Los hemos visto en los retratos pictóricos y en muchas películas, así como en unas cuantas obras literarias. Los bufones formaron parte del entorno de los reyes y nobles durante siglos porque se consideraba que humanizaban a los mandatarios. Por eso no eran algo exclusivo de Europa sino que lo hubo en casi todos los continentes, desde los taikomochi japoneses a aquel peculiar zoo de rarezas humanas que tenía Moctezuma.

De hecho, conocemos los nombres y las vidas de muchos de ellos, además de las imágenes que nos han dejado artistas como Velázquez, Carreño de Miranda o Sánchez Coello, por ejemplo. Ahora bien, casi todos eran hombres; apenas sabemos de algunos ejemplos de bufones femeninos y entre las pocas identificables están las inglesas Jane Foole, Lucretia the Tambler, Thomasina de París y Mathurine.

Conocidos como gente de placer porque su oficio consistía en proporcionar entretenimiento, bien por sus gracietas, bien por sus deformidades, bien por otro tipo de habilidades (malabarismos, trucos de magia…), solían tener permiso para expresarse libremente y decir o hacer cosas que a otros les estarían terminantemente vedadas, a veces incluso en medio de ceremoniales solemnes. Era su gran privilegio, pues, el no tener que contenerse; es más, se esperaba de ellos que no lo hicieran, lo que en ocasiones podía ponerles en peligro si la persona objeto de sus chanzas no sabía encajar éstas y decidía vengarse.

El bufón riente (anónimo holandés del siglo XVI, posiblemente Jacob Cornelisz van Oostsanen)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Bufones los hubo desde la Antigüedad (Augusto tenía un enano de voz chillona llamado Licino), aunque fue en la Baja Edad Media cuando la costumbre se afianzó plenamente, continuando durante la Edad Moderna hasta que en los prolegómenos de la Contemporánea, a finales del siglo XVIII, se le puso punto final. Los tiempos cambiaban, la Ilustración se imponía y aquellos seres raros, contrahechos y locos pasaron a ser más objeto de estudio que de diversión. Hubo excepciones, eso sí, y las cortes de España, Rusia y Alemania prolongaron un poco más la tradición. No deja de ser curioso que hoy en día se reviva en sitios como Vancouver (Canadá) o Conwy (Gales), donde se ha recuperado la figura del fool o tonto oficial del municipio.

Pese al estereotipo dominante, lo cierto es que hubo varios tipos de bufones, como explica José Luis Hernández Garvi en su libro Glorias y miserias imperiales. Por un lado estaban los que sufrían alguna tara física, como enanismo, gigantismo, obesidad mórbida, etc; se solía referir a ellos como monstruos. Un segundo tipo era el compuesto por enfermos mentales, a menudo discapacitados intelectuales en sus diversas variantes (síndromes de Down, Prader-Willi y otros) que se agrupaban bajo denominaciones como bobos, cretinos y similares. Finalmente había los llamados locos fingidos, es decir, cómicos profesionales intelectualmente normales, apreciados por su capacidad de hacer reir pero, a la vez, despreciados por considerárselos tópicamente cobardes y ambiciosos. Rigoletto, la ópera de Verdi, sería un buen ejemplo porque además está basada en un personaje real: Triboule, el bufón del rey Francisco I de Francia.

María Bárbara Asquin, Mari Bárbola (Diego Velázquez)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como decíamos antes, casi todos los bufones de los que tenemos noticia eran hombres, aunque no faltaron mujeres. En España, sin ir más lejos, hubo varias que además han alcanzado cierta celebridad por haber sido inmortalizadas en pintura. El caso más evidente es el de María Bárbara Asquin, más conocida como Mari Bárbola, una enana macrocéfala de origen centroeuropeo que estaba al servicio de la condesa de Villerbal y Walter, pero que al fallecer ésta pasó a ser dama de compañía de las infantas y como tal aparece retratada por Velázquez en Las meninas.

Pero hay más, como la enana Magdalena Ruiz, a la que podemos ver junto a la infanta Isabel Clara Eugenia en el retrato de Sánchez Coello; o Brígida del Río, alias la Barbuda de Peñaranda, pintada por Juan Sánchez Cotán; o Magdalena Ventura, otra mujer con hirsutismo que retrató José Ribera; o Eugenia Martínez Vallejo, a la que se apodó la Monstrua por sufrir obesidad mórbida y cuyo aspecto plasmó Carreño de Miranda en varios cuadros, tanto vestida como desnuda. Ahora bien, España es seguramente el país que mayor documentación literaria y artística ha dejado sobre mujeres bufonas pero no el único.

Efectivamente, en Inglaterra también hubo famosas bufonas, de las que Jane Foole quizá sea la más renombrada. Su identidad exacta se desconoce, al igual que su vida antes de entrar al servicio de María Tudor, que reinó en el siglo XVI a la muerte de su padre, Enrique VIII, y estuvo casada efímeramente con Felipe II de España, aunque ya como princesa disfrutaba de la gracias de Jane.

Eugenia Martínez Vallejo, la Monstrua (Juan Carreño de Miranda)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En algunos documentos de la época aparecen referencias a ella como «Beden the Fool», por lo que es posible que Beden fuera su verdadero apellido; obviamente, Foole no es más que una derivación de fool, que en inglés significa tonto/a, lo que apuntaría a algún tipo de discapacidad intelectual. Su nombre completo no consta en ningún sitio oficial, como tampoco la fecha ni el lugar de nacimiento.

Aparece citada por primera vez en las facturas de vestuario registradas entre 1535 y 1536. Ana Bolena falleció ese último año, por lo que se cree que quizá Jane estuviera a su servicio y a partir de ahí pasara al de Catalina Parr, la última esposa de Enrique VIII, que a su vez murió en 1548 y entonces quedaría bajo el amparo de María. O puede que, simplemente, fuera bufona de la corte en general, para solaz de todos.

Will Sommers en un grabado de Francis Delaram, siglo XVII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El titular en ese cargo era por entonces William Sommers, del que sí hay datos biográficos: natural de Shropshire, fue presentado al rey por un comerciante y el monarca quedó tan satisfecho con su sentido del humor que le ofreció un puesto a su lado. De Sommers se sabe que era discreto y honrado, pero también escatológico y vulgar, lo que le supuso alguna que otra furibunda amenaza de muerte del temperamental Enrique, que luego quedaba olvidada.

Al morir su señor, Sommers permaneció en la corte con su hija y sucesora, la citada María I, a la que, se dice, fue el único capaz de hacerla reir junto con el escritor satírico John Heywood (quien detestaba a Sommers). Compartió esa labor con Jane Foole y no falta quien sugiere que quizá estuvieron casados, aunque es mera especulación. El caso es que si bien conocemos el final de ese bufón (falleció en 1560 en Shoreditch, según consta en el registro de la parroquia de St. Leonard, donde una placa mantiene su recuerdo), en cambio ignoramos el de Jane.

Tras el óbito de María I en 1558, desaparece de la historia y sólo nos queda de ella algún dato curioso extraído de los archivos, como el haber obtenido de los reyes un amplio y valioso guardarropa; especialmente zapatos -docenas de ellos-, pero también prendas de cabeza porque se le pagaba cuatro peniques por raparla dos veces al mes, según consta en las facturas.

Detalle de La familia de Enrique VIII con el presunto retrato de Jane Foole/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Asimismo, se le asignaron un caballo y un sirviente llamado Hogman. Cayó enferma de importancia dos veces, una en 1543 y otra 1556, la segunda de una lesión ocular de la que se recuperó gracias a una tal señora Ager, a la que María I recompensó. La reina, por cierto, también sufragaba los gastos de las celebraciones de San Valentín (en las que las jóvenes solteras debían meter un regalo en unos cofrecillos que los varones les daban con sus nombres). Es probable que la soberana, a cuyo lado permaneció al menos veinte años, dejara testimonio escrito de su bufona en alguna carta; pero, si fue así, se ha perdido y únicamente queda una presunta imagen suya en la pintura La familia de Enrique VIII, donde aparece a la izquierda mientras que a la derecha se puede ver a Sommers.

Pero además de Jane estaba la mencionada Lucretia the Tumbler, que como se puede deducir de su apodo (tumbler significa acróbata), también formaba parte de ese equipo de entretenimiento y actuó a menudo junto a la otra, de ahí que algunos autores propongan que fue su cuidadora o al menos, buena amiga. Ella resulta más desconocida aún, pero parece ser que no se trataba de una bufona en sentido estricto -es decir, con discapacidad física o mental- sino más bien una artista circense que hacía acrobacias y malabarismos, contaba historias, cantaba etc.

En eso se parecía a los bufones que tuvo Isabel I, pues si William Sommers se retiró el día de la coronación de ésta y Heywood optó por irse a Francia porque era católico, la reina tuvo a otros en nómina que por lo visto eran igualmente multidisciplinares, caso de Dick Tarlton, Monarcho, John Pace, William Shenton, Robert Grene, Chester y Clod…


Fuentes

The queens’s fools (Guilde of St. George. Bristol Reinassance Faire)/On the trail of Jane the Foole (Denise Selleck en In the Issues Magazine)/Fools and jesters at the english court (John Southworth)/The King’s Fools – Disability in the Tudor Court (Historic England)/Glorias y miserias imperiales. Crónicas insólitas de la época de los austrias (José Luis Hernández Garvi)/The history of court fools (John Doran)/Wikipedia


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