Artillero, estratega, estadista, legislador… Una de las cosas que sitúan a Napoleón Bonaparte por encima de otros militares y políticos es esa extraordinaria capacidad para destacar en diversos campos. Pues bien, hay una cualidad más que añadir al corso más célebre de todos los tiempos, pese a ser prácticamente desconocida por la mayoría: la de escritor. No nos referimos a sus cartas y proclamas, ni a sus populares aforismos; ni siquiera a las memorias que redactó en Santa Elena, sino a literatura de creación: un relato que hizo en 1795 con el título de Clisson y Eugénie.

Se trata de una breve novela de apenas veintidós páginas, las cuales permanecieron fragmentadas y dispersas a lo largo de dos siglos hasta que el historiador británico Peter Hicks y la directora de los Servicios Bibliotecarios de la Universidad de Borgoña, Emilie Barthet, lograron reunirlas en 2007 tras descubrir la última sección que faltaba. Al año siguiente sacaron una primera versión con una introducción de Armand Cabasson, un escritor francés de fantasía y novela histórica policíaca especializado en la época napoleónica.

Recopilar todas esas páginas fue una tarea ardua, una auténtica labor detectivesca y paciente. Cuarenta de ellas habían sido publicadas por primera vez en 1920 -luego hubo más ediciones-, pero de forma incompleta, obviamente, y bajo el título de Manuscrito de Kornik. Pertenecían a la colección legada por el conde Tytus Działyński, un militar y político prusiano-polaco editor de libros históricos, bibliófilo y protector de las artes. Al estar escritas a mano, antiguos funcionarios del emperador (el conde de Montholon, el barón Fain, el general Monnier y el duque de Bassano) pudieron identificar la letra y confirmar su autenticidad.

Página manuscrita de Clisson y Eugénie correspondiente al conjunto de Kornik/Imagen: Andrzej Otrebski en Wikimedia Commons

Cuatro páginas más fueron pasando de mano en mano entre anticuarios y coleccionistas británicos de manuscritos antiguos durante la primera mitad del siglo XIX. En 1955 las compró Howard Samuel, un acaudalado promotor inmobiliario londinense, miembro del Partido Laborista y editor de los periódicos Tribune y New Statesman, que pagó por ellas dos mil trescientas libras y a continuación las donó al Karpeles Manuscript Library Museum, una de las colecciones privadas de manuscritos y documentos históricos más grandes del mundo (tiene una decena de sedes por todo EEUU y sus fondos van rotando por ellas para exhibirse al público gratuitamente).

Otro museo, el Histórico Estatal de Rusia, ubicado en Moscú, conserva los originales de un fragmento más que el conde Grigoriy Vladimirovich Orlov, uno de los favoritos de la zarina Catalina la Grande, compró en 1823 durante una estancia en París, haciendo honor a su fama de derrochar el dinero en la adquisición de obras de arte y literatura. La editorial francesa Fayard publicó esas páginas en 2007, poco antes de que Peter Hicks y Emilie Barthet empezasen a reunirlas.

Comenzaron ese año, decíamos, a partir de un fragmento que había pertenecido a Étienne Soulange-Bodin, famoso biólogo, botánico y militar á quien Napoleón condecoró con la Legión de Honor y contrató para ocuparse de los jardines de Josefina en la Malmaison, recomendado por su anterior patrón, el Príncipe de Beauharnais. El prestigioso horticultor falleció en 1846, pero veinticinco años antes ya se había desprendido de las páginas en cuestión, que un francófilo británico adquirió y conservó hasta que en 1938 salieron a subasta en Sotheby’s.

Sede de la Karpeles Manuscript Library Museum en Santa Bárbara, California/Imagen: Peaceray en Wikimedia Commons

Quien las compró, por sesenta y cuatro libras y asesorado nada menos que por el escritor Stefan Zweig, fue Hermann Eisemann; sin embargo, se desprendió pronto de ellas vendiéndoselas a Julio Lobo y Olavarría, un rico azucarero cubano de ascendencia venezolana que estaba exiliado en Nueva York y era un entusiasta del mundo bonapartista hasta el punto de que en 1961 fundó en La Habana -a donde regresó agasajado por el régimen castrista- un Museo Napoleónico con piezas originales que pertenecieron al emperador o tuvieron relación con él (planos, trajes, esculturas, cuadros, muebles, armas, libros…).

Sin embargo, en 2005 ese fragmento ya no estaba en el museo sino en poder del italiano Fausto Foroni, un comerciante que coleccionaba autógrafos. Allí lo descubrieron Hicks y Barthet, uniéndolo a las otras partes reseñadas y a la página inicial del manuscrito, que localizaron en manos de un coleccionista privado francés que la había adquirido por veinticuatro mil euros en una subasta organizada por el dueño anterior, un compatriota, también gran diletante de la historia de Napoleón y coleccionista de objetos de entonces: el financiero André de Coppet.

Ahora bien, Clisson y Eugénie todavía seguía incompleto; faltaban cuatro páginas de las que no había rastro ni referencias. Todo un misterio que al final resultó no serlo tanto: simplemente se habían desprendido del conjunto de la colección Orlov en el museo moscovita, sin que nadie se percatase. Hicks y Barthet ya tenían el relato completo y pudieron comprobar que algunas páginas estaban repetidas o reescritas, lo que les llevó a deducir que su autor no quedó contento con la primera versión y probó hasta cinco borradores más. Por tanto, tuvieron que hacer una labor de sintesis editora para sacar uno definitivo.

Sede del Museo Napoleónico de La Habana/Imagen: Christian Pirkl en Wikimedia Commons

Por entonces le quedaba tiempo libre para ello, podría decirse. En 1793 Napoleón tenía veinticuatro años y acababa de llegar a la Francia continental con su familia, que huía de Córcega porque se había enemistado con el líder revolucionario Pasquale Paoli, ya que éste defendía la secesión de la isla y los Bonaparte eran partidarios de una república pro-francesa. Fue entonces cuando cambió su apellido de Buonaparte a Bonaparte, cuando fue nombrado comandante de artillería en Toulon y cuando se inició en la escritura con un panfleto político titulado Le souper de Beaucaire, en el que un soldado habla con cuatro comerciantes y escucha sus opiniones y temores sobre el contexto que vive el país.

Le souper de Beaucaire, que estaba basado hechos vividos por él mismo, llamó la atención de Robespierre, quien le apoyó en su carrera militar. El traslado al papel de la experiencia propia se puede hacer extensiva a Clisson y Eugénie, ya que el argumento de la breve obra guarda cierta similitud con la inestable vida amorosa que mantenía entonces. Primero con Désirée Clary, hermana pequeña de su cuñada Julia (la esposa de José, el futuro rey de España); la había conocido poco antes, en 1794, comprometiéndose con ella en abril de 1795.

Pero ése mismo año apareció otra mujer en su vida: Josefina, una criolla de Martinica que se había separado de su esposo infiel, el príncipe Alejandro de Beauharnais, y quedó viuda poco después al ser él ejecutado por antirrevolucionario. Ella se salvó de la guillotina por poco y, aunque tenía seis años más que Napoleón, ambos iniciaron una relación afectiva, rompiéndose así la promesa de matrimonio con Désirée. Y decíamos que tal vaivén sentimental guarda parecido con lo que narra Clisson y Eugénie, cuyo argumento resumimos a continuación.

Recreación artística de la cena que Napoleón mantuvo con unos comerciantes e inspiró su panfleto Le souper de Beaucaire. Obra de Jean-Jules-Antoine Lecomte du Nouÿ/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Clisson, un oficial del ejército francés hastiado de la guerra, decide tomarse un descanso en un balneario del centro de Francia y allí conoce a dos jóvenes, Amélie y Eugénie. Perdidamente enamorado de la segunda, se casa con ella y se retiran a vivir al campo, donde tienen varios hijos.

Sin embargo, Clisson tiene que regresar al frente y resulta herido, por lo que envía a un camarada de armas llamado Berville a tranquilizar a su esposa. Lo que hace Berville es seducirla, con lo que Eugénie deja de escribir a su marido, el cual les remite una última carta antes de partir a la batalla de nuevo en busca de la muerte, que le llega en una carga de caballería.

Aparte de la vivencia personal, hay que decir que para dar nombre a su protagonista, Napoleón recurrió a Olivier V de Clisson, condestable de Francia que luchó junto a Bertrand du Guesclin contra los ingleses durante la Guerra de los Cien Años (y quizá por ello tenía su admiración); era hijo de Juana de Belleville, a la que ya dedicamos un artículo. Ahora bien, a decir de los expertos, Bonaparte recibió asimismo influencia de otras obras de la época. Entre ellas se suelen citar fundamentalmente dos y bastante conocidas.

Cubierta de una edición inglesa de la obra de Napoleón

Una es Die Leiden des jungen Werthers («Las penas del joven Werther»), de Goethe, en la que el protagonista, un joven sensible y pasional se enamora de una mujer ya comprometida con otro y que no le ama, pese a conseguir entablar una buena amistad con ella. La otra es Julie ou la Nouvelle Héloïse («Julia o la nueva Eloísa»), de Rousseau, en la que una joven noble y su humilde preceptor se enamoran pero al pertenecer a clases sociales diferentes deben mantener su relación a escondidas.

Aparte de un argumento de amores imposibles o trágicos, típico del Romanticismo de finales del siglo XVIII-principios del XIX , lo que tienen en común todas estas obras, incluyendo la napoleónica, es la importancia del correo (la obra de Rousseau, de hecho, está escrita en forma de intercambio epistolar).

En ese sentido, Napoleón es una de las figuras históricas que más cartas escribió en su vida, con la ventaja de que la mayoría se conservan: unas cuarenta y dos mil, que alguna vez se han publicado ocupando quince volúmenes. Está claro que tampoco le temía al papel en blanco.


Fuentes

Napoleón Bonaparte, Clisson et Eugénie (Emilie Barthet y Peter Hicks)/A brief history of the manuscript (en BookHuger) | Philip Dwyer, Napoleon. The path to power, 1769-1799 | Wikipedia


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