Aunque la popularidad turística se la llevan en Portugal ciudades costeras como Lisboa, Oporto o Aveiro, por citar sólo algunas, el interior también puede deparar sorpresas agradables.

Y en la región de Idanha a Nova, situada en la zona central del país hacia el este, lindando con España (con la provincia de Cáceres, para ser exactos), se encuentra un pueblo que parece estar esperando a que uno se acerque por allí dispuesto a sacar humo de la cámara fotográfica.

Me refiero a Monsanto, un sitio que se conoce popularmente como la aldea más portuguesa del país aunque ese tipo de definiciones suelen ser caprichosas. En este caso, la denominación obedece a un concurso de unas décadas atrás, cuyo premio, un gallo de plata, corona hoy la Torre de San Lucas.

Foto Sergei Gussev en Wikimedia Commons

De todas formas, con razón o sin ella, Monsanto es un rincón realmente asombroso y pintoresco, ya que se halla perfectamente integrado en un entorno rocoso, con las casas encajadas entre enormes y redondeados afloramientos pétreos graníticos (tapizados de verde musgo en invierno), formando un inaudito paisaje que parece salido de un cuento o un decorado de película fantástica.

Se trata de un área montañosa caracterizada por la presencia de la Serra da Estrela, asomada a un bonito valle del que se obtienen magníficas panorámicas desde el pueblo, que se ubica en lo alto de una colina de setecientos cincuenta y ocho metros llamada Cabeço de Monsanto. Pese a esa escarpadura, hubo habitantes allí desde muy antiguamente. Al margen de los asentamientos primitivos, del Paleolítico, hay constancia arqueológica de presencia de pueblos lusitanos desde el siglo VI a.C, sucedidos después por romanos, visigodos y árabes.

Foto Realpeterpan, Oona Schumacher en Wikimedia Commons

En la Edad Media los templarios construyeron un castillo -destruido en el siglo XIX accidentalmente, al explotar el polvorín- y, ya entrado el Renacimiento, en 1510, Monsanto se ganó la categoría de villa. De entonces son muchas viviendas que conservan decoración en el estilo típicamente portugués de entonces, el manuelino. Una iglesia, un mirador, las plazas de la Chapela, la Misericordia y la Cruz, las ruinas del citado castillo y alguna que otra mansión nobiliaria, son sus elementos destacados.

Pero lo cierto es que Monsanto llama la atención por su aspecto de conjunto, más que por monumentos concretos. Sobre todo, por las angostas callejuelas y pasadizos de apenas ancho suficiente para que pase un borrico y que discurren adaptándose a la masa de las enormes rocas.

Algo que se hace extensible a los propios edificios, retorcidos sobre sí mismos para ocupar pequeños huecos entre las superficies de granito, dando la impresión de que brotan de ellas y de que terminarán aplastados en cualquier momento.


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