El número de naufragios de galeones españoles en América es tan grande que se hace difícil levantar un mapa que señalice todos los pecios, y eso contando sólo aquellos de los que se tiene noticia y están más o menos localizados. Sin embargo, se da una circunstancia muy curiosa y es que la gran mayoría de aquellos hundimientos tuvieron lugar en aguas del Caribe, debido a que allí el tráfico marítimo era mucho más intenso. Los casos ocurridos al otro lado del continente, en la costa americana del Pacífico, son bastantes menos y todos concentrados en el litoral californiano. Se trata de la carabela Trinidad (1540) y de tres galeones naufragados en 1599, 1641 y 1754, llamados respectivamente San Agustín, Nuestra Señora de la Ayuda y San Sebastián. Vamos a ver qué pasó con el primero.

El San Agustín era el galeón de Manila, es decir, uno de los barcos que cruzaban el océano Pacífico entre Nueva España (México, especialmente el puerto de Acapulco) y las Islas Filipinas, en una ruta que aprovechaba una corriente marina descubierta por Andrés de Urdaneta y que permitía hacer el llamado Tornaviaje en dirección Este en un tiempo que oscilaba entre tres y cuatro meses, uno más que a la ida porque dicha corriente formaba una curva hacia el norte que llevaba a los barcos frente a la costa de Norteamérica (para luego virar hacia el sur).

El 5 de julio de 1595 zarpaba de Manila al mando de Sebastián Rodríguez Cermeño, un joven (treinta y cinco años) pero experto marino portugués al servicio de la corona española (en realidad se llamaba Sebastiao Rodrigues Soromenho) que recibió del virrey Luis de Velasco y Castilla la orden de realizar una misión extra: aprovechar el paso por el litoral de California para buscar un lugar seguro donde los barcos españoles pudieran refugiarse en caso de ser atacados por piratas, avecinarse una tormenta o, simplemente, recalar para aprovisionarse tras la larga travesía oceánica antes de seguir hasta Acapulco.

La primera parte del viaje transcurrió sin novedad. A bordo del galeón, de ciento treinta toneladas y una tripulación de ochenta hombres, iban algunos pasajeros y soldados pero, básicamente, su carga estaba compuesta por mercancías orientales: porcelanas chinas, sedas, cera y otros artículos de lujo. Habían navegado durante unos ciento veinte días y finalmente avistaron tierra entre Point St. George y Trinidad Head, en California, virando a estribor para seguir en paralelo hasta que el 6 de noviembre alcanzaron una bahía de considerable tamaño (trece kilómetros de ancho) que hoy se llama Drake’s Bay porque allí había desembarcado Francis Drake en 1579, aunque Cermeño la bautizó como Puerto de los Reyes.

La nave fondeó allí para proceder al reaprovisionamiento y explorar un poco por tierra, pues los indios locales, de la tribu Miwok, se mostraron amistosos e incluso hubo intercambio comercial con ellos. Así transcurrió un mes. Entonces se desató una fuerte tormenta y ocurrió lo impensable: la furia de los elementos fue tal que el ancla no soportó la tensión y el navío fue arrastrado por el oleaje hacia tierra, estrellándose contra el fondo de arena y encallando con todo su rico cargamento antes de partirse por los golpes de las olas. Se ahogó una docena de personas pero la mayoría consiguió alcanzar la orilla. Resultó paradójico que el San Agustín se perdiese cuando menos peligro corría, después de haber atravesado la inmensidad del océano.

El Tornaviaje. Se aprecia cómo aprovechaba las corrientes y la parte final era de cabotaje por la costa de California
El Tornaviaje. Se aprecia cómo aprovechaba las corrientes y la parte final era de cabotaje por la costa de California

La tensión que surgió con los indios por quedarse los restos del desastre, llevó a los supervivientes a optar por irse cuanto antes: construyeron una embarcación a la que llamaron San Buenaventura por razones obvias y el 8 de diciembre salieron de nuevo al mar para intentar llegar a Nueva España. Dada su ausencia de explicación, hay que deducir que la niebla les impidió percatarse de la existencia de la bahía de San Francisco, aunque sí cruzaron la de San Pedro (actual Monterrey). Pese a la escasez de provisiones y a que la relación con los siguientes indígenas que encontraron ya no fue tan buena, el capitán no dejó de hacer esporádicas exploraciones terrestres. En una de ellas encontraron un pez varado de considerable tamaño (seguramente un cetáceo), gracias al cual pudieron recuperar fuerzas y guardar reservas para seguir.

Así, el 17 de enero de 1596 finalizaron su odisea arribando al puerto de Chacala (Jalisco). Pero para Sebastián Rodríguez Cermeño la pesadilla aún no había acabado. Las autoridades consideraron que no había cumplido adecuadamente su misión al no cartografiar todo lo que podía, sin tener en cuenta la apurada situación en que se encontró; acaso pensaron que se ocupó sólo de proteger lo poco rescatado de la mercancía porque, al igual que el galeón, era de su propiedad. A partir de ese momento se decidió que las exploraciones debían llevarlas a cabo expediciones ad hoc.

No obstante, en 1602, el navegante Sebastián Vizcaíno utilizó las cartas dibujadas por Cermeño para explorar de nuevo la costa californiana hasta el Cabo Mendocino al mando de una pequeña flotilla de tres naves con las que cartografió toda la región, dio nombres a los principales accidentes geográficos (Monterrey, San Diego, Carmel…) e incluso inspeccionó tierra firme, aunque la hostilidad de los indios le impidió internarse demasiado.

Hoy en día, los arqueólogos e historiadores han encontrado en la tribu Miwok una interesante fuente de información, por los objetos de procedencia asiática (vajillas, cubiertos, clavos de hierro, telas de seda…) que encontraron al excavar tumbas de esa tribu a mediados del siglo XX, fruto de su trueque con los españoles más los que les entregó la marea procedentes del pecio del San Agustín. El pecio del galeón San Agustín, pese al esfuerzo buscador de los expertos de la Universidad de Berkeley, sigue sin estar localizado con exactitud, pero sí se sabe que se encuentra en Tamal-Huye (el nombre miwok de la Bahía de Drake), cerca de Punta Reyes, y a muy poca profundidad (menos de trece metros). Una vieja tradición oral de los indios aún recuerda aquel día en que unos forasteros llegaron por el mar y se produjo el insólito encuentro entre dos pueblos tan distintos.

Más información: National Parks Service


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