del germen primigenio de lo que luego sería el reino), sino el fundador de otra.

Su sucesor, Sancho VI, se benefició de la minoría de edad de Alfonso VIII (el que iba a derrotar a los almohades en las Navas de Tolosa) para romper el vasallaje con Castilla e intitularse Rex Navarre. A partir de ahí se puede decir que empezaba otro capítulo de la Historia.


FUENTES

Carlos Calvería, Historia del Reino de Navarra

Jesús María Usunáriz Garayoa, Historia breve de Navarra

Justiniano García Prado, El Reino de Nájera

José María Lacarra, Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incoporación a Castilla

Ayuntamiento de Nájera, El Reino de Nájera

Wikipedia, Reino de Nájera


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