Napoleón no necesita presentación, todos los libros de historias hablan de él y de su gran ansia por dominar el mundo casi en su totalidad. No habrá casi nadie que no sepa de su baja estatura o de su increíble intuición para llevar a cabo unas batallas de las que pocas veces salió perdedor. Pero la historia de este pequeño gran conquistador, guarda secretos que solo los más estudiosos e interesados en su figura conocen.
Datos como que empleaba sus conocimientos y estrategias en los naipes, juego del que era un gran apasionado, sobre el campo de batalla o como que gracias a él hoy existe la Nutella. A éstos hay que sumarle uno de los más curiosos e interesantes, sobre todo teniendo en cuenta que estando en Santa Elena el emperador francés llegó a arrepentirse de su campaña en suelo español, ya que ésta fue el principio del fin de su poder. Una aventura más que sigue siendo desconocida por la gran mayoría de la gente y que tiene como telón de fondo la navidad de 1808 en Tordesillas y a Napoleón Bonaparte como protagonista.
Tras la pérdida de 200.000 soldados en el intento de sumar España a su colección de territorios conquistados y con una estrepitosa derrota a sus espaldas como lo fue la de Bailén, el mismísimo Napoleón Bonaparte decidió que era el momento de pisar él mismo suelo español para poder enderezar el curso de los acontecimientos. Así fue como el 6 de noviembre de 1808 el emperador cruzaba la frontera que separa Francia de España a través de Bayona acompañado de un gran ejército formado por 90.000 hombres.
Tras enfrentarse en Burgos y salir victorioso en la batalla de Espinosa de los Monteros y más tarde en la de Gamonal, Napoleón puso rumbo a la capital, el principal objetivo de su campaña militar. La victoria en la batalla de Somosierra, en la que participó el propio Napoleón, facilitó el acceso del ejército francés a la capital, que finalmente se rindió el 3 de diciembre de 1808.
Ya en Madrid, Napoleón recibió una información que situaba a las tropas ingleses, comandadas por el general John Moore, en dirección a Valladolid aunque finalmente, y en vista a que su ejército era muy inferior al francés, decidió modificar su rumbo y dirigirse hacia León para unirse a lo que quedaba del ejército británico derrotado en Espinosa.
Así fue como en los últimos días de diciembre, Napoleón Bonaparte se vio obligado a perseguir a los ingleses en largas e intensas jornadas. En una de ellas, una terrible borrasca de nieve obligó al emperador y a su ejército a hacer un alto en su expedición y buscar cobijo en Tordesillas. Era el 25 de diciembre de 1808.
Napoleón Bonaparte se alojó en una hospedería situada al lado del Convento de Santa Clara y que estaba regentada por las propias religiosas. Poco después de su llegada, las tropas francesas detuvieron a dos hombres y al cura de Tordesillas acusados de haber estado espiando los movimientos del ejército francés en la zona. Las órdenes eran las de ejecutarlos a la mañana siguiente.
A media tarde, Napoleón mandó llamar a la abadesa del Convento, María Manuela Rascón, una monja de avanzada edad que se vio obligada a abandonar la clausura para corresponder a los deseos del emperador, que no quería otra cosa que charlar con la abadesa. Según los escritos que todavía se conservan de la época, ambos se debieron caer bien ya que estuvieron toda la tarde hablando y compartiendo café, una bebida desconocida para la religiosa hasta el momento.
Tal debió ser el aprecio que surgió entre ambos, y quizás también motivado por lo entrañable y susceptible de las fechas, que Napoleón decidió regalarle a la abadesa un total de mil monedas de oro para la comunidad religiosa, que para la época era una auténtica fortuna, además de concederle el título de abadesa-emperatriz.
Pero María Manuela Rascón no era mujer de grandes lujos y agradeciendo las atenciones, decidió rechazar el regalo a cambio de una petición bastante especial: que el emperador le perdonase la vida a los tres hombres que su ejército había encarcelado. Quizás Napoleón se quedó sorprendido por la misericordia y generosidad de la religiosa, o quizás simplemente quería llevar a cabo una buena acción en Navidad, pero sea por el motivo que fuere, el emperador decidió concederle el deseo a la abadesa y así fue como aquellos tres hombres consiguieron salvar la vida aquel 25 de diciembre.
Muchos serán los escépticos que pongan en duda la veracidad de esta historia, que ofrecería la visión más humana y bondadosa de Napoleón Bonaparte, pero lo cierto es que es 100% verídica y se encuentra registrada en un documento de la época encontrado en el Monasterio de Santa Clara. Sobre la duración de la estancia del emperador en su peculiar alojamiento de Tordesillas los datos ya no son tan precisos, quizás solo pasó la jornada del 25 al 26 de noviembre o puede que estuviera más días y mantuviera alguna que otra amigable charla con la abadesa. Nunca lo sabremos, tan solo que el emperador de emperadores pasó la Navidad de 1808 en un pueblo de Castilla.
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