En el año 1359 una expedición inglesa dirigida personalmente por el rey Eduardo III desembarcó en Francia en un conflicto que se conoce como la Guerra de Sucesión Bretona, enmarcada en el contexto de la Guerra de los Cien Años. Junto a Eduardo estaba Olivier de Clisson, ambos con sus respectivos pero complementarios objetivos: si el primero reclamaba sus derechos al trono francés el otro aspiraba a recuperar el Ducado de Bretaña que le pertenecía por herencia, reivindicando así a su padre, ejecutado por la corona gala, y a su madre, recientemente fallecida y protagonista de un curioso episodio histórico por vengar la muerte de su marido. Ella se llamaba Juana de Belleville.

El Ducado de Bretaña era un territorio feudal que crearon los merovingios en el siglo VI, que luego los carolingios suprimieron aunque posteriormente, en el año 938 y tras disolverse el Reino de Bretaña (fundado en el año 851 y reconocido por Carlos el Calvo), lo restauraron incorporándolo como estado vasallo de Francia. Llegado el siglo XIV Bretaña estaba en manos de la Casa de Dreux, estrechamente vinculada con Inglaterra al ser propietaria también del ducado de Richmond, en Yorkshire.

Como solía ocurrir, una disputa por la herencia fue la chispa que originó la guerra sucesoria y desencadenó todos los acontecimientos posteriores. Juan III, primogénito del duque Arturo de Dreux, consideraba tener derecho a todo el legado de su padre y no estaba dispuesto al reparto de territorios y mercedes que éste había decidido entre los diversos hermanastros; porque en total eran cuatro, dos que había tenido con María de Limoges y otros dos de un segundo matrimonio con Yolanda de Dreux, viuda del rey Alejandro III de Escocia. Para evitar ese desmembramiento, Juan debía presentar heredero, sólo que había un problema: no tenía descendencia.

Localización de Bretaña/Imagen: GwenofGwened en Wikimedia Commons

Por esa razón eligió a su sobrina Juana, quien se casó con Carlos de Blois, barón de Mayenne, señor de Guisa y sobrino del rey Felipe VI de Francia; un personaje que más adelante sería llamado Carlos el Santo, al considerarlo beato la Iglesia. Pero con el tiempo pasó algo insospechado entonces: Juan se reconcilió con sus hermanastros y a su muerte, acaecida en 1341, terminó testando el ducado de Bretaña en favor de uno de ellos, Juan de Montfort, quedando así dos herederos. El conflicto estaba servido y la cuestión se dirimiría en el campo de batalla.

Juan de Montfort se adelantó en las operaciones y ocupó Nantes, Rennes y Vannes, sitiando Limoges. Para asentar aún más su posición, en 1342 pidió ayuda a Inglaterra, que en esos momentos se hallaba en una situación de tregua con Francia en la Guerra de los Cien Años.

Al enterarse, el rey Felipe VI decidió saltarse la neutralidad que había mantenido hasta entonces e iniciar un apoyo directo a Carlos de Blois. Primero obligó a Juan a devolver Nantes y finalmente lo encarceló, aunque su esposa le sustituyó en el liderazgo de su bando.

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Los habitantes de Nantes aclamando a Juan de Montfort. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Las tropas reales se retiraron para evitar que los ingleses, que pese a todo se habían mantenido al margen, tomaran las armas. Pero no hicieron falta; Carlos de Blois demostró gran pericia militar y arrebató las ciudades en poder del adversario. Sin embargo, a finales de año, Eduardo III se decidió finalmente a intervenir, enviando un ejército para sitiar Vannes. Los franceses se pusieron en marcha dispuestos a frenarlos, ya que su presencia en suelo nacional era un peligro para el propio Felipe VI.

No llegó a haber choque porque acordaron otra tregua por cuatro años lo que, coincidiendo con un ataque de demencia de la mujer de Juan y el que su hijo fuera aún muy pequeño, inclinó la balanza hacia Carlos de Blois, quien siguió la guerra por sus propios medios. Triunfalmente además, masacrando a la población de Quimper tras conquistarla y cortando la línea de suministros de la guarnición inglesa de Brest. Juan, que había sido liberado, tuvo que exiliarse al otro lado del Canal de la Mancha, si bien regresó en 1346 integrando una expedición inglesa que campó imparable por Bretaña.

Fue en esa campaña, en 1351, cuando se produjo el famoso Combate de los Treinta, en el que una treintena de caballeros bretones pero de bandos opuestos (en uno de ellos también había ingleses) se enfrentaron en un curioso duelo para evitar la destrucción de sus respectivas aldeas. Los bloisistas reclamarían la victoria, aunque al ser a costa de tantas bajas -todos los participantes resultaron heridos- otros lo consideran un empate. En cualquier caso, sólo se trató de una anécdota.

Carlos de Blois capturado en la Batalla de Roche Derrien (1347)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Éste sería el resumen de la guerra, que no terminó hasta la muerte de los dos pretendientes y la proclamación como Duque de Bretaña de Juan V, el hijo de Juan de Montfort ya crecido, que se declaró vasallo de Carlos V de Francia. Eso sí, continuaba la Guerra de los Cien Años, pero llegados a este punto hay que volver atrás, a 1343, cuando Juan de Montfort fue apresado por el rey galo y su esposa Juana de Flandes le suplía en el mando obligando a los Blois a aceptar la tregua anglo-francesa. Ese año fue en el que la corona ejecutó a Olivier IV de Clisson, un noble bretón que se había alineado con los Blois pero al que se acusó de haber cambiado de bando.

Olivier cayó prisionero de los ingleses en Viennes, de cuya defensa estaba al mando, pero le pusieron en libertad en un intercambio por el conde Ralph de Stafford, que estaba cautivo de los franceses. Esa liberación dio lugar al rumor de que pactó con el enemigo para que le nombrase rey de Bretaña. Felipe VI, alarmado, aprovechó la Tregua de Malestroit que había firmado en enero de 1343 con Inglaterra y le invitó a un torneo en la corte. En realidad se trataba de una trampa y mandó prender al desprevenido Olivier.

Tras un rápido juicio fue declarado culpable y decapitado en agosto. A continuación se procedió a desmembrar su cuerpo, repartiendo y exhibiendo los trozos en ciudades sin atender el hecho de que el reo era noble y, por tanto, no se podían ultrajar sus restos mortales. Aquella injuria, que además muchos consideraban injusta y sin pruebas hasta el punto de desatar numerosas críticas entre los cronistas de la época, indignó doblemente a la esposa del fallecido, quien juró vengarle e inició una guerra contra el rey.

El Combate de los Treinta (L’Haridon)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Se llamaba Juana también; Juana-Luisa de Belleville (Jeanne-Louise de Belleville en francés), porque era hija de Maurice IV de Montaigu, señor de la localidad de Belleville-sur-Vie, en la Vendeé (actual departamento de la región del Loira), donde nació en 1300. A menudo se la conoce como Jeanne de Clisson por el apellido de su marido. Éste era el tercero en realidad, ya que a los doce años la habían casado con el joven Geoffrey de Châteaubriant, con quien tuvo dos hijos, y en 1328, al enviudar, contrajo segundas nupcias con Guy de Penthièvre, aunque el enlace fue declarado inválido por el Papa dos años después.

Con Olivier tuvo otros cinco vástagos, dos de los cuales, Guillaume y Olivier, la secundaron en su venganza después de que ella les llevara a ver la cabeza de su padre vilmente expuesta. También lo hicieron muchos nobles, escandalizados con el trato dado por la corona a su par y la persecución que hubo contra otros. Con su apoyo, el de Inglaterra y el dinero obtenido de la venta de algunas fincas, Juana financió un ejército que lanzó contra varias posesiones reales, tomando algunos castillos en los que pasó a cuchillo a todos los defensores.

No obstante, en tierra estaba en desventaja ante la superioridad numérica del enemigo, así que fue en el mar donde Juana escribió las páginas más célebres de su biografía, fletando tres cocas con patente de corso inglesa con las que recorrió el Canal de la Mancha asaltando poblaciones costeras de Normandía y naves comerciales francesas. La Flota Negra, se llamaba a aquel grupo de naves debido al inconfudible y amenazador aspecto que presentaban, con los cascos pintados de ese color y un estentóreo velamen rojo.

Victoria de Eduardo III de Inglaterra en la Batalla de Sluys, 1340 (Jean Froissart)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El buque insignia fue bautizado con el simbólico nombre de Ma vengeance (Mi venganza) y la ferocidad que Juana demostraba con las tripulaciones capturadas, a las que mandaba ejecutar dejando sólo unos pocos testigos para que extendieran el terror, la hicieron ganarse el apodo de la Lionne Sanglante (la Leona Sangrienta, en alusión al felino que decoraba su escudo heráldico) o la Tigresse Bretonne (Tigresa Bretona).

Sus correrías duraron más de un año e incluyeron la participación en la famosa Batalla de Crecy, usando sus buques para abastecer a los ingleses, hasta que la flota francesa consiguió destruir una por una sus naves. Tras el hundimiento de Ma vengeance, Juana logró ponerse a salvo con sus dos hijos en un bote. Estuvieron cinco días a la deriva y Guillaume falleció deshidratado, pero ella y Olivier fueron rescatados y llevados al puerto de Morlaix (en el actual departamento de Finisterre, Bretaña), donde les acogieron unos partidarios.

Más tarde pasaron a Inglaterra, estableciéndose en Londres acogidos por Eduardo III. El joven Olivier, que tenía doce años, fue educado junto a Juan de Monfort, el que a la postre heredaría el disputado Ducado de Bretaña, mientras su madre se casaba por cuarta vez en 1356: el afortunado fue Sir Walter Bentley, uno de los generales del rey que había sido recompensado generosamente con multitud de tierras y feudos por sus victorias en Francia.

Estatua de Olivier hijo en la basílica Notre Dame du Roncier/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Al enviudar de nuevo, Juana regresó a su tierra y se estableció en Hennebont bajo la protección de Juan de Montfort. Poco más podía hacer, ya que carecía de medios al haber sido declarada traidora en 1343 y confiscadas todas las propiedades de Clisson para dárselas a Louis de Poitiers.

Juana falleció en 1359. El rey inglés entregaría luego a su hijo Olivier las posesiones francesas que había dado a Sir Walter Bentley y juntos, como decíamos al principio, desembarcaron en suelo francés para ayudar a Juan de Montfort a retomar Bretaña. En 1361 Olivier también recuperó los dominios de Clisson, después de que se rehabilitase la figura de su padres gracias al Tratado de Brétign, una nueva tregua de nueve años firmada entre Eduardo III y Carlos V de Francia (Felipe VI murió en 1350 y su sucesor Juan II era rehén de los ingleses).

Apodado el Carnicero por ordenar no hacer prisioneros en la Batalla de Auray en 1364 (en la que quedó tuerto), paradójicamente terminó discutiendo con Juan de Montfort y pasándose a los Blois, llegando a ser Condestable de Francia y a dirigir un intento -fallido- de invadir Inglaterra.


FUENTES

Germán Vázquez Chamorro, Mujeres piratas

Laure Buisson, Pour ce qu’il me plaist. La première femme pirate

Robert De La Croix, Histoire de la piraterie

Philippe Contamine, La Guerra de los Cien Años

Wikipedia, Juana de Belleville


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