Como pasa con muchos sitios, y aunque la tendencia sea a que cada vez se disfruten de forma complementaria, hay dos formas básicas de descubrir Portugal. Una sería la visita cultural, visitando las ciudades, sus monumentos y museos; la otra más ajustada al concepto típico de turismo, es aquella que se centra en la oferta de ocio, dentro de la cual van incluidas la gastronomía (que en realidad también vale para la anterior), las playas, los deportes… Lo que sí es indiscutible es que quien elija la segunda opción tiene un nombre claramente por encima de los demás: el Algarve.

El Algarve es la región sur del país, una comunidad intermunicipal y gran área metropolitana que se extiende por unos 4.960 km², desde la frontera con la provincia española de Huelva hasta el Cabo San Vicente, limitando al norte con el Alentejo. Esa ubicación meridional, bañada por el océano Atlántico pero beneficiada de un clima mediterráneo, hace que unas vacaciones en el Algarve con Voyage Privé se perfilen como una atractiva posibilidad, especialmente entre quienes busquen sol y playa, con permiso de los amantes del golf, que dispondrán de 25 campos de primer nivel diseñados por los campeones más célebres (el Algarve ha sido primer destino europeo de golf más de una vez).

Por supuesto, no van a faltar encantos de otro tipo, empezando por una historia de fuerte carácter fronterizo a caballo entre la cultura musulmana (se desgajó de la taifa de Sevilla y, de hecho, el nombre viene del al-Garb, es decir, Occidente de Al-Ándalus) y la cristiana (Alfonso III incorporó la región a su reino en 1249), o bien acreditativa de los roces casi tópicos con España (en 1809 Godoy ordenó la invasión en apoyo de los franceses), aunque también conserva patrimonio de épocas anteriores como la prehistórica (con los megalitos de Vila do Bispo, Lagos y Alcoutim), prerromana (ruinas de Lacóbriga) y romana (con restos de todo tipo en Vila do Bispo, Lagos, Portimao, Quarteira, Faro, Tavira, Olhao…).

Asimismo, hay que contar con la apetitosa cocina portuguesa, diferente a la del Mediterráneo (aunque comparta con ella las sardinas a la brasa), con las múltiples recetas de bacalhau, las cataplanas y caldeiraradas (guisos de pescado y/o marisco), el arroz caldoso, el cozido y el vino como principales señas de identidad. Y muchas más cosas, claro. No en vano el Algarve es la región más turística de Portugal desde que en los años sesenta del siglo XX la descubrieron los viajeros británicos, que siguen siendo los más numerosos cada verano -muchos incluso convertidos en residentes-. ¿Por qué? Ya hemos reseñado el clima privilegiado, que convierte en destino favorito a sus numerosas playas, aunque casi se podría hablar más bien de una playa continua a lo largo del litoral, con acantilados y grutas naturales entremedias.

Así, van sucediéndose Praia da Luz, Praia da Rocha, Praia Marinha, Armaçao de Pera, Praia dos Pescadores, Quarteira, Vale do Lobo, Fuzeta, Praia Barril, Manta Rota o Monte Gordo, por citar sólo las más conocidas. A ellas se les unen dos importantes complejos turísticos, en Vilamoura y Portimao, más una ciudad balneario, Caldas de Monchique y tres parques acuáticos, Aquashow, Slide & Splash y Aqualand. También algunos rincones cuya simple mención supone una ensoñación del pasado, caso de Sagres -el pueblecito del extremo del cabo San Vicente donde vivió Enrique el Navegante– o Silves, antigua urbe romana -hay restos por todas partes- que los musulmanes designaron capital algarvía.

Y no hay que olvidar otros dos nombres. El primero es Faro, la capital, ciudad universitaria a la que se puede llegar por vía aérea y que es cabeza del llamado Triángulo de Oro, cuyos vértices son Vilamoura, Almancil y las comunidades cerradas de Quinta do Lago y Quinta do Lobo. La propia Faro ofrece al visitante su Cidade Velha (un amurallado centro histórico), una catedral gótica, el palacio de Estói, la Capilla de los Huesos, el convento de Nossa Senhora da Assunção y el humedal del Parque Natural Ria Formosa, por citar algunas de las cosas de interés que atesora. Además, hace de la necesidad virtud: sus playas están algo alejadas del casco, por lo que están menos concurridas.

El otro sitio es Albufeira, su ciudad vecina, un lugar recomendable para los amantes incansables del ocio nocturno, pues rebosa bares, restaurantes, discotecas y fiestas, lo que atrae a numerosos extranjeros a quedarse (de ahí que alguna vez se la declarase el mejor rincón de Portugal para vivir). Es lo que tiene disponer de más de 30 kilómetros de costa, tachonada por una veintena de playas tan bellas como Rocha Baixinha, Praia da Falésia o Praia dos Olhos de Água, con el correspondiente abanico de actividades asociadas (sobre todo kitesurf, pero también surf, windsurf, kayak, buceo, avistamiento de cetáceos…); tampoco le faltan atractivos monumentales, como su casco antiguo, el convento de Nuestra Señora de Orada o la Iglesia Madre.

Todo esto no es más que un sucinto repaso a un sitio del que, como vemos, sobran razones para que el próximo verano lo barajemos como destino en el que pasar unos días de vacaciones. ¿Una más? ¡Está ahí, al lado!


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