Las derrotas de ejércitos modernos a manos de fuerzas indígenas constituyen un episodio de la Historia de casi todos los países que vivieron aventuras coloniales: los estadounidenses en Little Big Horn, los británicos en Issandhlwana, los italianos en Adua, los españoles en Annual… Son algunos de los ejemplos más conocidos. Otros, en cambio, no lo son tanto; es el caso de los alemanes en la batalla de Lugalo.

Lugalo es una localidad de la región de Iringa, en el centro de Tanzania. En 1885, la Conferencia de Berlín puso fin a las disputas entre Alemania, Francia y Gran Bretaña por el reparto del continente africano, adjudicando a cada país una zona. Los germanos se quedaron con lo que se llamó el África Oriental, más conocida como Tanganika, que abarcaba lo que hoy son Tanzania, Ruanda y Burundi.

Un lugar aún salvaje, con un modo de vida tribal y de donde fue necesario extirpar el mercado de esclavos, que controlaban los árabes dirigidos por el sultán de Zanzíbar, en una campaña que duró dos años: la Rebelión Abushiri, que terminó en 1890.

Sin embargo, esto no fue suficiente para los nativos del sur, que deseosos de librarse también de los europeos, se alzaron en armas bajo el nombre común de Hehe (por su grito de guerra) a las órdenes del jefe Mkwawa. Al igual que Shaka hizo con los zulúes, Mkwawa consiguió unir a un centenar de clanes bajo su carismático mandato y, en plena expansión de poder, desafiar al Imperio Alemán atacando sus asentamientos comerciales y las caravanas que atravesaban el país.

Las autoridades coloniales decidieron poner fin a aquello manu militari y en el verano de 1891 enviaron un contingente expedicionario a las órdenes de Emil von Zelewski, un veterano que ya había combatido a los citados abushiri y se había retirado pero que aceptó volver, reclamado por su experiencia.

Emil von Zelewski (dominio público en Wikimedia Commons)

Zelewski se puso al frente del Kaiserliche Schutztruppe una pequeña fuerza compuesta por dos compañías de askaris (soldados nativos sudaneses), una de zulúes, otra de artillería y una sección sanitaria que, junto con sus oficiales alemanes y turcos, sumaban más de tres centenares de hombres. Además llevaban 170 porteadores y enormes rebaños de animales (burros, vacas, ovejas y cabras), esto último debido a las dificultades para recibir abastecimiento. El armamento con que estaban equipados era el fusil Máuser Jägerbüchse 1871 con bayoneta, aunque los oficiales también llevaban revólver y sable. Asimismo, contaban con un cañón Krupp de 78,5 mm. y dos ametralladoras Maxim.

Frente a ellos, los hehe combatían desnudos, armados únicamente con lanzas (5 arrojadizas y una corta, usada a manera de espada) más algunos anticuados fusiles de avancarga. El gran escudo oval que usaba cada guerrero no sólo le servía de protección sino que identificaba a qué regimiento pertenecía, según los colores con que se pintaba. Parece ser, según fotografías de la época, que también era costumbre ponerse pinturas de guerra en la cara, con lo que su aspecto sería bastante feroz.

Saliendo de Kilwa el 22 de julio de 1891, la columna de Zelewski avanzó hacia el centro neurálgico de la rebelión, la citada región de Iringa, aplicando a su paso una implacable táctica de tierra quemada sobre los poblados insurrectos. Los hehe procuraron rehuir el enfrentamiento abierto, retirándose siempre hacia la espesura. Pero en realidad todo obedecía a un plan preconcebido, pues estaban preparando una emboscada con unos 3.000 hombres dispuestos a caer sobre un enemigo que, ante su avance sin oposición, había caído en la arrogancia y ni siquiera enviaba patrullas de reconocimiento.

Guerreros Hehe/Imagen: Bundesarchiv, Bild 105-DOA0039 / Walther Dobbertin, en Wikimedia Commons

Zelewski alcanzó Lugalo la mañana del 17 de agosto de 1891, avanzando en fila simple, sin proteger sus flancos. Cuando una bandada de aves echó a volar entre la maleza, un oficial alemán disparó sobre ellas para obtener carne fresca y precipitó los acontecimientos. Como si de una señal se tratase, de pronto se empezó a oir el cántico de los hehe y miles de guerreros se abalanzaron de pronto sobre la fuerza expedicionaria. Fue un ataque tan súbito y abrumador que los askaris apenas tuvieron tiempo de desprenderse de sus mochilas y cargar sus fusiles.

Como una gigantesca e imparable ola, los guerreros hehe cayeron sobre ellos, buscando la lucha cuerpo a cuerpo. Los soldados, poco familiarizados con sus armas, perdieron unos segundos preciosos y no tuvieron tiempo más que para hacer un par de descargas antes de que las lanzas de los hehe empezaran a acuchillarles. Por eso mismo, el cañón y las ametralladoras quedaron inéditas en la batalla. Los hehe embolsaron a su adversario en medio de un caos, en el que se mezclaban animales corriendo en todas direcciones, porteadores huyendo y los propios askaris retirándose en desorden hacia no se sabe dónde.

Zelewski y varios de sus oficiales murieron a lomos de sus caballos en la primera embestida y tres compañías fueron completamente exterminadas. Sólo la retaguardia, mandada por el teniente Tettenborn, logró retroceder y atrincherarse en un promontorio, donde mandó clavar la bandera y tocar la corneta para servir de referencia a los supervivientes que escapaban. El teniente Heydebreck y el cabo Wutzer, que también se habían hecho fuertes en otra loma, se les unieron junto con una veintena de soldados y algunos porteadores, dispuestos a resistir por sus vidas.

Monumento alemán a los caídos en Lugalo/Imagen: Michael Branz en Wikimedia Commons

En cuanto al grueso de la columna, hacia las siete y cuarto, apenas quince minutos después de iniciarse el ataque, todo había terminado; los hehe se repartieron entre los que saqueaban a los caídos, los que remataban a los heridos y los que se dedicaban a cazar a los escasos supervivientes. Luego, borrrachos de victoria, prendieron fuego a la pradera para quemar vivos a los que se ocultaban. Heydebreck y Tettenborn esperaron hasta primera hora de la tarde por si alguien más conseguía unírseles. Cuando quedó claro que no, ordenaron la retirada hacia el este, antes de que el enemigo les cortaran esa vía de huida.

Por la noche, acamparon junto al río e hicieron recuento de sus efectivos: 62 askaris, 3 suboficiales alemanes (uno murió poco después por las heridas), 2 suboficiales turcos, 74 porteadores y 7 burros. Eso significaba que el número de muertos era espeluznante: 256 askaris, 4 oficiales alemanes, un turco, 96 porteadores y decenas de animales, aparte de que unas 300 armas de fuego modernas quedaban en poder de los hehe.

Las bajas de éstos no se pueden cuantificar con exactitud, calculándose entre 250 y un millar; Tettenborn estimó unos 700. Un par de monolitos recuerdan hoy el lugar de la masacre en memoria de los respectivos fallecidos de ambos bandos.

La mermada tropa colonial continuó su penosa marcha y pudo ponerse a salvo en la ciudad de Myombo el 29 de agosto. La revuelta Hehe duró tres años y terminó en 1894 con el asalto germano a Kalenga, la capital del jefe Mkwawa, quien se suicidó antes que caer preso; su cabeza fue enviada a Alemania, que no la devolvió a Tanzania hasta 1954, al Museo Memorial Mkwawa. Curiosamente, una década después los hehe serían aliados de los teutones contra la rebelión Maji Maji (1905-07).


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