A menudo se suele decir que la realidad supera a la ficción, de forma que cosas que encontramos en la vida real podrían parecer salidas de la imaginación de alguna mente visionaria o especial. Es lo que ocurre, por ejemplo, en un remoto lago de Uttarakhand, estado norteño de la India desgajado de Uttar Pradesh en 2009 y colindante al nordeste con el Tíbet y al sudeste con Nepal. Una zona algo apartada, por tanto, con espesos bosques en su parte baja y glaciares en la alta (allí nace el Ganges), último refugio para algunas especies endémicas como el tigre o la pantera de las nieves.
Pues bien, en Uttarakhand se encuentra un rincón insólito, un pequeño lago de montaña (2 metros de profundidad) de origen glaciar, situado en la falda del macizo Trisul, a 5.029 metros de altitud, que se ha hecho famoso por un extraño descubrimiento realizado en 1942 tras un descenso del nivel de sus aguas y la fusión de las nieves de sus inmediaciones: dos centenares de osamentas humanas que han hecho que al lago Roopkund, que tal es su nombre, se lo conozca popularmente como Lago de los Esqueletos.
En realidad no sólo hay huesos; también se han encontrado cuerpos momificados, conservados aceptablemente (algunos incluso tienen su cabellera) gracias a las gélidas condiciones climáticas. En total, son unos 200 individuos los que allí descansan en paz y las preguntas subsiguientes no se hacen esperar: ¿quiénes fueron? ¿Cómo es que un grupo tan considerable de seres humanos acabó sus días en tan remoto lugar? ¿Cuál fue la causa de su muerte?
Lo cierto es que hay muchos interrogantes pero no tantas respuestas. La primera hipótesis se formuló en base a la lógica y apuntaba a una comunidad nómada que habría sido víctima de algún desastre natural (un terremoto, un alud, una epidemia…) o que se había inmolado en una especie de suicidio ritual masivo. La identidad resultaba más difícil de determinar porque sólo había huesos, sin ningún tipo de material complementario que ayudase a ello salvo jirones de ropa. Por eso brotaron ideas de todo tipo: contingente de soldados japoneses que se extravió durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército del general Zorawar Singh extraviado en 1841 tras la batalla del Tibet…
En los años sesenta, la prueba de carbono 14 aplicada a las osamentas descartó todas esas posibilidades al datarlas entre los siglos XII y XV. En 2004 National Geographic organizó una expedición científica para intentar aclarar un poco las cosas y sus expertos pudieron comprobar dos puntos de interés: por un lado, observaron que muchos cráneos presentaban roturas redondeadas con trayectoria descendente, que atribuyeron a una granizada excepcionalmente fuerte; por otro, extrajeron muestras de ADN que revelaron la existencia de dos clanes o tribus diferentes pero emparentadas entre sí. Además, la datación retrocedió hasta el 850 aC.
Establecida la causa de la muerte y la época, faltaba determinar la identidad y ahí es donde hay que recurrir a la antropología. En esa región era común el culto a Nanda Devi, una montaña que se encuentra en Uttarakhand y es la segunda más alta de la India, identificándose con una diosa. Cada doce años se celebraba una fiesta en su honor -aún se hace, con un baño en las heladas aguas lacustres- que atraía a montones de peregrinos y posiblemente los esqueletos correspondieran a un grupo de ellos, sorprendidos por la furia de la naturaleza. De hecho, un poema local habla de la furia de una diosa que envió un fuerte granizo para matar a los intrusos que habían profanado su morada. Así que, en efecto, la realidad supera a la ficción.