El 24 de julio de 1959 Moscú fue la sede de un insólito evento: la Exposición Nacional Estadounidense, que seguía a la soviética celebrada unos meses antes en Nueva York, ambas con el objetivo reducir la tensión entre los dos grandes bloques de la Guerra Fría, aprovechando el período de deshielo que Nikita Krushchev impuso tras el stalinismo. Pero aquel extraordinario escenario tuvo un episodio inesperado cuando el previsto encuentro allí entre el líder soviético y el vicepresidente norteamericano Richard Nixon se convirtió en un amago de discusión a costa de los respectivos avances en la vida doméstica de ambos países; fue lo que ha pasado a la historia como el Debate de cocina.

Krushchev fue elegido primer secretario del Comité Central del Partido Comunista en septiembre de 1953, durante el gobierno de Malenkov, y presidente del Consejo de Ministros en 1958. Desde entonces, partiendo de la idea de que la política de la etapa anterior había dañado la imagen de la Unión Soviética ante el resto del mundo, acometió un proceso desestalinizador y como parte de esa tímida liberalización permitió a un buen número de ciudadanos viajar al exterior en 1957 y, a la inversa, abrió las fronteras a los turistas.

En 1958, tras una entrevista para la CBS, firmó un acuerdo cultural con EEUU que incluía la celebración de exposiciones sobre el estilo de vida de cada país en el otro, siendo la primera programada para junio del año siguiente en el Coliseum del Columbus Circle neoyorquino. «Debe haber más contacto entre nuestra gente” explicó Krushchev, aunque tanto unos como otros eran perfectamente conscientes de que, en realidad, esos eventos iban a ser las respectivas puntas de lanza propagandísticas en aquel proceso de distensión; un proceso necesario por otra parte, ya que la URSS acababa de probar positivamente sus primeros misiles intercontinentales nucleares.

Aprovechando asimismo el impulso propagandístico del exitoso lanzamiento del satélite Sputnik 1 -que hasta entonces Occidente creía un engaño-, que le daba ventaja en la carrera espacial (la respuesta de la NASA, el Vanguard, explotó al despegar), Krushchev en persona visitó EEUU en 1959. Convencido como estaba de que su país podía llegar a igualar el nivel de desarrollo que tenía el mundo occidental, el líder soviético tomó nota del avanzado programa de educación agrícola estadounidense para replicarlo a la vuelta, pero centró su exposición en esas triunfantes ciencia y tecnología que parecían otorgarle superioridad sobre su rival.

Al mes siguiente, le llegó el turno a la exposición americana, para la que se asignó el moscovita Parque Sokolniki. «Fortalecer los cimientos de la paz mundial aumentando la comprensión entre la Unión Soviética y el pueblo estadounidense, la tierra en la que viven y la amplia gama que ofrece la vida americana, incluida la ciencia, la tecnología y la cultura» fue el propósito declarado, si bien nadie era tan ingenuo como para no percatarse de que se buscaría compensar la fulgurante imagen dejada por sus predecesores.

De hecho, el presidente Eisenhower pretendía rebajar la influencia que la URSS tenía todavía en centenar y medio de países, para lo cual era necesario presentar como gran baza las ventajas de la democracia liberal, el libre mercado y el capitalismo en general. Y nada más representativo de todo ello que mostrar como bandera el American way of life, el estilo de vida de los ciudadanos de EEUU, que oponía sus mil y una comodidades a la espartana cotidianidad soviética.

George W. Allen, director de la USIA (United States Information Agency, una agencia dedicada a difundir y explicar en el extranjero las políticas estadounidenses) y Harold “Chad” McClellan, un industrial, fueron designados coordinadores iniciales, sumándoseles luego George Nelson, quien en 1957 ya había organizado una aplaudida exposición de la USIA en Sao Paulo. Fueron ellos los que apostaron por llevar pabellones que reflejasen el mencionado estilo de vida a través de infinidad de productos de consumo proporcionados por casi medio millar de empresas: decenas de modelos de automóviles, material agrícola, cosméticos, libros…

La estrella del complejo iba a ser una cúpula geodésica destinada a albergar los avances científicos y tecnológicos; lo fue, de hecho, pues al terminar la exposición los soviéticos la compraron. Pero otros rincones se llevaron el protagonismo históricamente. Uno de ellos era el Pabellón de Cristal, diseñado por el arquitecto Welton Becket, que lo dotó de una retícula interior llamada Jungle Gym que permitía llenarlo de productos de todo tipo desde el suelo hasta el techo. El otro era una casa prefabricada tipo rancho llamada X-61 a la que se rebautizó jocosamente como Splitnik, juego de palabras que combinaba el verbo inglés to split (“separar, dividir”) con el nombre del citado satélite soviético.

Diseñada por el arquitecto Stanley H. Klein, con mobiliario de Matthew Sergio (el interiorista de Macy’s), estaba cortada por la mitad en sección, como si de una maqueta se tratase, para permitir ver su interior. Medía ciento siete metros cuadrados y, según se publicitó, se trataba de un hogar pensado para una familia de clase media compuesta por madre, padre, una hija pequeña y un hijo adolescente; algo que, en suma, cualquier ciudadano de EEUU con un salario mínimamente digno se podía permitir (unos catorce mil dólares anuales).

Tenía tres dormitorios, dos baños, un salón, un comedor y una cocina que impresionaron a los anfitriones, poniendo así en evidencia las limitaciones de su realidad cotidiana. Era lo que buscaba Klein, que dotó de simplicidad a su trabajo para que no resultase demasiado inasequible a ojos de un soviético al mismo tiempo que lo dejaba asombrado con el equipamiento. Y es que había un sofá cama, tocadiscos de alta fidelidad, televisor, aspiradora autopropulsada… Pero lo más epatante era la cocina, dotada de frigorífico, lavavajillas, calentador de agua y horno, todo en tono amarillo para reforzar la idea de libre elección del usuario e individualización.

Sin embargo, todo aquel alarde constituyó la chispa que encendió lo que al principio decíamos que ha sido bautizado en ruso como Kujonnye debaty o en inglés como Kitchen debate, es decir, «Debate de cocina». Y no se trató de una discusión culinaria precisamente sino del escenario donde se produjo el encuentro entre Krushchev y Nixon. Tuvo lugar poco después de que éste, por entonces vicepresidente de Eisenhower (cuyo hermano menor, Milton, también estuvo presente en calidad de ex presidente de la Universidad Johns Hopkins), cortase la cinta de inauguración de la muestra.

Ya había tenido un primer intercambio dialéctico con el líder soviético poco antes, durante una primera reunión en el Kremlin en la que Krushchev protestó por la Resolución de Naciones Cautivas que el Congreso de EEUU había aprobado condenando el control que la URSS ejercía sobre los países del Este. En la exposición Nixon hizo de guía para el otro, tratando de abrumarlo con la ingente cantidad de productos que se exhibían en el Pabellón de Cristal y asegurándole que los supermercados estadounidenses estaban siempre repletos, una auténtica pulla porque los soviéticos solían sufrir desabastecimiento periódico.

Así empezó un debate que fue grabado en novedoso vídeo en color y que continuó en una de las secciones del edificio, la llamada Cocina milagrosa, en la que se exhibían múltiples electrodomésticos futuristas “que hacían la vida más fácil” y con los que las tareas de las amas de casa serían «eliminadas en el futuro con pulsar un botón». En realidad, como admitió el propio Nixon, muchos de ellos eran sólo prototipos que no estaban en el mercado pero abrían la senda de la comodidad doméstica de cara a más adelante.

A Krushchev esos objetos le parecían simplemente «una pérdida de tiempo», despachándolos de forma despectiva como «superfluos» y haciendo una alusión satírica a Tiempos modernos, la película de Charles Chaplin: «¿No tenéis una máquina que os pone la comida en la boca y la empuja hacia abajo?». Luego dijo que la URSS se centraba en las «cosas que realmente importaban» e incluso que “no creía que los obreros estadounidenses pudiesen permitirse el lujo de tales aparatos inútiles».

Nixon no entró al trapo y prefirió contemporizar diciendo que al menos la competencia era tecnológica en vez de militar, además de intentar una conciliación diciendo: «Puede haber algunos aspectos en los que ustedes estén por delante de nosotros, por ejemplo, en el desarrollo de la impulsión de sus misiles o en la investigación espacial. Puede haber otros aspectos, por ejemplo la televisión en color, en los que nosotros estamos por delante».

No obstante, el vicepresidente llevaba la lección aprendida y en tono distendido -ponía su dedo índice en la solapa del otro- insistió con los electrodomésticos, que eran una de las cosas que más marcaban la diferencia. Pasaron entonces a un estudio televisivo in situ donde acordaron retransmitir ese encuentro en sus respectivos países con las correspondientes traducciones, a pesar de los esfuerzos del segundo secretario del Comité Central, Leonid Brezhnev, por obstruir la labor de los reporteros gráficos.

Y retomaron el debate. «Las casas americanas duran más de veinte años, pero aún así, después de veinte años muchos americanos quieren una nueva casa o cocina. Su cocina ya estará obsoleta… El sistema americano está diseñado para aprovechar las nuevas técnicas e invenciones», presumió Nixon. El otro respondió con igual presunción: «Esto es de lo que Estados Unidos es capaz, y ¿cuánto tiempo ha existido? ¿trescientos años? Ciento cincuenta años de independencia y éste es su nivel. Nosotros hemos llegado a los cuarenta y dos años, y en otros siete estaremos al nivel de Estados Unidos y después llegaremos más lejos».

La cocina de la casa Splitnik, más realista que la anterior, acogió la parte final del debate. No llegó la sangre al río, como vemos, y se permitieron hacer predicciones del porvenir: Krushchev auguró que el comunismo se impondría en el mundo y los nietos de Nixon vivirían en tal régimen, mientras que el estadounidense profetizó lo contrario, que los nietos del líder soviético disfrutarían de una vida en libertad. Afinó más el segundo, pues Sergei, el segundo hijo de Krushchev, emigró a EEUU en 1999.

A manera de epílogo podemos añadir que las tres grandes cadenas televisivas estadounidenses -ABC, CBS y NBC- emitieron las grabaciones del evento al día siguiente mientras que la televisión soviética lo hizo el 27 de julio, de noche y con algunas partes censuradas. Nixon aumentó su popularidad, aunque perdió ante Kennedy las elecciones de 1960; el mismo año en que el derribo del avión espía americano U-2 puso fin a la impostada distensión entre bloques.

Eso sí, la empresa All-State Properties, la que construyó la casa, creció como la espuma y lanzó al mercado una oferta de hogares alternativos baratos; aún está activa.


Fuentes

Blanca Esquivias Román, Una grieta en el Telón de Acero. Restitución gráfica de la American National Exhibition (1959) | David Krugler (ed.), The Kitchen Debate (en TeachingAmericanHistory.org) | Karin Zachmann y Ruth Oldenziel (eds.), Cold War Kitchen. Americanization, technology, and European users | Wikipedia


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