Si hablamos de un personaje histórico corso y apellidado Bonaparte, a buen seguro que todos pensarán inevitablemente en Napoleón. Pero si añadimos que no estudió en una academia militar sino en la universidad (Derecho, para más señas) y que en política acabó alineándose con la monarquía francesa, ya surgirán algunas dudas. La explicación es que en realidad nos referimos a su padre, Carlo Buonaparte, que también tuvo un papel interesante en la Historia.

Situémonos geográficamente en Ajaccio, la capital de Córcega, isla que por entonces todavía no pertenecía a Francia sino a la República de Génova. Los genoveses tenían un estado independiente que había dominado la costa de Liguria desde el siglo XI, extendiendo su red comercial por todo el Mediterráneo en competencia con Venecia. Pero desde el siglo XVII estaba en franco declive y en el siglo XVIII apenas era una sombra de lo que fue. En 1745 entró a regañadientes en la Guerra de Sucesión Austríaca, no tanto por apoyar a los Borbones franceses y españoles -con los que mantenía cierta vinculación estratégica- como por recelar de las indisimuladas ansias de anexión por parte del Reino de Cerdeña.

Ése era el contexto cuando nació en Ajaccio, la capital insular, Carlo-Maria Buonaparte. Fue en 1746, el mismo año en que lo hizo Francisco de Goya y el mismo también en que fallecía Felipe V, rey de España, al que sucedió su hijo Fernando. Aquel bebé era de familia noble, hijo de Giuseppe Maria Buonaparte y Maria Saveria Paravicini, un matrimonio de la aristocracia corsa con rancio abolengo, pues el origen familiar se remontaba a la Edad Media: a Guglielmo di Buonaparte, un gibelino que había formado parte del Consejo Municipal de Florencia allá por el siglo XIII, pero que tuvo que huir de la ciudad para refugiarse en Sarzana (cerca de La Spezia) cuando los güelfos tomaron el poder. Tres siglos después, un descendiente de Guglielmo llamado Francesco se estableció en Córcega.

Córcega y las ciudades más importantes de su entorno. Las líneas son las fronteras del mar Ligur/Imagen: Carnby en Wikimedia Commons

Giuseppe, el progenitor de Carlo, que en 1749 sería nombrado diputado de Ajaccio en el consejo de Corte francés, era nieto de Sebastiano Niccoló Buonaparte y su esposa Maria Colonna Bozi, lo que significa que los Buonaparte habían emparentado con una familia de ilustre apellido como los Colonna, aunque hay historiadores que lo dudan. En cualquier caso, Carlo no fue el primogénito, ya que tenía dos hermanos mayores, Maria Getrude y Sebastiano; también tendría una hermana menor, Marianna, que murió muy joven. La madre, Maria Saveria, también fallecería pronto, en 1750, por lo que Giuseppe contraería segundas nupcias con María Virginia Alata; no hubo más hijos.

Carlo estudió en su juventud con los jesuitas y a continuación, como decíamos al comienzo, entró en la Universidad de Corté, en Córcega, para cursar Derecho, la misma carrera que hizo su padre. Durante su etapa universitaria escribió una obra académica sobre el derecho natural y el derecho de gentes. Luego prosiguió sus estudios en Pisa. Pero Giuseppe murió en 1763, antes de que aquel abogado en ciernes se graduase, quedando bajo la protección de su tío paterno Lucien (que era archidiácono de Ajaccio).

Otro retrato de Carlo Buonaparte, en este caso pintado por Mengs/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Carlo tuvo que dejar la universidad temporalmente para asumir la herencia y atender un importante asunto familiar que había quedado inconcluso: su matrimonio, negociado por sus difuntos padres con Maria Letizia Ramolino, hija de un linaje noble de Ajaccio -originario de Lombardía- que debía aportar una dote de siete mil liras genovesas más tres casas, ganado, treinta y un acres de tierra con molino y panadería que rentaban diez mil liras anuales, todo lo cual constituía unos medios considerables para vivir sin ostentación pero con desahogo. La novia había nacido en 1750, así que tenía catorce años, cuatro años menos que su prometido.

Se casaron en 1764 y, pese a tratarse de un enlace por conveniencia, ambos se entendieron muy bien gracias a las concordancias culturales, religiosas y lingüísticas de ambos: él solía pedirle consejo a ella, quien siempre apoyó a su marido en su carrera política. Ésta empezó ese mismo año al entrar a trabajar como secretario y asistente personal de Pasquale Paoli, el hombre que había dirigido el movimiento revolucionario por la independencia de Córcega, expulsando a todos los que intentaron pescar en el río revuelto de la mencionada Guerra de Sucesión Austríaca: genoveses, franceses, austríacos, ingleses y piamonteses.

Paoli era el General (presidente), que tenía un poder ejecutivo bastante amplio (asistido por un consejo de estado) por mandato de la Cunsulta (parlamento), tal como indicaba la constitución -inaudita, pues incluía sufragio universal y voto femenino- que él mismo había diseñado. Para entonces, Carlo había terminado ya la carrera y en 1766 fue enviado por Paoli a Roma para negociar con el papa Clemente XIII el reconocimiento de la República Corsa, que ningún país había aceptado. El joven abogado estuvo poco tiempo en la Ciudad Eterna, pues tuvo que abandonarla precipitadamente sin que se sepa la razón; se especula que fue por una infidelidad amorosa que mantuvo con una romana casada.

Retrato de Maria Letizia Ramolino, por Robert Lefèvre/Omagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero los acontecimientos se precipitaban. En 1768 Génova entendió que nunca podría recuperar la isla y decidió vendérsela a Francia para compensar antiguas deudas económicas. El Tratado de Versalles incorporó Córcega a la corona de Luis XV, pero aunque los corsos no aceptaron y se dispusieron a defender su república liderados por Paoli, el ejército francés impuso su superioridad. Paoli fue derrotado en Ponte Novo en 1769 y tuvo que marchar al exilio en el Reino Unido, dejando a su secretario al frente de la resistencia in situ. Carlo quiso acompañarle pero su superior lo rechazó, recordándole que tenía una familia que atender.

Carlo terminó por asumir la imposibilidad de enfrentarse a la maquinaria bélica gala, interesada en la isla como base defensiva de su litoral, y, en un ejercicio de realpolitik, optó por entenderse con el nuevo régimen. El discurso que pronunció antes del plebiscito de anexión, que tuvo cierto eco, daba una pátina épica a todo: «Si para que un pueblo sea libre bastara con desearlo, entonces todos los pueblos serían libres. Sin embargo, la Historia nos enseña que pocos se han beneficiado alguna vez de la libertad, ¡porque pocos tuvieron el coraje, la energía y las virtudes necesarias!» Ahora bien, las palabras posteriores fueron concluyentes: «He sido buen patriota y paolista de corazón mientras el gobierno nacional duró. Pero este gobierno ya no existe y ahora somos franceses. ¡E viva il Rè e suo governo!«

Ese cambio de posición no sólo le permitió descender de las montañas en las que se había refugiado con su familia, como el resto de patriotas, sino que favoreció la supervivencia de su tercer hijo, el recién nacido Giuseppe (el futuro rey de España José I), en contraste con otros anteriores fallidos, Napoleone y Maria Anna; el primero murió al nacer (1765) y la otra lo hizo con un año de edad (1768). Los Buonaparte regresaron a Ajaccio, donde en 1769 Maria Letizia dio a luz a un cuarto vástago al que pusieron el mismo nombre que al malogrado primogénito: Napoleone, el futuro emperador. Luego fueron naciendo otros hasta sumar un total de doce, aunque tres de ellos malhadados igualmente; el resto, los famosos hermanos Lucien (Luciano), Maria Anna, Luis, Paulina, Maria Annunziata (Caroline) y Jerôme (Jerónimo).

Retrato de Pasquale Paoli, por Ignace-Louis Varese/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Carlo continuó en política pero ya no como opositor sino como activo colaborador de Francia, aunque nunca modificó ni nombre ni apellido para hacerlos menos italianos y adaptarlos a la pronunciación francesa, como sí haría Napoleón décadas más tarde. En septiembre de ese mismo año de 1769 fue nombrado asesor de la Jurisdicción Real de Ajaccio y sus distritos vecinos; dos meses más tarde, obtenía el doctorado y al año siguiente pasó a ser abogado del Consejo Superior de Córcega y sustituto del procurador real en Ajaccio. Obviamente, aquel riego de distinciones buscaba ganarse su lealtad para disponer de una personalidad autóctona con prestigio y preparación en quien confiar, y por eso no se iba a detener.

En efecto, en 1771 se le reconoció el título de Nobile Patrizio di Toscana (que dos años antes había heredado de sus parientes de San Miniato) y fue designado diputado de la Nobleza en los Estados Generales de Córcega; en 1772 pasó a ser miembro del Consejo de los Doce Nobles de Dila (Córcega Occidental); en 1777 sería diputado de la Nobleza de Córcega en la Corte Real Francesa y en 1778 Cahier de Doléance (representante de Córcega) en la corte de Luis XVI. Gracias a ese prestigio y a las influencias del gobernador Louis Charles René, conde de Marbeuf (de quien Stendhal decía que cortejaba a Maria Letizia pese a ser ya septuagenario), pudo obtener el ingreso de Napoleone en las escuelas militares de Autun y Brienne.

Por otra parte, su capital y los ingresos derivados del pastoreo en sus tierras de Alata y Bocognano deberían haberle bastado para llevar una existencia cómoda y despreocupada, pero no fue así. Su carácter inquieto y ambicioso le impulsó a realizar inversiones agropecuarias que no siempre tuvieron el éxito esperado. Por ejemplo, obtuvo la concesión de la administración del dominio agroforestal de Milelli para realizar una serie de mejoras y plantar moreras en una parte, Salines, siguiendo las ideas de los fisiócratas de su tiempo; al fin y al cabo se trataba de un ilustrado convencido.

Estatua de Napoleón a los quince años, evocando su etapa escolar en Brienne. Obra de Louis Rochet/Imagen: Rama en Wikimedia Commons

El caso es que las pérdidas de esas aventuras empresariales combinadas con las que ocasionaba su ludopatía, terminaron por arruinarle. No sólo no era capaz de controlar la pasión por los juegos de naipes, sino que la convirtió en un recurso desesperado para intentar recuperar sus cada vez más menguadas finanzas, obteniendo el resultado contrario. De ese modo, la fortuna familiar fue disolviéndose progresiva e irremisiblemente mientras él se empecinaba en mantener aquel fastuoso nivel de vida. Lo que no imaginaba era que ésta, la vida, se le iba a escapar también en breve, como había pasado con tantos de sus vástagos.

A partir de 1782 comenzó a sufrir dolores continuos y un debilitamiento general que le hicieron viajar a Montpellier en busca de ayuda médica. Sin embargo, no se encontró solución a su enfermedad y falleció en febrero de 1785, de lo que pudo ser una úlcera o un cáncer de estómago (que quizá heredó genéticamente Napoleón, pues también sufrió síntomas parecidos). Apenas tenía treinta y ocho años, y dejaba a su esposa en una apurada situación económica, a cargo de ocho hijos (el más pequeño, Jerome, de apenas tres meses de edad), con los únicos ingresos que aportaban Giuseppe y Napoleone. Durante un tiempo vivieron tan austeramente que ninguno hubiera imaginado que todos acabarían entronizados.

Carlo Buonaparte fue enterrado en un sepulcro bajo la iglesia conventual de la Orden de los Reverendos Padres Cordeliers, en Montpellier. «Aunque de ideas generosas y liberales, se sentía demasiado apegado a la nobleza y la aristocracia» le definió su hijo Napoleón, recordándole durante sus últimos días de destierro en Santa Elena.


Fuentes

Patrice Gueniffey, Bonaparte 1769-1802 | Juan Antonio Granados Loureda, Breve historia de Napoleón | Roberto Gonzálvez Flórez, Bonaparte, la lenta conquista del poder (1769 – 1802) | Charles MacFarlane, Life of Napoleon Bonaparte | Charles Edwards Lester, Edwin Williams y Frederick Greenwood, The Napoleon dinasty or history of the Bonaparte family | Wikipedia


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