Una honda estupefacción debió de apoderarse de los asistentes a la fiesta que se celebró en el castillo de Donaueschingen la noche del 14 de noviembre de 1908. Allí, en medio del salón de baile y con la presencia del káiser Guillermo II, yacía el cadáver de todo un general del Imperio Alemán, Dietrich von Hülsen-Haeseler, que acababa de sufrir un infarto. Esto podría parecer el comienzo de una novela de intriga, pero había algo en la escena que destacaba de forma ostensible: el cuerpo del militar estaba ataviado con un tutú rosa y una guirnalda de flores adornaba su cabeza, habiéndose desplomado justo después de ofrecer un extraño espectáculo de danza que incluía besos provocativos a los presentes.
Corrían rumores acerca de la relación que el kaiser mantenía con el príncipe Philipp zu Eulenburg, amigo personal suyo de juventud y una de las personas más influyentes de su reinado, hasta el punto de que fue él quien le convenció para que en 1900 nombrara canciller a Bernhard von Bülow, al que el mandatario llamaba «mi propio Bismarck» y del que le atrajo especialmente que su objetivo fuera construir una gran flota de guerra para dominar los mares (a Bülow se le atribuye la famosa frase: «A los idealismos franceses sin significado, Libertad, Igualdad y Fraternidad, les oponemos las tres realidades alemanas, infantería, caballería y artillería»).
Eulenburg estaba casado con la princesa sueca Augusta Sandels desde 1875 y juntos tuvieron ocho hijos. Pero en el ámbito político formaba parte de lo que la oposición bautizó como Kamarilla der Kinäden o Círculo de Liebenberg, una camarilla cortesana cuyos miembros se llamaban a sí mismos la Tabla Redonda de Liebenberg (en alusión al feudo de Eulenburg). Uno de ellos era el conde Kuno von Moltke, teniente general del ejército, comandante de la ciudad de Berlín y ayudante de Guillermo II.
En noviembre de 1906, un periodista llamado Maximilian Harden publicó en su revista Die Zukunft («El Futuro») un artículo titulado Praeludium en el que culpaba de la debilidad política alemana a la costumbre de contactos personales que mantenía el Círculo de Liebenberg, cargando las tintas sobre todo en los ablandados Moltke y Eulenburg (al que tildaba eufemísticamente de «tardorromántico enfermizo»), pese a al belicismo de von Bülow.
La sutileza de aquellas palabras no impidió que su doble sentido llamase la atención en los círculos de poder y, en unos meses, iba a desatar lo que se conoce como el Escándalo Harden-Eulenburg. Tengamos en cuenta que el propio Bismarck, que ya falleciera en 1898, se había percatado en su momento de lo estrecho de la relación entre Eulenburg y Guillermo II, ordenando discreción a la prensa. Pero el viejo canciller detestaba al Círculo de Liebenberg por la tendencia liberal que mostraban sus integrantes y parece ser que no sólo fue él quien le puso nombre sino también quien informó a Harden de la naturaleza de los gustos imperantes en el seno de dicha camarilla.
Harden era hijo de un empresario judío -aunque él se había convertido al protestantismo- y hermano de un influyente banquero metido en política, por lo que no se trataba de un plumilla cualquiera; se sabía medio protegido por su entorno y contaba con el hecho de ser un reconocido simpatizante de Bismarck. Aunque tenía gran afición al teatro y llegó a trabajar en ese medio -tanto de actor como de crítico y empresario-, luego se decantó por el periodismo y empezó sus crónicas políticas en la revista Die Gegenwart con el pseudónimo Apostata (sic), pasando a continuación por varios diarios de orientación liberal hasta fundar su propia revista, la mencionada Die Zukunft.
No debía de ser una persona de trato fácil. En 1898 la revista Berliner Leben le definió como “el más odiado y, en cualquier caso, el más conocido de todos los escritores alemanes”. Y es que mantuvo agrias polémicas con intelectuales como los dramaturgos Hermann Sudermann y Gerhart Hauptmann (que ganaría el Nobel de Literatura en 1912), a pesar de que el segundo era compañero suyo en la Gesellschaft der Zwanglosen (“Sociedad de los libres”), junto a otros literatos y filósofos importantes. Como veremos, esa antipatía que destilaba iba a ser una constante en su vida.
En cualquier caso, su visceralidad le hizo adquirir una profunda aversión al Círculo, al que el denominaba Entourage («Séquito») y consideraba responsable de desvirtuar el legado político bismarckiano. Algo que no era exclusivo suyo, pues existía toda una corriente opositora en ese sentido e incluso circuló un libro anónimo, titulado Unser Kaiser und sein Volk! Deutsche Sorgen. Von einem Schwarzseher («¡Nuestro emperador y su pueblo!’ Preocupaciones alemanas. De un detractor»), en el que se planteaba que la camarilla vivía en una burbuja ajena al sentir popular, contemporizando con Francia y Gran Bretaña hasta el punto de estar dispuesta a devolver Alsacia y Lorena.
La mediación ejercida por Alfred von Berger, director del teatro de Hamburgo, permitió que no hubiera más publicaciones en prensa de momento. Pero, tras recuperar una antigua filtración de Bismarck -según contó, le hizo llegar una carta acompañada de una botella de vino-, el periodista chantajeó a Eulenburg, exigiéndole su renuncia al puesto de embajador en Viena en 1902 y al de delegado en la Conferencia de Algeciras en 1906. Las dos veces consiguió su propósito, aunque en opinión de algunos historiadores el escandaloso comportamiento íntimo del príncipe ya empezaba a ser la comidilla en el seno de su entorno de amigos e incluso en el familiar.
En cualquier caso, no fue él solo; entre 1906 y 1907 seis oficiales se quitaron la vida tras ser extorsionados de la misma manera y una veintena más fueron sometidos a juicio por tribunales militares. La cosa podía haberse quedado en Eulenburg, quizá, de no ser porque, habiéndose retirado de la vida pública a Suiza, regresó a Alemania para ser condecorado con la Verdienstorden vom Deutschen Adler (Orden del Águila Alemana), premio que concedía el Reich a los diplomáticos extranjeros -era prusiano-. Eso indignó a Harden, que en abril de 1907 publicó un nuevo artículo, Wilhelm der Friedliche («Guillermo el Pacífico») que aparentemente trataba un tema meramente político.
En concreto, una acerada crítica al gobierno nacional por su fracaso en la reseñada Conferencia de Algeciras, en la que se hizo el reparto colonial de África negándosele a Alemania sus aspiraciones de establecer un protectorado en Marruecos. Harden consideraba que esa decepción era el resultado de las insistentes promesas de paz que se hicieron ante la comunidad internacional por la posibilidad de que estallara una guerra con Francia (que, a la postre, se repartió el territorio marroquí con España), lo que había dejado patente un encuentro diplomático del káiser con el embajador francés en el que ambos mostraron buena sintonía.
Pero el objetivo inmediato del rijoso periodista era Eulenburg y en un nuevo texto explicó abiertamente que los dos amorcillos maduros y barrigones que aparecían flanqueando un escudo de Bavaria en una caricatura publicada anteriormente representaban a Eulenburg y «su novia» Moltke (al que Harden apodaba Tütü). Tamaña explicitud desató la tormenta y Guillermo II exigió a Eulenburg que demandase al periodista o se fuera discretamente al extranjero. El aludido lo hizo, decepcionado con la reacción del káiser, y se demandó a si mismo contando con que el fiscal era amigo suyo (en efecto, le absolvió).
Guillermo también mandó que se le entregara una lista de los acusados, que resultó muy parecida a otra que ya le había dado con anterioridad Leopold von Meerscheidt-Hüllessem, el jefe de la policía berlinesa, sin que entonces le prestara demasiada atención. En ella figuraban, aparte de los dos reseñados, el conde Georg von Hulsen (director general de los teatros reales de Prusia) y el citado canciller Bernhard von Bülow. También su tío Wilhelm Graf von Hohenau (teniente general del ejército, al que no hay que confundir con su sobrino homónimo medallista olímpico de hípica) y el mayor Johannes Graf zu Lynar. A estos últimos se les abrió un proceso por sodomía del que fueron absueltos por falta de pruebas, si bien un tribunal de honor les expulsó de sus cargos militares por no demostrar plenamente su inocencia y se fueron al extranjero.
Guillermo también forzó la dimisión de Moltke. Sin embargo, éste presentó una demanda por difamación contra Harden después de que el periodista rechazara su desafío a duelo. El juicio fue todo un espectáculo: Lili von Elbe, al ex-esposa del militar, declaró que él sólo había cumplido su deber conyugal las dos primeras noches y salieron a la luz fiestas en casa del mayor Lynar, a las que asistían también Eulenburg y Hohenau. Por tanto, Harden fue declarado inocente.
Ahora bien, la apelación del demandante y el desagrado contra el tribunal manifestado por el káiser hicieron repetir el proceso dos meses después. Esta vez hubo contradicciones en el testimonio de Lili von Elbe y fue desacreditada como histérica, arrastrando a Hirschfeld porque su diagnóstico se había basado en las declaraciones anteriores de ella. En suma, ahora los jueces consideraron culpable al periodista y le condenaron a cuatro meses de prisión y multa de seiscientos marcos, con lo que Guillermo II se sintió satisfecho y el diario liberal Tageblatt aplaudió el veredicto como aviso contra el sensacionalismo que mezclaba la política con la vida privada. Pero los tribunales todavía serían escenario de actualidad.
En marzo de 1908 el recalcitrante Harden convenció a un colega de profesión, Anton Städele, para que contase en el diario bávaro Neue Freie Volkszeitung cómo Eulenburg le había pagado un millón de marcos por mantener oculta su orientación sexual. A continuación, él mismo denunció al editor del periódico en Múnich. Se trataba de una astuta trama acordada entre ambos para que declarasen en un juicio dos supuestos testigos, un lechero y un pescadero, que afirmaron haber mantenido relaciones con Eulenburg en su juventud. Era la sublimación del escándalo, que tuvo repercusión mediática mundial.
Städele fue condenado a una multa de cien marcos que Harden le devolvió gustosamente mientras Eulenburg era imputado por perjurio. En junio de 1908, tras escucharse a medio centenar de testigos, Eulenburg tuvo que pasar por la humillación de ser arrestado y ver cómo el káiser le exigía la devolución de su condecoración. El juicio, que fue a puerta cerrada, tuvo que interrumpirse porque el acusado, muy afectado emocionalmente, se desmayó y debió ser trasladado a un hospital. Y así estaban las cosas cuando llegó el invierno y al príncipe Maximiliano Egon II de Fürstenberg se le ocurrió una idea que iba a resultar nefasta.
Organizó una gran partida de caza a la que invitó a Guillermo II, como hombre de confianza suyo que era, que tuvo lugar lugar en la finca de su castillo de Donaueschingen, en la Selva Negra (en el actual estado federal de Baden-Wurtemberg). Al término de la jornada del 14 de de noviembre, se celebró una fiesta nocturna cuyo protagonismo, como decíamos al principio, corrió a cargo de Dietrich von Hülsen-Haeseler. Berlinés de cuarenta y seis años, hijo mayor del director de teatros de la corte Botho von Hülsen y de la escritora Helene von Hülsen (de la que habían heredado el título de conde y tomado su apellido), era amigo de Guillermo II desde la adolescencia.
De hecho, habiendo elegido la carrera militar y ejercido de edecán de Guillermo II desde 1889, pasó por diveros destinos importantes -jefe de estado mayor en 1899, jefe del gabinete militar del káiser en 1902, por ejemplo- antes de alcanzar el grado de general de infantería en 1906. Éste era el hombre que aquella noche se presentó ante el resto de invitados como una inaudita bailarina: vestía un tutú rosa con plumas de pavo real que le había prestado la anfitriona, la esposa de Egon II; además se tocaba con guirnalda floral y realizaba grotescos pasos de ballet al son de un vals, mientras lanzaba besos y hacía gestos provocativos a la carcajeante concurrencia.
Evidentemente, a nadie se le escapaba que estaba haciendo una sátira burlesca de la situación judicial por la que pasaban las esferas políticas y militares del país; lo que no imaginaban era el trágico final que iba a tener el show. Al poco de terminar su interpretación, Hülsen-Haeseler empezó a sentirse mal a causa del desacostumbrado esfuerzo y un infarto le paró el corazón; en cuestión de minutos yacía muerto, sin que los médicos presentes fueran capaces de reanimarlo. Otro golpe contra la dignidad y la credibilidad de la clase dirigente teutona en el peor momento posible.
O lo hubiera sido de no ser por que se impuso un secretismo absoluto al respecto, máxime teniendo en cuenta que Guillermo II sufrió allí mismo una crisis nerviosa. El general fue enterrado en el Invalidenfriedhof de Berlín (un cementerio militar histórico) y, efectivamente, el patético incidente no trascendió a la opinión pública ni a los medios de comunicación. Lo más irónico estaba en que el difunto había sido el gran encubridor del Escándalo Harden-Eulenburg, el encargado de echar tierra sobre el asunto para evitar que todo derivase en una crisis institucional.
Por lo demás, ya vimos que Moltke, Hohenau y Laynar se retiraron con deshonores. Bernhard von Bülow no salió mal librado del asunto, pero perdió su cargo después de que autorizara al diario británico The Daily Telegraph una entrevista con el káiser, en la que éste rozó el ridículo alternando un grandilocuente e impostado amor por los británicos con descalificaciones vehementes, cuando no delirantes («Vosotros, los ingleses, estáis locos, locos, locos, como las liebres en marzo»). La imagen que dio de perturbado, dejando la diplomacia alemana por los suelos ante toda Europa, provocó que sustituyera a von Bülow en la cancillería por Theobald von Bethmann Hollweg, partidario de la distensión.
¿Y qué pasó con los principales personajes de esta tragicomedia? Maximilian Harden perdió amistades como la del periodista Karl Kraus, que escribió un duro panfleto contra su sensacionalismo. Enemigos, por contra, siguió ganándose unos cuantos y en 1922, tras haber cambiado radicalmente de ideología, hacerse socialista, manifestarse en contra de la Primera Guerra Mundial y considerar a Alemania culpable, recibió una grave paliza de unos freikorps (una milicia voluntaria formada por veteranos). Se refugió en Suiza y cuando falleció de neumonía en 1927, Der Angriff, el boletín oficial del NSDAP (el partido nazi), celebró la muerte de «uno de los individuos más malvados y despreciables que llevaron a Alemania al borde del abismo».
En cuanto a Eulenburg, el juicio contra él se reanudó en 1909… y en apenas una hora el acusado volvió a desmayarse, por lo que se le concedió libertad provisional con una fianza de cien mil marcos. Durante ese período, toda la aristocracia le evitaba como a un apestado y él se recluyó en su castillo de Liebenberg. Esa indefinida situación se mantuvo así, en suspenso, año tras año, dilatada por el estallido de la contienda mundial. Al concluir ésta tampoco se alcanzó un veredicto y Eulenburg murió en 1921, sin poder ser condenado ni exonerado.
Fuentes
Norman Domeler, The Eulenbeurg Affair. A cultural history of politics in the German Empire | Isabel W. Hull, The Entourage of Kaiser Wilhelm II 1888-1918 | Anton Pelinka, Sexuality in Austria | Malte Goebel, The Eulenburg Affair (en nomediakings.org) | Harry F. Young, Maximilian Harden. Censor Germaniae | Wikipedia
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