En noviembre de 2016 se cumplieron 500 años del inicio de la neutralidad de Suiza, un país con muchas contradicciones como por ejemplo el hecho de contar, siendo neutral, con uno de los ejércitos mejor pertrechados del mundo. El caso es que, salvo durante el período de las guerras napoleónicas, cuando les fue imposible mantener su status, los suizos han sido neutrales al menos teóricamente durante cinco siglos. Pero, ¿cuál es el origen de esa neutralidad?
Hay que remontarse a las Guerras Italianas, una serie de conflictos que, entre los años 1494 y 1559, implicaron a varios estados europeos como Francia, España, el Sacro Imperio Romano Germánico, Inglaterra, Venecia, los Estados Pontificios, el Imperio Otomano, las ciudades-estado italianas y la Confederación Helvética. El motivo fueron las disputas dinásticas por los derechos sobre el Ducado de Milán y el Reino de Sicilia Citerior.
Uno de esos conflictos fue la Guerra de la Liga de Cambrai. La Liga, formada por el Papa Julio II tenía como objetivo frenar la expansión territorial de Venecia. Su última y decisiva batalla fue la de Marignano, entre el 13 y el 14 de septiembre de 1515, librada en las cercanías de la actual localidad de Melegnano a 16 kilómetros al sur de Milán. En ella se enfrentaron Francia y Venecia contra la alianza del Milanesado, los Estados Pontificios y la Confederación Helvética.
Previamente los suizos habían obtenido sucesivas victorias, capturando numerosos territorios del norte de Italia, incluyendo Milán y cortando así la ruta de acceso de los franceses. Estos no se quedarían quietos y buscaron la forma de internarse en el Milanesado utilizando un paso alternativo y difícil a través de los Alpes.
Así, el 13 de septiembre ambos ejércitos presentan batalla, contando los franceses con una superioridad de 2 a 1 (40.000 hombres frente a los 20.000 suizos) y el apoyo de la mejor artillería europea del momento. A pesar de su inferioridad numérica los suizos consiguen adentrarse en el campo francés, arrasando a los mercenarios alemanes que protegían la artillería. Todo parecía a su favor hasta que en la mañana del día 14 hace su aparición la caballería ligera veneciana, atacandoles por la espalda. Es el fin para los suizos, que se retiran dejando 12.000 muertos en el campo de batalla.
Como resultado de la victoria francesa un año más tarde, el 27 de noviembre de 1516, la corona francesa impone a la Confederación Helvética un tratado de paz, firmado en la localidad de Friburgo. Pero no es un tratado normal y corriente, y lo más singular es que quien sale ganando con él es precisamente Suiza.
Se trata de un Tratado de Paz Perpetua, que a diferencia de lo habitual, que era mantener los tratados hasta la muerte del monarca firmante, obliga a ambas naciones y a los sucesivos gobernantes a mantener la paz a perpetuidad, sin establecer un término.
No solo eso, por el tratado Francia reconoce la expansión suiza en el norte de Italia y le concede las posesiones conquistadas al Ducado de Milán. Además Francia se obliga a indemnizar a la Confederación Helvética por las guerras pasadas con 700.000 escudos, además de 2.000 florines anuales a cada uno de los 13 cantones suizos.
La razón que los historiadores dan para explicar las ventajas obtenidas por los suizos en el tratado es que, a pesar de haber sido derrotados, seguían siendo una potencia militar temible, y haciendo tales concesiones Francia se aseguraba no volver a tenerlos como enemigos. Está claro que la neutralidad les salía rentable, y por ello los suizos la mantuvieron desde entonces a rajatabla.
Todo terminó casi tres siglos después, en 1792 cuando las tropas revolucionarias francesas invadieron Suiza. Sin embargo, cuando el Congreso de Viena en 1815 restableció su independencia, los suizo no solo continuaron cumpliendo el tratado de paz perpetua, sinó que lo ampliaron de manera universal, dictando leyes que prohibían incluso la participación de ciudadanos suizos en guerras extranjeras.
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