Uno de los principales daños colaterales de las guerras es la destrucción del patrimonio histórico y artístico. A pesar de las precauciones tomadas para proteger los monumentos -recordemos esa imagen emblemática de La Cibeles cubierta de sacos terreros-, a veces los bombardeos o el fuego deterioran, cuando no eliminan por completo, los vestigios que habían sobrevivido siglos e incluso milenios -véase el ejemplo de Pompeya-; en algún caso, cuando apenas acababan de ser descubiertos por los arqueólogos. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con los dos colosales barcos-palacio que el emperador Calígula usaba para navegar por el lago Nemi.

No es la primera vez que hablamos de naves gigantes en la Antigüedad; recordemos los artículos dedicados al Siracusia, diseñado por Arquímedes para el tirano Hierón II de Siracusa, o al tessakonteres, el catamarán de enormes dimensiones de Ptolomeo IV. De hecho, Calígula se inspiró en ambos para encapricharse y tener también el suyo, aunque no se conformó con uno y mandó hacer dos. Eran diferentes, eso sí, pues si el primero se dedicaba a funciones religiosas, el segundo, el de mayor tamaño, era una suntuosa residencia flotante.

Es más, la bibliografía del siglo XV nos indica que se hizo una tercera embarcación, aún no encontrada y, por tanto, objeto de deseo de cualquier arqueólogo. Al parecer, desde 2017 se está rastreando el lago Nemi en busca de ese pecio que falta; si aparecieron los otros dos ¿por qué no iba a hacerlo el que completa el trío? Se cuenta con la ventaja de que el Nemi, al tener su origen en una caldera volcánica, es relativamente pequeño, con poco más 167 hectáreas de superficie y una profundidad máxima de 33 metros.

Vista panorámica del lago Nemi y su boscoso entorno/Imagen: Luiclemens en Wikimedia Commons

Ante esos últimos datos surge automáticamente la extrañeza: ¿para qué quería el emperador tres barcos así en un lago minúsculo? La respuesta probable es que se encuentra muy cerca de Roma, a una treintena de kilómetros y tenía carácter sagrado; tanto que, según Plinio el Joven, estaba prohibido navegar por sus tranquilas aguas salvo por razones religiosas, pues estaba dedicado a Diana Nemorensis, una diosa sincrética entre la Diana latina (asimilada de la Artemisa helénica) y la egipcia Isis.

El culto a esta última divinidad se había asentado con fuerza en Roma, donde no había mayor problema para aceptar panteones extranjeros, aunque a menudo se fundían con los locales y en este caso fue alumbrada Diana montium custos nemoremque virgo (guardiana de las montañas y virgen de Nemi). Un mito latino dice que fue Orestes, el hijo de Agamenón y Clitemnestra, que había huido con su hermana Ifigenia a la región itálica de Aricia, quien introdujo el culto a Diana; más concretamente a Diana Táurica, a la que originalmente se hacían sacrificios humanos, si bien luego se proscribieron.

Un denario con la imagen de Diana Nemorensis/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Otra leyenda, que nos llega por Pausanias en su Descripción de Grecia, dice que fue Hipólito, el hijo de Teseo, resucitado por Asclepios, quien viajó a Aricia, se convirtió en rey y levantó un templo en honor de Artemisa cuyo sacerdote debía ganar el puesto venciendo en combate singular. Lo realmente curioso es que los hombres libres no podían participar, quedando la cosa reservada a esclavos fugados. Hipólito, por cierto, sería divinizado como Virbio.

Consecuentemente, las ciudades que están en el entorno del lago, como Genzano o Aricia (Nemi no existía en época romana), rendían culto a Diana Nemorensis, cuyo templo se ubicaba también cerca, rodeado por un bosque sagrado y dirigido por un sacerdote conocido como Rex Nemorensis. Estrabón, en su Geografía, confirma que había una tradición bárbara importada por la que, quien quisiera acceder a ese cargo sacerdotal debía matar previamente al Rex Nemorensis titular, de ahí que éste siempre fuera armado. Suetonio, en Vida de los doce césares, acusa a Calígula de confirmar esa costumbre.

A mediados de agosto, el lago Nemi acogía la celebración de la Nemoralia, un festival religioso en el que, según la descripción que dejó Ovidio, se portaban antorchas en una procesión desde Roma y se colocaban en la orilla para luego arrojar guirnaldas de flores, exvotos y frutas al agua desde barcas. Era una festividad que eximía de trabajo incluso a los esclavos y que posteriormente el cristianismo asimiló al Día de la Asunción.

Ruinas romanas en el lago Nemi, 1831/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ese carácter sacro del lugar tenía un extra para las clases pudientes romanas: la tranquilidad y el hecho de que las temperaturas estivales resultaran más frescas que las de la capital, al originarse una especie de microclima al amparo de las paredes del cráter, lo que impulsaba a muchas familias patricias a instalarse allí mientras durase el verano. Pero es que, además, durante esa estación se producía un interesante fenómeno: la luna llena se reflejaba en la superficie del agua, tal como atestiguaron visitantes ilustres como Goethe o Lord Byron, de ahí que al Nemi se lo llamase Speculum Dianae (Espejo de Diana) y los emperadores acudieran para imbuirse de la energía vital que emanaba.

Calígula decidió que en vez de construirse una villa en la orilla lo haría en el lago mismo y así botó lo que luego los expertos catalogaron como Nave Seconda (por ser la segunda descubierta), de 73 metros de eslora por 24 de manga. Era un auténtico palacio flotante con edificios a proa y popa decorados con mármoles, mosaicos, baños, conducciones de agua y hasta unos jardines con árboles. Esa superestructura, que imitaba la disposición de los santuarios dedicados a Isis, nunca se encontró pero su existencia es deducible a partir de las características de vigas y cuadernas, además del lastre.

El otro barco, Prima Nave, medía 70 metros de eslora por 20 de manga y presentaba la originalidad de no ser fusiforme sino más ancho a popa, seguramente porque allí se localizaba la sección principal: dos edificios, uno en cada borda, conectados por escaleras y corredores. Si el anterior tenía un uso residencial y, por ello, estaba inspirado en el lujoso modo de vida de los tiranos helenísticos -hasta el punto de ser bautizado con el nombre de Siracusa-, la Prima Nave estaba concebida más bien como templo en honor de Diana Nemorensis.

Suetonio los describe así:

«[Calígula] Construyó también naves libúrnicas de diez filas de remos con popas recamadas de piedras preciosas, con velas de varios colores, con mucho espacio para termas, pórticos y triclinios, e incluso con gran variedad de vides y de árboles frutales, para recorrer las costas de Campania, banqueteando en pleno día entre danzas y conciertos».

Una de las anclas/Imagen: Pippo-b en Wikimedia Commons

Ambas embarcaciones se construyeron siguiendo el modelo de Vitruvio, un sistema estándar que llevó a forrar la obra viva de plomo (la que quedaba bajo la superficie) dejando la obra muerta policromada. Mientras la Nave Seconda utilizaba fuerza humana para moverse (grandes remos de mas de 11 metros de longitud manejados desde una estructura exterior del casco), la otra carecía de ello, por lo que se deduce que era remolcada. Además estaban equipados con bombas de achique, las más antiguas encontradas hasta la fecha, y un sistema de fontanería que proporcionaba agua caliente.

Sobre cubierta llevaban plataformas giratorias -se cree que para exhibir estatuas o quizá para facilitar el trabajo a grúas- que funcionaban mediante cojinetes de bolas, algo sorprendente para los arqueólogos porque se pensaba que ese sistema no se empezó a usar hasta el Renacimiento. Otra novedad fue el uso de anclas con duelas de hierro -hasta entonces sólo se usaban de madera- y un diseño que se adoptaría de forma generalizada ¡en el siglo XIX! Bien es cierto que se encontrarían modelos similares en Pompeya y otros sitios, demostrando que los romanos los usaban habitualmente.

El asesinato de Calígula en el 41 d.C. condenó también a sus barcos, de forma que apenas tuvieron una vida activa de un año. Tras ser vaciados de todo lo de valor, materiales incluidos, fueron hundidos deliberadamente y lastrados para que no salieran a flote de nuevo. O eso pensaban los enemigos del emperador; nunca se les pasó por la cabeza que dos mil años después alguien los devolvería a la superficie. Fue en 1929, aunque los pescadores locales sabían dónde estaban los pecios desde siglos atrás.

Foto del casco del más grande de los dos barcos de Calígula / foto dominio público en Wikimedia Commons

Hay noticias de ello ya desde 1446, cuando el cardenal Colonna organizó un intento de rescate que no salió bien porque la profundidad era excesiva para la época (18 metros) y lo que consiguió fue dañar los restos. Un siglo más tarde se volvió a intentar usando una campana de buceo y se sacaron piezas como mármoles, bronces y similares. Todo ello fue comprado por aristócratas para sus colecciones y se ha perdido su rastro. Pero las naves seguían allá abajo y hubo nuevas tentativas, unas particulares y otras gubernamentales.

La del Ministerio de Educación italiano de 1895 rescató un timón de bronce y varias tallas del mismo metal con motivos animales pero fueron simples extracciones sin contextualizar. Para entonces se había descubierto que no se trataba de un único barco, como se pensaba, sino de dos y empezaron a tomarse el asunto más en serio, recurriendo a ingenieros de la Regia Marina.

Éstos determinaron la necesidad de drenar el lago y fue lo que se hizo entre 1928 y 1929 por orden de Mussolini, ya en el poder. Al bajar el nivel afloraron, en efecto, dos pecios. Pero el lecho lacustre empezó a mostrar síntomas de deterioro grave y hubo que rellenarlo otra vez.

Representación artística de uno de los barcos / foto dominio público en Wikimedia Commons

El proyecto se retomó en 1932 y por fin se pudieron sacar las dos embarcaciones (más una tercera pequeña, de 10 metros de eslora, pero contemporánea de las otras), que se alojaron en un museo inaugurado ad hoc cuatro años después. Allí estaban la noche del 31 de mayo de 1944, cuando una escuadrilla estadounidense bombardeó los alrededores, ocupados por los alemanes, para cubrir el avance de la infantería. Al parecer las bombas no causaron daño, pero al cabo de un par de horas se incendió el museo sin que se sepa el porqué; hay quien apunta a que fueron los soldados de la Wehrmacht en su retirada, ante el avance enemigo.

El fuego consumió el edificio y su contenido, salvándose únicamente algunas maderas carbonizadas, elementos de bronce y las piezas ausentes porque, afortunadamente, habían sido enviadas a Roma. En 1953 se reabrieron las instalaciones, ya restauradas pero medio vacías, sólo con lo que se salvó, pues los barcos se perdieron. ¿Para siempre? Puede que no si sale adelante el llamado Proyecto Diana, que impulsa la asociación Dianae Lacus desde 1995 para su reconstrucción a partir de los dibujos y fotos.

En 2001, con ayuda del Ayuntamiento de Nemi, se terminó la sección de proa de la Prima Nave, pero el alto coste parece haber puesto fin al sueño. Quizá la esperanza esté en ese tercer barco que se busca ansiosamente.


Fuentes

Vida de los doce césares: Calígula (Cayo Suetonio)/Emperor’s treasure ships to be raised (Federico Halbherr en Popular Mechanics)/Roman religion and the cult of Diana at Aricia (C.M.C. Green)/The golden bough. A study in magic and religion (Sir James George Frazer)/Le 3 navi antiche del lago di Nemi (Giuliano Di Benedetti)/Greek and Roman mechanical water-lifting devices. The history of a technology (John Peter Oleson)/Caligulas Nemi Ships. The History of the Roman Emperors Mysterious Luxury Boats (Charles River)/Proyecto Diana/Wikipedia


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