Si estás en Gran Bretaña y tienes la desgracia de cruzarte con alguien a quien se describe como Jack Ketch (o Jack Catch), lo mejor será poner tierra de por medio y alejarse lo más posible.
Ese nombre se usa para aludir a quien destaca por una maldad extrema, sádica, casi demoníaca y, de hecho, en la tradición folklórica británica hay un personaje popular conocido como Hanging Jack, que significa algo así como Colgante Jack, en alusión al cuerpo de un ahorcado. ¿De dónde viene esa expesión? ¿Cuál fue su morboso origen? ¿Existió realmente alguien llamado Jack Ketch?
Para responder a estas cuestiones hay que remontarse en el tiempo hasta la primera mitad del siglo XVII. No se sabe la fecha exacta pero los cálculos apuntan hacia el año 1630 para datar el nacimiento de Richard Jacquet, el que con el tiempo iba a ser el verdugo más famoso de Inglaterra. Era un hombre de muy pequeña estatura, al parecer, lo que, combinado con las huellas que la viruela dejó en su rostro, le otorgaba un aspecto tan feo y desagradable que en tiempos duros como aquellos le convirtieron en objeto de burla y desprecio generalizados. En consecuencia, Richard fue moldeando su carácter en torno al odio y el resentimiento.
Encontró una válvula de escape perfecta en el oficio de verdugo, un trabajo eventual que desempeñaba alquilando sus servicios de pueblo en pueblo para ejecutar las penas de mutilación propias de la época, como proporcionar azotes públicos, amputar miembros (narices, lenguas, orejas) o incluso ejecutar.
No era un trabajo bien considerado y generalmente lo desempeñaba gente al borde de su condición humana, bien por la extrema pobreza en que vivíría si no, bien por cierta degeneración moral que inclinaba a la violencia. Curiosamente, y dada la escasa disposición de los ciudadanos a asumir el cargo de verdugo, éste solía pasar de padres a hijos creándose auténticas estirpes familiares.
De Jacquet empiezan a encontrarse referencias en 1663, cuando su llegada a cada localidad suponía un acontecimiento que rompía la aburrida vida cotidiana. En su caso por partida doble, ya que la fama de su modus operandi le precedía.
Y es que no se limitaba a aplicar sus siniestras artes sino que convertía cada intervención en un auténtico espectáculo que atraía al público como si de una función circense se tratase. Música, pasos de baile, versos satíricos, un vestuario diseñado ex profeso, exhibición previa del material (sogas, cuchillos, hachas…), apropiación de las ropas y joyas de los reos e incluso la adopción de un apodo (John Ketch) acompañaban cada ejecución y además ésta se dilataba sádicamente para regocijo de los asistentes; aquella hipócrita sociedad que no quería manchar su vida quitándosela a un condenado pero se divertía viendo cómo lo hacía otro.
La más gracioso, y a la vez terrible, era que la pequeña estatura de Jacquet le impedía hacer su trabajo con limpieza, de manera que cuando descargaba el hacha solía necesitar varios golpes, prolongando la agonía de su víctima y transformándola en una tortura.
Pero nada de todo esto impidió que siguiera desempeñando su labor y el 14 de enero de 1676 encontramos la primera reseña oficial sobre él en el Proceedings of the Old Bailey y luego, el 2 de diciembre de 1678 en el llamado The Plotters Ballad, being Jack Ketch’s incomparable Receipt for the Cure of Traytorous Recusants and Wholesome Physick for a Popish Contagion. Hasta él mismo imprimió algún pasquín, como uno de 1679 titulado The Man of Destiny’s Hard Fortune.
Fue ese mismo año cuando se consagró definitivamente con la ejecución en solitario y en un único día de una treintena de acusados del delito de lesa majestad. «Ha llegado la mejor medicina contra la traición. Soy John Ketch, el que limpia de traidores a nuestra querida Inglterra» gritó a los cuatro vientos legando esa dudosa cita para la posteridad.
Sin embargo, esa jornada había cambiado algo: una cosa era ajusticiar a ladrones, asesinos, brujas y delincuentes comunes, al fin y al cabo una molestia para toda la sociedad, y otra hacerlo con un grupo de gente a los que muchos consideraban patriotas en el contexto de la Restauración de Carlos II, tras el período puritano. Así que, a ojos de buena parte de la gente, el verdugo dejó de tener gracia.
La cosa empeoró en ese sentido con sus dos actuaciones más célebres. La primera fue la ejecución de Lord William Russell, un noble miembro del Country Party (el partido predecesor de los whigs) que era partidario del católico Jacobo II y se opuso al entronamiento de Carlos II, llevando dicha oposición al extremo de planear una conspiración para secuestrar y asesinar al monarca. La existencia real de ese complot es objeto de polémica pero, en cualquier caso, Lord Russell fue sentenciado a muerte.
El 21 de julio de 1683 subió al cadalso de Lincoln’s Inn Fields y, sabiendo cómo se las gastaba su verdugo, le pagó diez guineas para que le cortara la cabeza de forma limpia y rápida. Lamentablemente, el dinero prometido no logró que Jacquet cumpliera de forma adecuada y, como el filo del hacha no estaba bien afilado, tras el primer golpe el aristócrata seguía vivo; se cuenta que éste, pese a estar desangrándose, en un alarde de flema británica le reprochó que no le había pagado diez guineas para recibir aquel trato. Jacquet tuvo que descargar dos golpes más.
La segunda actuación que se hizo famosa por su chapucera realización tuvo lugar el 15 de julio de 1685. James Scott, primer duque de Monmouth, era un hijo natural que el citado rey Carlos II había tenido con su amante Lucy Walter. Su padre había muerto cinco meses antes y le había sucedido en el trono su propio hermano (por tanto tío de James), Jacobo II. Éste era católico (de hecho, fue el último soberano de esa religión en Inglaterra) y como los protestantes no se resignaban a que los papistas volvieran a tener el poder, organizaron la llamada Rebelión de Manmouth, con el duque como candidato.
Fueron derrotados en la batalla de Sedgemoor y su líder condenado a muerte. El día señalado también pagó a Jaquet para que se empleara con eficacia; esta vez ofreció algo menos, seis guineas, y quién sabe si por eso el resultado fue aún peor, ya que el verdugo necesitó cinco hachazos y hasta rematar al reo con un cuchillo.
Fue el final de la popularidad para John Ketch. A partir de ahí descendió drásticamente el número de contrataciones y para consolarse se dio a la bebida. La falta de trabajo le hizo endeudarse y terminó en la cárcel mientras su empleo lo ocupaba su antiguo ayudante, un carnicero llamado Paskah Rose. Pero éste también acabó en prisión por robo -y fue ahorcado-, por lo que Jacquet recuperó su puesto al obtener la libertad en 1686. Por desgracia para él, el alcohol ya le dominaba y al poco asesinó a golpes a una prostituta con la que discutió.
Le condenaron a la pena capital y falleció en la horca en noviembre de ese mismo año, de una forma tan terrible como las que él mismo aplicaba a sus víctimas: a causa de su poco peso la soga le estranguló lentamente y estuvo diez minutos pataleando colgado antes de expirar. No obstante, seguramente estaría satisfecho de saber que había pasado a la historia negra de Inglaterra, incorporado al imaginario popular y apareciendo en numerosas novelas (entre ellas varias de Dickens), canciones y otras obras.
Fuentes
Psicokillers: Los asesinos en serie más famosos de la historia (Juan Antonio Cebrián) / Capital Punishment: A Reference Handbook (Michael Kronenwetter) / Wikipedia
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