Como la mayoría de los genios militares y/o políticos, Napoleón tenía ese punto de soberbia que le hacía adjudicarse la responsabilidad de las victorias y endilgar la de las derrotas a sus subordinados. Solventó la catástrofe de bajas en la campaña de Rusia invocando la capacidad reproductora de las mujeres francesas, antes de Trafalgar destituyó a Villeneuve por no ser capaz de llevar a cabo un plan imposible y ya en su destierro de Santa Helena cargó sobre el mariscal Grouchy la culpa de su derrota postrera y definitiva, Waterloo.
Lo cierto es que el resultado de esa batalla fue una concatenación de errores y fallos, empezando por la inadecuada asignación de roles a su alrededor. La ausencia de Berthier, su magnífico jefe de Estado Mayor en tantas campañas pero del que prescindió por haber abrazado la monarquía, la suplió nombrando a Soult, que hubiera dado mejor resultado dirigiendo a las tropas sobre el terreno.
Algo parecido ocurrió con Murat, apartado por su traición -pese a que solicitó regresar- pero que sin duda habría sacado mayor rendimiento de la caballería en vez del irreflexivo Ney.
Y luego estaba Grouchy; nadie se explica por qué le confió todo un cuerpo de ejército a este militar oscuro dejando en Francia a otros de eficacia demostrada como Davout o Suchet, salvo que quisiera asegurarse las espaldas contra posibles conspiraciones de Fouché y Talleyrand.
A esto habría que añadir otras circunstancias, desde el mal estado físico del propio Napoleón -que le impidió seguir de cerca la evolución de la batalla- a la pobre actuación de su hermano Jerome desperdiciando soldados y recursos en el intento de conquistar el castillo de Hougumont (pese a que sólo tenía que llevar a cabo una maniobra de distracción), pasando por la pésima meteorología que convirtió el campo de batalla en un lodazal amortiguando los botes de las balas de cañón y perjudicando a quienes debían llevar la iniciativa -los franceses-, o la llegada a marchas forzadas de los prusianos sin que, paralelamente, Grouchy fuera capaz ni de alcanzarlos ni de ayudar a su jefe.
Asimismo, el propio Wellington dejó a la posteridad una significativa frase en la que manifestaba su decepción porque, al enfrentarse por fin al gran estratega adversario, se encontraba con que éste se limitaba a plantear un choque frontal, sin recurrir a ninguna argucia genial como las que le habían hecho famoso; siempre tiene más mérito derrotar a un enemigo de altura. Por supuesto, dada la inferioridad numérica de los británicos y sus aliados, también contó y mucho para obtener la victoria su extraordinaria capacidad de sufrimiento para resistir un ataque tras otro, dando tiempo así a la llegada de los refuerzos prusianos.
En realidad se podría desgranar todo un rosario de factores pero ninguno tan sorprendente como el que recientemente ha propuesto un documental galo dirigido por Franck Ferrand y que lleva por título Napoléon: le défi de trop? Según explica, el ejército napoleónico estaba utilizando un mapa con un error de impresión que desplazaba la ubicación de Mont Saint-Jean (el lugar donde se combatió; Waterloo es el pueblo vecino donde se firmó el acuerdo de paz, elegido por Wellington porque su nombre sonaba más parecido al inglés) a un kilómetro de donde se ubicaba realmente, lo que pudo llevar al Emperador a equivocarse al dirigir las andanadas de su artillería. Eso explicaría por qué, pese a ser muy superior en cañones a su adversario y disparar durante horas sobre los cuadros aliados, apenas consiguió alterarlos y pudieron resistir sin romperse las sucesivas cargas de la caballería.
Bernard Coppens es un ilustrador e historiador belga que, investigando la cartografía de la época en el Museo Militar de Bruselas, se llevó una de las mayores sorpresas de su vida al darse cuenta de que un ejemplar expuesto de los mapas que utilizaban los oficiales de la Grande Armée en aquella campaña -aún tenía manchas de sangre-, y que por lógica también formaría parte del material utilizado por el propio Bonaparte, presentaba una errata aparentemente sin importancia pero que dadas las circunstancias pudo ser crucial: la granja de La Haye Sainte, uno de los objetivos a conquistar, aparece desplazada y al lado de una curva en el camino que separaba ambos ejércitos; dicha curva tampoco existía.
Efectivamente, comparando el documento impreso con el original hecho a mano se aprecia la diferencia. En el papel son unos centímetros pero a escala real la diferencia alcanza un kilómetro; Ferrand subraya que esa distancia era más o menos el alcance de los cañones, así que los artilleros franceses habrían estado disparando en vano, al menos si suponemos que se fiaban enteramente de lo que decían sus mapas (cosa probable porque los testimonios de la batalla dicen que el humo impedía ver nada).
La granja Haye Sainte, uno de los puntos calientes del combate, quedaría así desplazada y con ella los demás sitios del entorno como fichas de dominó. Es más, Coppens también encontró una carta de Jerome, enviada a Napoleón en plena batalla, en la que le confiesa estar perdido, geográficamente hablando, lo que esclarecería en parte la razón de su pobre actuación.
Desde luego, sería muy atrevido centrar en el mapa errado la clave absoluta de la batalla de Waterloo y de la derrota francesa. Se trataría de un factor más entre los muchos citados y eso considerando que, efectivamente, no sólo el documento fuera el usado por los oficiales que lucharon aquel 18 de junio de 1815 sino también que el propio Napoleón utilizara un ejemplar de esa edición. Eso sí, el Emperador consideraba importantísima la cartografía militar hasta el punto de que a menudo era retratado con mapas en sus manos.
Fuentes
Napoléon: le défi de trop? en Franck Ferrand/Waterloo (Peter Hofschröer)/The battle. A new history of the Battle of Waterloo (Alessandro Barbero)/Waterloo 1815. The birth of modern Europe (Geoffrey Wooten)/Was an inaccurate map partly responsible for Napoleon’s Waterloo defeat? (Caitlin Dempsey en Geo Lounge)
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