Aun cuando la lengua etrusca no ha sido completamente descifrada todavía, los investigadores tienen un conocimiento y comprensión parcial, que permite leer algunos textos y extraer su significado. Esto es posible gracias a las láminas de Pirgi, tres láminas de oro con un texto en fenicio y dos en etrusco, que guardan cierta correspondencia.

Fueron halladas en un santuario de Pirgi, el puerto de la ciudad etrusca de Caere (hoy Cerveteri, al norte del Lacio) el 8 de julio de 1964. Pirgi era uno de los puertos comerciales más importantes del Mediterráneo entre los siglos VI y IV a.C., precisamente la época en la que se datan las láminas, alrededor del año 500 a.C.

Aparecieron en las excavaciones del templo de Astarté, dirigidas por Massimo Pallotino, el creador del concepto moderno de etruscología, en el que sería el descubrimiento más importante de su carrera. Las tres presentan orificios en sus bordes, lo cual indica que pudieron estar unidas de alguna forma en origen, y miden 20 centímetros de alto por 10 de ancho.

En el centro la lámina con el texto fenicio / foto Sailko en Wikimedia Commons

Aparte de su valor como objeto arqueológico, lo realmente importante es lo que hay escrito en ellas. Dos textos en etrusco y uno en fenicio que hacen referencia a la consagración del templo. En el texto fenicio se menciona que es consagrado a la diosa Astarté, mientras que en los etruscos se la denomina Uni. Y hay más, porque incluso aparece el nombre del magistrado supremo o rey de la ciudad que realiza la consagración: Thefarie Velianas.

Sin embargo los textos no se corresponden del todo, no son una traducción exacta como si lo era la piedra Rosetta que permitió descifrar los jeroglíficos egipcios. Tienen algunas diferencias. Así el texto fenicio expone los motivos de la consagración, mientras que uno de los etruscos se centra más en la ceremonia en sí, y el último, de apenas 9 líneas, es un resumen de la dedicatoria.

Pero los investigadores pudieron utilizar la versión fenicia para desentrañar e interpretar el significado de los otros dos textos, consiguiendo por vez primera leer y entender la misteriosa lengua etrusca, cuyo desciframiento sigue aportando avances y novedades desde entonces.

Cippus del Louvre / foto R Muscat en Wikimedia Commons

Evidentemente esto solo pudo suceder gracias a que en 1694 se habían descubierto en Malta los Cippi de Melqart, dos pedestales con inscripciones en griego antiguo y fenicio (púnico), permitiendo a Jean-Jacques Barthelemy descifrar y reconstruir el alfabeto cartaginés. Uno de ellos puede verse en el museo arqueológico de la capital maltesa, mientras que el otro está en el Louvre.

Todavía hoy las láminas de Pirgi son consideradas la fuente histórica más antigua de la Italia prerromana y de una lengua, el etrusco, cuyos habitantes ya ocupaban la zona de la actual Toscana antes de la migración indoeuropea. La última persona que se sabe con certeza que podía leer etrusco fue el emperador Claudio, quien compiló un diccionario, lamentablemente perdido, realizando entrevistas a los últimos campesinos que lo hablaban. A falta de ese diccionario, hoy la mayoría de inscripciones etruscas conocidas están recogidas en el Corpus Inscriptionum Etruscarum.

En el aspecto histórico son un documento que pone de manifiesto la estrecha relación entre Etruria y Cartago (fundada por fenicios), posiblemente aliados ante la expansión griega en el Mediterráneo occidental.

Actualmente las láminas de Pirgi se pueden ver en el Museo Nacional Etrusco de Roma.


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