Se acaba el verano y se acerca el otoño, lo que, dando un salto geográfico y cronológico al Londres de 1888, significa entrar en los meses en los que actuó Jack el Destripador. Y, un año más, el asesino en serie más mediático de todos los tiempos vuelve al candelero al anunciarse a a bombo y platillo el descubrimiento de su identidad. Sí, otra vez.

¿Es casualidad que el autor del hallazgo lo haga público precisamente en esta estación? ¿O que acabe de escribir un libro sobre el tema, cuya presentación se produce ahora? La obra se titula Naming Jack the Ripper y está firmada por Russell Edwards, uno más de los que se han sumado a explotar el tema, integrando las filas de lo que se ha dado en llamar los Gull catchers; esta expresión inglesa se usa para describir a los expertos en el Destripador en un juego de palabras que alude al dr. Gull (el célebre médico de la Reina, uno de los principales sospechosos) pero que también se puede traducir como «impostores».

Periódicamente aparece alguien nuevo con su propia teoría; de hecho, no hará unas semanas desde que se lanzó a la prensa la de que Jack era en realidad una mujer, Mary Eleanor Pearcey, tomando en la lista de sospechosos el relevo de otra (Elizabeth Williams, la propia esposa del citado William Gull). La novedad en las últimas propuestas estriba en la utilización de criterios presuntamente científicos, aunque no pasan de eso, de la presunción.

El análisis de ADN puede ser inapelable pero sólo si se realiza en condiciones adecuadas. El código genético de Pearcey se tomó del engomado de un sobre que contenía una de las cartas supuestamente enviadas por el asesino a la Policía. El problema es que la mayoría de los miles de misivas recibidas, por no decir todas, se consideran falsas: fue un periodista de tabloide el que tuvo la idea de escribir la primera, originando una siniestra tendencia entre la gente normal; sólo la que se encabezó con la expresión From Hell (Desde el Infierno) podría ser auténtica.

En cualquier caso, quien aspire hoy a que se le tome mínimamente en serio debe basar su teoría en el ADN. Atrás quedan las meras especulaciones o las falsificaciones de diarios, fácilmente desmontables con las técnicas modernas. La popular escritora Patricia Cornwell empezó la moda científica hace unos años asegurando que el Destripador era el pintor impresionista Walter Sickert, para lo que se basaba en los detalles del escenario del último asesinato canónico (el de Mary Kelly) que el artista había plasmado en uno de sus cuadros. También incluía un análisis de ADN, para obtener el cual estuvo a punto de cargarse el lienzo. Y todo para que Robert Ressler, que introdujo el concepto de perfil psicológico en el FBI y es asesor de la serie televisiva Profiler, tildase sus conclusiones y métodos de majaderías.

Pues bien, Russell Edwards acaba de asegurar que el ADN encontrado en un chal de Catherine Eddowes (la cuarta víctima) pertenece a uno de los sospechosos que manejó la Policía en su época, un peluquero polaco llamado Aaron Kosminski y descrito entonces como «probable esquizofrénico paranoico con alucinaciones auditivas y propenso a la masturbación». En realidad, el escritor sólo ha llevado al papel el análisis que había hecho el dr.Jari Louhelainen en 2007.

Louhelainen, genetista, tomó las muestras y las comparó con descendientes de aquel desgraciado, obteniendo un 99,2% de coincidencia. Y con eso llega a la conclusión de que era Jack el Destripador. Lamentablemente, ni el proceso se certificó por expertos independientes ni el resultado se publicó en una revista científica (se ofreció directamente al sensacionalista The Daily Mail). Es más, ni siquiera está probado que el chal perteneciera a Catherine Eddowes y, en cambio, sólo se sabe que el escritor lo compró en una subasta aquel año.

De todas formas, aún cuando todo fuera cierto, nada demuestra que Kosminski hubiera asesinado a nadie; una mancha de semen en el chal de una prostituta tampoco parece una prueba irrefutable ¿no? Y si alguien se siente decepcionado que no se preocupe; dentro de un año, por estas fechas, volverán a brotar nuevas teorías «definitivas», ya lo verán.


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