En el año 1856 la Argelia francesa pasaba por un momento de paz tensa tras la dura resistencia ofrecida a la anexión del territorio que la monarquía de Luis Felipe había llevado a cabo en 1834 y ahora, veintidós años después, Napoleón III trataba de evitar nuevos conflictos que le obligasen a enviar tropas en un contexto en que por fin había paz al haber terminado la Guerra de Crimea.

El caso es que allí, en la residencia del jeque Bou-Allem, en medio del desierto, se escenificó un pintoresco tour de force en el que se logró la promesa de fidelidad a Francia cuando un ciudadano galo retó a un argelino a dispararle y atrapó la bala con la boca, dejando a todos impresionados. Ese hombre se llamaba Jean Eugène Robert-Houdin y, por supuesto, todo había sido un truco de magia.

Cuidado ahora con las confusiones. Quien más quien menos ha oído hablar de Harry Houdini, ilusionista y escapista que causó sensación entre los últimos años del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, muriendo de una peritonitis tras un absurdo incidente.

Harry houdini en 1918/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo que la mayoría no sabrá es el origen de su nombre, exclusivamente artístico ya que el auténtico era Erik Weisz; lo adoptó como homenaje a un famoso mago que había muerto tres años antes de que él naciera, con el que inicialmente quedó totalmente fascinado tras leer su biografía. En efecto, se trataba del protagonista de la anécdota argelina, considerado el padre de la magia moderna.

Aunque luego Houdini cambiaría de opinión tachándolo de impostor en un libro, por considerar erróneamente que se había apropiado de trucos e ideas de otros, Robert-Houdin ocupa un lugar fundamental en la historia del espectáculo porque a él se atribuyen varios de los trucos clásicos que representaban los ilusionistas, él empezó a actuar en locales en vez de en ferias y él adoptó la vestimenta clásica del mago (frac, corbata, chistera… en realidad la moda común de entonces) en vez del típico atuendo oriental que solían vestir hasta entonces sus colegas.

Nació en la ciudad francesa de Blois en 1805, uno de los años gloriosos de otro Napoleón, el primero; el año de Austerlitz. Huérfano de madre desde pequeño, su padre le envió a estudiar a Orleans, de donde regresó ya mayor de edad dispuesto a heredar el oficio familiar de relojero; lo hizo en el taller de su primo a despecho de los deseos de su progenitor, que quería que estudiase Derecho y le había conseguido un empleo en un despacho jurídico. Decidido a ser alguien en el mundo de la horología, adquirió por correo dos volúmenes sobre el tema pero por error le enviaron un célebre tratado de magia titulado Divertimentos científicos.

Aquella equivocación casual iba a cambiarle la vida. Jean Eugène no devolvió la obra sino que la leyó con tan creciente interés que siguió comprando otras e incluso recibió clases de Maous de Blois, un mago local aficionado gracias al que comprendió la forma de llevar a la práctica lo que explicaban teóricamente los textos. Y, así, ensayaba una y otra vez juegos de manos mientras ampliaba sus estudios y abría su propio taller de relojería en Tours; es decir compatibilizó ambas actividades e incluso empezó a actuar con un grupo, gracias a lo cual entró en contacto con un prestigioso mago llamado Torrini, en realidad el aristócrata Edmund de Grisi, quien le tomó como aprendiz.

Su casa natal en Blois es actualmente la Maison de la Magie (Museo de la Magia)/Foto: Wikimedia Commons

De esta forma, Jean Eugène pudo acceder a los salones de alcurnia de toda Europa. Durante una de esas actuaciones conoció a Josèphe Cecile Houdin, una joven dama con la que hizo buenas migas porque también era hija de relojero y con la que contrajo matrimonio en 1830, uniendo ambos apellidos y teniendo ocho hijos. Se establecieron en París, donde él empezó a trabajar para su suegro fabricando autómatas y mecanismos; algunos tuvieron tanto éxito -el famoso empresario circense Phineas Taylor Barnum compró varios- que le permitieron ser invitado a presentarlos en la corte.

Fue también en la capital donde encontró Père Roujol’s, una tienda de productos de magia que le permitió contactar con otros magos y prestidigitadores, ampliando sus conocimientos. Eso no le ayudó a evitar la muerte de su esposa por enfermedad en 1843 pero, como tres de sus hijos eran aún pequeños y necesitaban una madre, se volvió a casar ese mismo año con François Marguerite Olympe Braconnier. De esta forma pudo continuar alternando su labor de inventar en el taller con las actuaciones, a menudo vinculando las dos cosas para crear trucos nuevos.

Cartel de un espectáculo de Robert Houdin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por esas fechas, bajo el mecenazgo de un conde, pudo empezar a aplicar las novedosas ideas que tenía sobre el mundo del espectáculo, alquilando un salón del entorno del Palais Royal para reconvertirlo en un teatro al que bautizó con el nombre de Soirées Fantastiques: doscientas butacas, grandes cortinajes y araña en el techo. Vestido de frac, lo inauguró en 1845 en un show que fracasó por los nervios que demostró sobre las tablas, según admitiría él mismo, y la falta de publicidad. Pasó un mal momento, tanto anímico como económico (tuvo que vender sus propiedades para sufragar las deudas), pero no tiró la toalla y poco a poco fue adquiriendo experiencia y mejorando sus actuaciones, logrando además el aplauso de la crítica.

El éxito se debió a su capacidad para inventar trucos de ilusionismo, muchos de los cuales son auténticos clásicos: el más popular fue el de la clarividencia (averiguar con los ojos vendados qué objetos personales tenían los espectadores), pero también destacaron el de la suspensión etérea (hacer levitar a alguien «volviéndolo ligero» mediante la aspiración de un frasco de éter) y otras formas de prestidigitación que hacían desaparecer cosas a ojos del público para luego hacerlas reaparecer en el sitio más insospechado. Todo con la colaboración en el escenario de su hijo y, a veces, de su esposa, adornado con efectos especiales y recurriendo a la emblemática varita mágica.

Algunas de sus creaciones fueron vendidas a la competencia por su ayudante del taller y quizá de ahí viene la creencia de Houdini de que su homónimo predecesor los había copiado. Pero, de todas formas, Robert-Houdin pudo triunfar y si bien la alta sociedad parisina llenaba su teatro, pronto éste se quedó pequeño. El canto del cisne fue en 1847, cuando el rey Luis Felipe de Orleans asistió a una función acompañado de su séquito y le contrató luego para un pase privado. Con la Revolución del 48, caía la monarquía y se cerraba el local, obligando a su titular a empezar una tournée continental que le llevó a actuar ante la reina Victoria. Calmadas las cosas regresó a París y reabrió su espectáculo, aunque continuó haciendo giras durante años hasta su retirada.

La suspensión etérea/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Con la subida al poder de Napoleón III llegó la insólita misión en Argelia. Según contó el propio mago en sus memorias, se le pidió que viajase a la colonia para enfrentarse a los morabitos, es decir, los santones que vivían como ermitaños y bendecían a los fieles otorgándoles baraka (suerte), lo que llevaba a la población a mantener sus reticencias ante el dominio francés mostrándose levantisca; una serie de plagas y una epidemia de cólera habían agravado el descontento. Los morabitos solían utilizar trucos de magia y a Napoleón III se le ocurrió que un francés les demostrase que su magia era más fuerte.

Así fue cómo Robert-Houdin actuó en el teatro argelino de Bab Azoun y dio funciones a varios jeques usando sus mejores trucos. Ya vimos el de la bala, que fue la guinda del pastel junto con la impresión que causó el hacer desaparecer a un ayudante tras cubrirlo con una sábana, pero antes dejó a todos pasmados con uno de sus trucos favoritos, el del cofre: invitó a un fuerte beduino a coger una caja de madera especial anti-robos, lo que el otro hacía sin problemas, para luego, con unos pases mágicos, «debilitarle» de manera que ya no sólo no podía moverla sino que recibía un misterioso latigazo que le hizo salir huyendo. Se trataba de una descarga eléctrica (Robert-Houdin era un apasionado de la electricidad) y la trampa estaba en que el fondo del cofre era de metal y al contacto con un electroimán escondido en el suelo y debidamente activado en el momento preciso, lo inmovilizaba completamente a voluntad.

Después de asegurar la paz en Argelia con su actuación se retiró del todo, dedicándose a escribir hasta que el estallido de la guerra con Prusia hizo caer sobre el ilusionista el abatimiento, en parte por las difíciles condiciones de un país ocupado y en parte porque su hijo, que fue al frente en un batallón de zuavos, resultó gravemente herido en combate y murió. Entonces Robert-Houdin contrajo una neumonía y falleció también, en 1871. Curiosamente, el teatro Soirées Fantastiques fue vendido en 1888 a otro mago pero de naturaleza muy diferente, George Mélies, quien estrenó allí sus primeras películas; por desgracia, lo demolieron en 1924.


Fuentes

Confidencias de un prestidigitador. Una vida de artista (Jean Eugène Robert-Houdin)/The unmasking of Robert-Houdin (Harry Houdini)/Magic and showmanship. A handbook for conjurers (Henning Nelms)/Performing magic on the western stage. From the eighteenth century to the present (Francesca Coppa, Lawrence Hass y James Peck, ed)/Wikipedia


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