En el año 1939, ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la sombra de la Alemania nazi cayendo sobre Francia, el primer ministro galo Édouard Daladier recibió en su despacho la insólita solicitud de incorporación al ejército para combatir en defensa de su país por parte de un exiliado. No estaba firmada por una persona cualquiera sino por uno de apellido bien conocido en la historia nacional: Bonaparte. El autor de la petición era nada menos que el príncipe Napoleón.
A pesar de tan impresionante acreditación, Daladier rechazó la propuesta amparándose en la Ley de Exilio de 21 de junio de 1886 que prohibía la presencia en territorio francés de los cabezas de las familias reales e imperiales que habían ocupado el trono en tiempos pasados (Borbón, Orleáns y Bonaparte), así como a sus hijos mayores, vetándoles además el poder servir en las fuerzas armadas. La norma sería derogada en 1950 pero de momento cerraba el paso a aquel inaudito voluntario.
¿Quién era el príncipe Napoleón? Se trataba de Louis-Jérôme Victor-Emmanuel Léopold Marie Bonaparte, también conocido como Napoleón VI por los bonapartistas irredentos, ya que representaba a la Maison Impériale Française (Casa Imperial Francesa) desde 1926 y lo seguiría haciendo hasta su muerte en 1997. No descendía directamente del célebre Emperador sino de su hermano menor, Jerome, siendo hijo de Victor Napoleón y la princesa Clementine de Bélgica; por tanto, biznieto de Luis Felipe de Orleáns, ya que sus abuelos maternos fueron Leopoldo II (el que se adueñó del Congo) y Luisa María de Orleáns.
Consecuentemente, el joven Louis se crió en la ciudad belga de Lovaina (aunque nació en Bruselas en 1914), si bien pasó un tiempo en Inglaterra, acogido por la ex-emperatriz Eugenia de Montijo. Luego se fue a estudiar Ciencias Políticas a Lausana (Suiza), donde se estableció. La muerte de su padre, acaecida en 1926, le había convertido en el nuevo pretendiente bonapartista a un hipotético trono imperial de Francia con sólo doce años, razón por la cual su madre hizo de regente hasta que alcanzara la mayoría de edad.
Como pasó con todos a los que les tocó vivir aquellos tempestuosos tiempos, la Segunda Guerra Mundial cambió todas las previsiones. Louis no se resignó ante la negativa de Daladier y, decidido a servir en armas como fuese, tiró del gran recurso francés para esos casos: la Legión Extranjera, donde, al menos en teoría, cualquiera podía enrolarse sin contestar preguntas sobre su pasado o su vida privada. Adoptó el nombre de Louis Blanchard, que originalmente era Plankaert (el pseudónimo que usaba cuando ocasionalmente visitaba el país de incógnito) pero el oficial de reclutamiento del batallón en el que se alistó lo transcribió fonéticamente de esa manera.
Así pues, el 19 de marzo de 1940, el legionario Blanchard, número 94.707, firmó un contrato que debía durar hasta el final de la contienda y fue enviado inicialmente a Sathonay-Camp, una población de Lyon que, como indica su nombre, albergaba un campamento militar. La garantía de anonimato de la Legión le permitió seguir adelante sin ser reconocido siquiera por un antiguo maestro, el general Boyer. Unas semanas más tarde le destinaron a una villa del noroeste de Argelia llamada Saïda. De allí pasó a otra guarnición más meridional, Kreider, a las órdenes del teniente de origen austríaco Otto Ritter von Heymerle.
El legionario Blanchard no pudo combatir en el frente porque la poderosa Wehrmacht ocupó Francia en cuarenta y seis días, firmándose el Armisticio de Compiègne, que implicaba la desmovilización. Por eso su petición de ir como voluntario a lo que se conoce como la Tercera Batalla de Narvik (en Noruega, donde luchaban cinco batallones franceses de los que dos eran de la Legión) no sólo fue desestimada sino que terminó con la licenciatura del ejército.

Volvía a ser Louis Bonaparte pero le quedaba una última bala en la recámara: unirse a la Resistencia. En 1942 viajó a España con el objetivo de cruzar los Pirineos en compañía de tres camaradas pero el grupo fue descubierto y arrestado por los alemanes. Tratándose de quien era, le ofrecieron un trato de favor pero se negó a aceptarlo y fue recluido en el Château du Hâ, una fortaleza de la Guerra de los Cien Años situada en Burdeos que los invasores usaban como prisión para políticos (allí, por ejemplo, estuvo también Daladier).
Luego le trasladaron a la Prisión de Fresnes, en el sur de París, un centro penitenciario histórico tras cuyos muros cumplirían más tarde condena, irónicamente, los colaboracionistas y luego los militantes de la OAS y el FLN. En ese momento la Gestapo lo utilizaba para encerrar, torturar y ejecutar a los agentes británicos y miembros de la Resistencia. A Louis no debió agradarle el sitio porque exigió ser deportado a Alemania o la liberación; la intervención de la familia real italiana consiguió que le pusieran en arresto domiciliario.
Eso le permitió entrar en contacto con su primo Joachim, descendiente de Murat, que le ayudó a unirse a la ORA (Organisation de Résistance de l’Armée), una rama de la Resistencia formada por militares fundada por el general francés Aubert Frère el 31 de enero de 1943, después de que los alemanes ocuparan la Francia Libre; Joachim formaba parte de la Brigada Carlos Martel y moriría en acción en julio de 1944. Al mes siguiente el propio Louis Bonaparte, que esta vez se hacía llamar Louis Monnier, estuvo a punto de acabar igual operando en la región de Châteauroux.
Fue el 28 de agosto en pleno centro del país: en un lugar llamado la Butte, perteneciente al municipio de Heugnes (departamento del Indre). Louis fue el único superviviente del grupo de seis hombres que circulaban en un camión cuando el vehículo resultó alcanzado por un cañonazo. Quedó herido en una pierna pero pudo escapar y, tras recuperarse, se unió a la División Alpina, recibiendo la Legión de Honor. También obtendría otras condecoraciones, como la Cruz de Guerra, la Medalla de la Resistencia Francesa y la Medalla Conmemorativa de la Guerra.

Finalizado el conflicto y desmovilizado, se le autorizó a residir en Francia de forma extraoficial, aunque prefirió quedarse en Suiza con el título de conde de Montfort. Eso sí, visitaba París de vez en cuando hasta que en 1950, con la abolición de la citada ley de 1886, se puso fin a esa cuestión. El año anterior se había casado con Alix de Foresta, hija del conde Albéric y con quien tuvo dos niños y dos niñas. Dedicado exitosamente a los negocios, con empresas en África (Sahara, Congo…), lo mismo llevaba la clásica vida de bon vivant correspondiente a su alcurnia (senderismo, esquí, buceo, automovilismo) que velaba por preservar la herencia histórica de su apellido.
Parte de ella la donó al estado fancés en 1979, incluyendo cartas y objetos de Napoleón y Napoleón III. Pero cuando él falleció en Suiza, en 1997, la representación familiar quedó en manos de su hijo Jean-Christophe; no era el mayor, ya que a éste lo desheredó por divorciarse y volver a casarse sin su permiso, sin contar que era un demócrata que, según sus propias palabras, estaba más cerca del Napoleón republicano que del imperial.
El funeral fue oficiado en la iglesia de Los Inválidos de París, todo un detalle porque ese sitio fue fundado por el Napoleón original. Allí se depositaron sus restos mortales, custodiados por una guardia de honor que forman cuatro legionarios, aunque luego fueron llevados a la Capilla Imperial de Ajaccio, Córcega.
Fuentes
Note sur le patronyme et les titres dans la familie Bonaparte (Jean-Claude Lachnitt en Napoleon-org)/Noblemen who fought in the French Foreign Legion (Nikola Budanovic en War History Online)/Battle rages for the Napoleonic succession (John Lichfield en Independent)/Wikipedia
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