Como vimos en otro artículo. el navegante francés Jacques Cartier no fue el primer europeo que exploró la costa septentrional de Norteamérica, pero sí se distinguió de los otros -españoles, portugueses, británicos e incluso compatriotas suyos- en desembarcar para explorar aquellas tierras, adentrándose en ellas, entablando relaciones con los indios y sentando las bases para la colonización posterior de Samuel de Champlain.
También fue Cartier quien aportaría el nombre actual a aquel país que entonces se bautizó como Nueva Francia y hoy se llama Canadá.
Canadá es una palabra de origen iroqués, tribu que usaba el término kanata para definir el concepto de pueblo o asentamiento (por extensión tierra o ciudad). La tradición cuenta que Cartier la interpretó mal, creyendo que con él los indígenas se referían a toda la región, si bien ese error no está tan claro porque el marino lo reseña correctamente en algunas de sus cartas: «Llaman Canadá a una ciudad…» dice en una; y en otra habla de «le pays des canadas», es decir, el país de las aldeas.
En cualquier caso, esa denominación se alternaba a menudo con la más oficial de Nueva Francia desde que Cartier la empleó en su segundo viaje en 1535. A partir de mediados de siglo, el territorio empezó a aparecer como Canadá en los mapas y cuando en el siglo XVIII los británicos expulsaron a los franceses y les arrebataron sus colonias al norte de los Grandes Lagos, las llamaron The Canadas, que en 1841 formaron una provincia al unirse el Alto y el Bajo Canadá. Luego, en 1867, se unió a otras provincias (Nueva Brunswick y Nueva Escocia) para formar una confederación; se barajaron casi una treintena de nombres con que bautizarla, resultando elegido el de Dominio del Canadá, que perduró hasta 1982, año en que se simplificó de facto.
La iroquesa no es la única teoría que hay respecto a la etimología de Canadá. El filólogo británico B. Davies propuso que derivaba de Carnata, una región de la India o el grupo étnico que la habitaba, el kannada; recordemos que el contexto era la primera mitad del siglo XVI y que el objetivo del viaje de Cartier fue buscar un paso hacia ese país para abrir una nueva ruta especiera. Hay más ejemplos y muchos de ellos igual de estrambóticos: que si era un grito de guerra, que si venía de una efímera colonia fundada por alguien apellidado Cane, que si se originó en una frase de Cartier para describir el país («la tierra que Dios dio a Caín»), etc.
Ninguna de estas aportaciones tiene refrendo académico consistente, pero la que nos interesa especialmente es la que formula un origen ibérico de la palabra y que durante bastante tiempo tuvo gran difusión, defendida incluso por lingüistas extranjeros. Antes decíamos que Cartier no fue el primer marino en visitar aquellas latitudes; jurídicamente pertenecían a la corona castellana, que por el Tratado de Tordesillas se consideraba dueña de todo el litoral salvo la parte oriental de la línea trazada por ese documento, pero ni ingleses ni franceses estaban dispuestos a renunciar a su porción de las inmensas riquezas que ofrecía el Nuevo Mundo.
Así, los Caboto cruzaron el Atlántico y navegaron por la costa canadiense al servicio de Inglaterra, al igual que lo hicieron Verrazano para Francisco I, Corte-Real y Álvarez Facundes para Portugal o Esteban Gómez y Vázquez de Ayllón para España. Los portugueses llegaron hasta Groenlandia, pero realmente los intereses geoestratétigos de la corona lusa no estaban en aquellas latitudes; y aunque los italianos alcanzaron Terranova y Labrador, la cosa quedó en nada cuando desaparecieron durante un segundo viaje; por último, los españoles, al no encontrar indicios de una civilización rica comparable a las mesoamericanas, no pasaron de la Bahía de Cheasepeake y la desembocadura del río Hudson, al igual que el florentino Verrazano.
Se cuenta que la frustración de Gómez y Vázquez de Ayllón, al igual que la de los lusos, se plasmó en la expresión «acá nada» que ponían en los mapas y de la que devino la palabra canadá. Lo cierto es que no se conserva ningún mapa con semejante leyenda escrita, aún cuando pudieran haber avistado la que luego Cartier bautizó como Bahía de Chaleur, y tan sólo aparece identificada la que se llamaba Tierra de los Bacalaos, en alusión a Terranova, porque en sus aguas solían faenar pescadores vascos y portugueses al menos desde 1530. El caso es que, insistiendo en la teoría hispana, la palabra se la habrían pasado a los iroqueses, que la adoptaron y luego se la comunicaron a Cartier. Claro que tampoco consta en ningún sitio un encuentro entre esos indios y gente procedente de la Península Ibérica.
La cosa se complicó cuando el filólogo Marshall Elliott le dio la vuelta al asunto: los españoles, en efecto, no contactaron directamente con los iroqueses sino que le dijeron el nombre de la región al propio Cartier, pues hay indicios fundados de que éste había navegado por la zona en labores pesqueras antes de su expedición. Elliott afirma que el francés nunca dice en sus memorias que tomara la palabra canadá de los indios en ese sentido y opina que el término original era cañada, al que se habría quitado la virgulilla trocando la ñ por una n.
Algunos estudiosos españoles, como Juan Francisco Maura, abrazaron esa tesis y resaltaron ejemplos similares posteriores con otros nombres que hoy perviven como Cabo Cañaveral o Montana; incluso aventura que la palabra hurón, con la que se alude a otro pueblo indi del nordeste, fue también de introducción hispana, entre otras muchas más.
El problema es que Cartier jamás dijo nada al respecto, por lo que la hipótesis carece de fundamentación documental y por eso casi nadie la apoya.
Curiosamente, el franciscano galo André de Thévet, que aparte de capellán de Catalina de Médici también era cosmógrafo, dejó escrita en una de sus obras una significativa respuesta que habrían dado aquellos peninsulares del siglo XVI a los nativos cuando éstos les preguntaron qué hacían allí: «Segada canada». Claro que el sacerdote era bastante fantasioso y sus relatos están llenos de exageraciones, como era usual en la época.
Lo del religioso hubiera sido un buen un colofón humorístico a todo esto de no ser porque hay uno mejor aún. En el año 1983 Josh Freed y Jon Kalina insistieron en la teoría ibérica en su libro The anglo guide to survival in Québec (que forma parte de una colección de guías cómicas que resaltan los tópicos sobe distintos países), afirmando que lo que dijeron los españoles al ver aquella tierra fue «nada más que caca». Ahora sí, punto y final.
Fuentes
Sobre el origen hispánico del nombre «Canadá» (Juan Francisco Maura)/Naming Canada. Stories about canadian place names (Alan Rayburn)/Canadian English: a linguistic reader (Elaine Gold y Janice Mcalpine en Occasional Papers nº 6, Queen’s University, Kingston, Ontario)/Origin of the name Canada (Canadian Heritage)/Wikipedia
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