En la parte cristiana de la Península Ibérica, el siglo XI fue el que alumbró los reinos de Castilla y Aragón, el del nacimiento de Portugal, el de la hegemonía del condado de Barcelona sobre los demás catalanes, el de las andanzas del Cid y el de la apertura de la Ruta Jacobea. En la zona musulmana cabe destacar la muerte de Almanzor pero, sobre todo, la descomposición del Califato de Córdoba en taifas, pequeños reinos que en aquellos primeros cien años llegaron a sumar nada menos que treinta y siete. Una de las taifas que brillaron con luz propia en ese período fue la de Denia, surgida en el año 1010 y que experimentó una etapa de paz y esplendor cultural de la mano de un gobernante erudito que no era de origen árabe ni norteafricano sino eslavo: Muyahid al-Amiri.

No hay apenas datos biográficos de Muyahid antes de eso. Se ignoran la fecha exacta y el lugar de nacimiento, sugiriéndose para la primera el año 960 y para el segundo la propia Denia, que por entonces pertenecía al califato cordobés. Sin embargo, decíamos que él era un saqaliba, término tomado del griego esclaveno (sklavinia, en original) y usado para referirse a los pueblos de etnia eslava que entraron en contacto con el Imperio Bizantino a partir del siglo VI. Los andalusíes y musulmanes del Mediterráneo occidental lo adoptaron y aplicaron a los esclavos europeos en oposición a la palabra ‘abīd, que designaba a los esclavos de etnia negra.

Se supone que su madre, a la que las fuentes llaman Yud, fue una cristiana capturada que compró Almanzor, quien por entonces tenía el cargo de háyib (algo así como chambelán) de Hisham II, el califa omeya de Córdoba, aunque en la práctica era quien ejercía la autoridad por la debilidad del gobernante. Fue Almanzor quien convirtió al islam al joven Muyahid, al que rebautizó como Abu-‘l Jaysh Muyahid ibn Abd Allah al-Amiri (o Muyahid al-Muwaffaq; se desconoce su nombre anterior) y proporcionó buena educación junto a sus propios hijos. No era extraña esa promoción de esclavos conversos en el sistema esclavista musulmán, llegando muchos a ejercer cargos importantes.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
Busto de Almanzor erigido en la localidad soriana de Catalañazor. Crédito: Luis Rogelio HM / Wikimedia Commons

En realidad, las fuentes se muestran confusas con esos datos biográficos. Algunas le llaman de otras formas (Muyahid bin Youssef bin Ali, por ejemplo) y otras le identifican como sirviente de Abd al-Raḥmān ibn Sanchul, hijo que Almanzor tuvo con Abda (nombre adoptado por su esposa Urraca la Vascona, hija del rey Sancho Garcés II de Pamplona), que fue valido amirí del mencionado Hisham II -con quien mantuvo estrecha amistad- y al que las crónicas cristianas, por razones obvias, llaman Abderramán Sanchuelo. De hecho, es probable que Muyahid estuviera al lado de éste en Denia porque le sucedió al frente de esa taifa cuando murió en 1009.

Ibn Jaldún, un sabio andalusí del siglo XIV, cuenta en su obra Al-Muqaddima (“Introducción a la Historia Universal”) que hubo un Muyahid que huyó de Córdoba tras el asesinato de Muhámmad II al-Mahdi, quien se había proclamado califa en 1099 tras derrocar y expulsar a Hisham II y Abderramán Sanchuelo, terminando él mismo depuesto por una revuelta bereber apoyada por el conde castellano Sancho García. Es difícil saber si se trataba del mismo Muyahid, pero es probable porque, según Ibn Jaldún, se refugió en Tortosa y de allí pasó a Denia.

Para complicar más la madeja, el cronista Ibn Idhari el Marrecoxí dice en su obra Kitāb al-bayān al-muġrib fī ājbār mulūk al-āndalus wa-l-maġrib (“Libro de la increíble historia de los reyes de al-Ándalus y del Magreb”, título generalmente sintetizado en Bayán), escrita hacia 1312, que Muyahid había sido gobernador del este de Argelia en tiempos de Almanzor y los acontecimientos que se precipitaron después de morir éste le impulsaron a saltar a Al-Ándalus y hacerse con la taifa de Denia. Un historiador actual, el ya fallecido egipcio Muhammad Abdullah Annan, invierte el orden y le sitúa primero en la taifa dianense y más tarde en Argelia, en el 1027.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
Los reinos de taifas en el año 1031. Crédito: Wilfredor / Wikimedia Commons

El caso es que Muyahid aprovechó aquella confusa etapa conocida como la Fitna de al-Ándalus (la guerra civil que colapsó el Califato de Córdoba entre los años 1009 y 1031) para convertirse en mandatario en la práctica de Denia en el 1010. Decimos en la práctica porque, al igual que su patrón Almanzor, ejercía el poder desde un segundo plano, a través de un califa omeya títere llamado ‘Abd Allah al Mu’ayti. Se trataba de un prestigioso jurista de linaje real, descendiente de Uqba ibn Abi Mu’ayt (un vecino y enemigo de Mahoma cuando éste comenzaba sus prédicas) y que fue el que le concedió el mando de Argelia y Denia sometido a su autoridad.

Éste, sin embargo, pronto se dio cuenta de que su subordinado era el que de verdad tenía la sartén por el mango y deseando librarse de esa sombra, no dejó pasar la primera ocasión que se le presentó para alejarlo: la campaña de conquista de Cerdeña. La isla, antaño posesión bizantina, había estado en manos musulmanas durante setenta años, entre el 710 y el 778, hasta que una insurrección popular expulsó a los invasores. Éstos intentaron regresar en el 821 pero fracasaron y desde entonces los sardos permanecían independientes, constituyendo un apetecible bocado que los piratas sarracenos cataban de vez en cuando. Ahora llegaba el turno de Denia.

Pese a su pequeño tamaño y juventud, esa taifa había alcanzado ya una posición de fuerza gracias al comercio marítimo, la fertilidad de sus campos y la prosperidad de comarcas como Altea, Orba, Bairén, Cocentaina, Sagra Callosa o Bocairente. Tanta como para ser la primera taifa en acuñar moneda, apenas un año después de comenzar su andadura independiente, en una ceca situada en Elda (municipio que actualmente se encuentra a unos ciento veintiséis kilómetros de Denia). Emitir moneda era un signo de prosperidad ya desde la Antigüedad, algo que en este caso se vio refrendado por la organización de un poderoso ejército de conquista.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
Dirhams acuñados en la taifa de Denia en el siglo XI. Crédito: Dorieo / Wikimedia Commons

Según Ibn al-Jatib, un erudito del siglo XIV natural de Loja y al que también se conocía con el apodo de Lisaneddín (“Lengua de la religión”), aquella tropa sumaba un millar de soldados que se embarcaron en una flota de ciento veinte naves y zarparon hacia el archipiélago Balear en 1015. Tras apoderarse de él, continuaron con el plan preestablecido y atacaron Cerdeña. Ocuparon la zona noroeste de la isla y la utilizaron como base de operaciones para realizar incursiones contra la costa noroeste italiana, arrasando Pisa al aprovechar que su ejército estaba de campaña en Calabria y comprometiendo el comercio italiano en el mar Tirreno, tanto el pisano como el de Génova, al asaltar sus naves mercantes.

Eso llevó al papa Benedicto VIII a convocar una cruzada local en la que una escuadra pisano-genovesa unió sus fuerzas con las de la resistencia insular, logrando derrotar a Muyahid después de una larga serie de ataques y contraatques de ambos bandos. Al final, no tuvo más remedio que retirarse, pero al año siguiente regresó habiendo reforzado sus tropas con caballería y venció al ejército del Juzgado de Cagliari, una de las cuatro jurisdicciones feudales en que se dividía administrativamente Cerdeña. Era, otra vez, la que estaba más al sur y desde allí volvió a enviar una expedición contra el continente, sitiando Ortonovo, localidad de Liguria. Allí se produjo una famosa anécdota recogida por Tietmaro, cronista y obispo de Merseburgo.

Según cuenta, Muyahid remitió al Papa un saco lleno de castañas que constituían una metáfora del número de soldados con que podía atacarle, pero el pontífice le respondió mandándole un saco de semillas de mijo equivalentes a los efectivos que él le opondría. Y, en efecto, en 1016 la flota combinada de Pisa y Génova apareció de nuevo en el horizonte, sembrando el pánico entre los sarracenos y provocando un motín. Muyahid embarcó con su familia para escapar, pero buena parte de sus barcos acabaron hundidos por una tormenta, siendo el resto capturados por el enemigo.

Entre el botín obtenido había, al parecer, un gran número de ovejas incautadas en Cerdeña y otros tesoros. Lo peor, no obstante, fue que su esposa, hermanos y varios de sus hijos cayeron prisioneros, entre ellos el heredero, Alí Iqbal al-Dawla, que pasaría una década en cautividad antes de que se pagase su rescate de diez mil dinares. Alí retornó bastante cristianizado, ya que su abuela, que recordemos que profesaba esa fe, prefirió quedarse en la isla y en ese tiempo le educó así, lo que obligó a su padre a instruirlo otra vez en el islam. Además en esos diez años añadió la lengua francesa a las dos que ya dominaba, árabe y mozárabe (al parecer también el romance hispánico, germen del castellano), en los que hasta escribía poesía.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
La fachada del Palazzo Ducale de Génova está decorada con ocho estatuas dieciochescas de grandes enemigos de la República derrotados y encadenados. Entre ellos figura Muyahid. Crédito: Postcrosser / Wikimedia Commons

Lamentablemente para él, en su ausencia Muyahid había nombrado sucesor a otro vástago, Hassan Saad al-Dawla, al que no hizo ninguna gracia verse relegado cuando volvió Alí y, como cabe imaginar, al fallecer su progenitor se alió con su tío Al-Mu’tadid bin Abbad, emir de Sevilla, para asesinarlo. Sin éxito, por lo que Alí tendría un reinado largo, próspero y pacífico, acordando para su progenie matrimonios diplomáticos y aplicando una política de tolerancia hacia los cristianos, como su padre, mientras su hermano acababa en el exilio.

Retomando a Muyahid, al volver de Cerdeña se encontró con que su gobernante títere ‘Abd Allah al Mu’ayti ya había tomado la iniciativa para concentrar en sí toda la autoridad, por lo que no perdió tiempo: ordenó arrestarlo y expulsarlo a Marruecos, quedando así ya como único mandatario. Entonces dio un giro radical a la política, renunciando a más aventuras exteriores para dedicar toda su atención a las relaciones con sus vecinos de Al-Ándalus.

Por supuesto, continuó enviando razias periódicas desde Denia y Baleares a los litorales de Liguria, Toscana y Lombardía porque era una costumbre habitual del Medievo, tanto en el mundo musulmán como en el cristiano y el nórdico, que se llevaba a cabo al terminar la temporada agrícola y servía para complementar la economía (botines, esclavos) y mantener adiestrada a la hueste. Sin embargo, fuera de eso, procuró evitar guerras y centró su atención en los vecinos.

Así, cooperó con Khairan al-Amiri, más conocido como Jairán, emir de la taifa de Almería, un eunuco eslavo y que había sido oficial del ejército de Almanzor hasta que se apoderó de la ciudad y se autoproclamó independiente, en la conspiración sucesoria al trono de Córdoba. Con Jairán tuvo sus más y sus menos por el agresivo expansionismo que demostraba éste, tratando de ampliar sus froteras a costa de territorios de Murcia, Jaén, Orihuela, La Mancha y Valencia. Esta última constituiría otro destacado episodio del período de Muyahid.

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Estatua de Jairán erigida al pie de la alcazaba de Almería, que el mandó reforzar. Crédito: Mike Peel (www.mikepeel.net) / Wikimedia Commons

Y es que la muerte en una revuelta de Mubarak y Muzzafar, los dos corregentes de esa taifa, le permitió alcanzar un acuerdo en 1020 con Labib al-Fata al-Saqlabi, emir de Tortosa (otro que era eslavo), para compartir el trono valenciano. Labir se quedó con el norte, que era la parte más rica, y él con el sur, pero sólo por un par de años, pues el pueblo valenciano, azuzado por Ramón Borrell, conde de Barcelona, Gerona y Osona, se rebeló y echó al tortosino; justicia poética en cierta forma, pues él había instigado la insurrección contra los corregentes anteriores. Muyahid quedó como regente único, aunque poco después cedió el cargo a Abd al-Aziz ibn Abi Ámir.

Era éste el hijo del antes referido Abderramán Sanchuelo (por tanto, nieto de Almanzor), por entonces un adolescente de quince años de edad. En agradecimiento mantuvo buena relación con Denia hasta que, como resultaba frecuente, la rivalidad acabó por estallar y derivó en una hostilidad en la que el joven no dudó en solicitar ayuda a los cristianos -al fin y al cabo, era nieto de uno, el rey Sancho Garcés II de Pamplona- y así extendió sus dominios hasta el río Segura. Ámir también tuvo problemas con Jairán, el emir de Almería, y cuando éste murió fue proclamado en su lugar, aunque el gobernador que destinó allí terminó independizándose.

Después del óbito de Jairán en 1028 y de que su lugarteniente, Zuhair a-Amiri, dejara su gobernación de Murcia para sucederle, Muyahid aprovechó y tomó la taifa murciana exigiendo un rescate para liberar al nuevo mandatario, Abu Bakr bin Tahir. Una década más tarde falleció también Zuhair a-Amiri y fue sustituido por Abd al-Aziz al-Mansur, que aunó bajo su mando las taifas de Murcia y Almería. Muyahid se sintió amenazado y le declaró la guerra desde Valencia, donde, pese a que se le unieron ciudades como Xátiva y Lorca, las hostilidades fueron favorables a Abd al-Aziz al contratar mercenarios castellanos.

Muyahid tuvo que regresar a Denia vencido como prólogo a unos años finales de decadencia en los que aceptó la autoridad nominal de un extraño personaje avalado por el emir abadí de Sevilla, Abú ul-Cásim Muhámmad ibn Abbad. Corría el 1030 y el emir, que también era un prestigioso cadí (juez) quiso afianzar su posición, inicialmente precaria, apoyada sólo por la nobleza, protegiendo a un impostor que afirmaba ser el califa Hisham II, tercer califa omeya de Córdoba, que había sido muy popular por subir al trono de niño superando intentos de asesinato, abolir impuestos y realizar victoriosas campañas militares.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
Dominios de los Amiridas (rojo oscuro) y territorios aliados o bajo su influencia (rojo claro); en el cuadro adjunto aparecen también las costas de Cerdeña y Córcega consuqistadas por Muyahid. Crédito: AbdurRahman AbdulMoneim / Wikimedia Commons

Pero su visir fue eliminado por Almanzor, que se quedó con el cargo y redujo al califa a la categoría de títere, aunque siempre respetando su vida para tener así una fachada de legitimidad. Al faltar Almanzor, su hijo Sanchuelo presionó al califa -ya adulto pero sin descendencia- para que le nombrara sucesor como nieto que era del rey pamplonés. En 1008, un levantamiento popular conocido como la Revolución Cordobesa derrocó a Hisham II y dio el mando a Muhámmad II al-Mahdi, bisnieto del famoso Abderramán III.

El depuesto califa permaneció preso hasta que en 1010 un golpe de estado protagonizado por mercenarios eslavos le devolvió el califato. Fue efímero; tres años más tarde, los bereberes volvieron a levantarse ayudados por el ejército del conde Ramón Borell, saquearon brutalmente Córdoba y nombraron califa a Sulaimán al-Mustaín, otro nieto de Abderramán III. No está claro qué pasó entonces con Hisham II. Unas fuentes dicen que marchó al destierro y se refugió en Lérida, probablemente en la localidad de Balaguer, donde fallecería en 1036; otras afirman que pereció a manos de los bereberes en 1013.

Sea como fuere, a lo largo de la Historia hemos visto a menudo que personajes desparecidos en circunstancias inciertas originan la aparición de leyendas e impostores. Uno de ellos usurpó la identidad de Hisham II, lo que resultó muy conveniente al emir sevillano para obtener legitimidad, puesto que había subido al poder sofocando otra revuelta bereber. Muyahid creyó de buena fe en aquel montaje, todo un símbolo de un progresivo debilitamiento que eclosionó en Bona, una ciudad norteafricana que estaba visitando en 1044 cuando se presentó allí una flota sardo-pisana que derrotó a sus fuerzas y le apresó para a continuación proceder a su ejecución cortándole la cabeza.

Aunque hay que atribuirle a Muyahid la ampliación de las atarazanas de Denia y, según la leyenda, la invención de los alamares (cordones para abrochar en vez de botones), decíamos antes que su gran legado fue principalmente cultural. En su corte acogió a buena parte de la élite intelectual de la época, sobre todo escritores y ulemas que habían dejado la turbulenta Córdoba. Fue mecenas de estudios teológicos y literarios, con especial énfaisis en el qiraat (recitación del Corán), que se supone que originó su nombre porque uno de los mayores expertos en qiraat fue Abu Bakr Ibn Muyahid, que falleció en el 936, tres décadas antes de nacer él.

Gobernante eslavo, taifa de Denia
Estatua en honor de Ibn Hazm erigida en Córdoba. Crédito: Xosema / Wikimedia Commons

Un ilustre erudito establecido en Denia fue Ibn Gharsiya, de familia cristiana vasca pero que, habiendo sido cautivo desde niño, fue criado en la fe islámica. Poeta muladí y katib (escritor), es famosa su risala (tratado) sobre el movimiento andalusí Shu’ubiyya (posicionamiento de los musulmanes no árabes ante el estatus privilegiado del que gozaban los de origen árabe), dedicándole otra a Muyahid y componiendo más obras bajo su mecenazgo.

Hubo más que trabajaron en esa taifa apadrinados por su emir. Por ejemplo, Ibn Hazm (Abén Házam para los cristianos), filósofo, teólogo, historiador, polígrafo y poeta descendiente de hispanos conversos cuya obra más célebre es Ṭawq al-ḥamāma (“El collar de la paloma”), pero otra titulada Yamhara (“Linajes árabes”) resulta de gran utilidad a los historiadores para conocer qué grupos tribales pasaron a al-Ándalus desde África durante la conquista. Y no hay que olvidar a Yusuf ibn ‘Abd al-Barr, prestigioso jurista que fue cadí en Lisboa y Santarem.

¿Más? Al Hamidi, jurista, escritor y recitador de hadices (un hadiz o jadiz es una recopilación de palabras de Mahoma) que hizo un tratado de prosodia; Abu’Amr al-Dani, maestro de recitación coránica; Abu Al-Hasan Ali bin Ismail, conocido como Ibn Sayyidah, lingüista ciego… Al último que vamos a reseñar, Ibn Darrach al-Qastalli, poeta áulico que recaló en Denia en 1028 tras servir a Almanzor y a la taifa de Zaragoza, corresponden los elegantes versos de una casida (poema árabe panegírico) elogiando el poder marítimo que llegó a tener Muyahid y son un buen final para este artículo:

Naves que son como esferas celestes y donde sus arqueros / son estrellas, armadas de punta en blanco. / Cruzas con ellas los abismos del mar, / y sus olas se fatigan por el peso abrumador.



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