Los volcanes, esas montañas que escupen fuego y ancestralmente han sido consideradas sagradas o, al menos, moradas de ciertas divinidades, siempre han tenido dos caras y no hablo sólo en sentido material: por un lado la destructiva, cuando la erupción, el flujo piroclástico y la lava arrasan todo a su paso poniendo en peligro la vida en muchos kilómetros a su alrededor; por otro la contraria, pues las cenizas son ricas en minerales y fertilizan intensamente la tierra, de manera que enseguida vuelve a crecer esa vida antes destruida.
Es ese segundo apartado hay que incluir un beneficio de nuevo cuño en la vulcanología, que es la atracción turística en que se han convertido algunos volcanes, para cuya contemplación in situ -a distancia de seguridad- se organizan excursiones y sobrevuelos en helicóptero u avioneta. No digamos ya los que están apagados y tan sólo ofrecen subir a la cima de su cono, experiencia que en unos casos es apta únicamente para escaladores expertos pero que en otros permite el acceso a un público familiar.
La región francesa de Auvernia, situada justo en el centro del país, se caracteriza geológicamente por una intensa actividad volcánica, la mayor de Europa. Forma parte del llamado Macizo Central, de orogenia herciniana, que es de la Era Primaria; sin embargo, fue en la Terciaria y Cuaternaria cuando experimentó ese volcanismo, entre setenta mil y ocho mil años atrás. El resultado: una cadena montañosa denominada Chaîne des Puys o Monts Dômes que se extiende más de una treintena de kilómetros y constituye el Parque Natural Regional de los Volcanes de Auvernia. Al sudoeste se encuentran los Montes Dore, otra cadena volcánica célebre por los balnearios y centros de aguas termales instalados allí
Chaîne des Puys presenta un centenar de conos volcánicos que allí conocen como puys. Los puys son de tres tipos: estromboliano, peleano y un tipo de depresión del terreno por hundimiento llamado maar. El más alto, el Puy-de-Dôme mide 1.464 metros de altitud, si bien lo supera la cota máxima de los Montes Dore, el Pico de Sancy, con 1.885 metros. Aparte, también hay lagos, algunos alojados en cráteres apagados. Se comprende, pues, el orgullo que hay en Auvernia por estas maravillas naturales y el interés por sacarle el máximo rendimiento.
En 2002 el expresidente Valéry Giscard d’Estaing fundó Vulcania, el Centre Européen du Volcanisme, situando su sede en pleno centro del macizo. Fue diseñado por Hans Hollein, uno de los arquitectos más prestigiosos, seguidor de las ideas futuristas e imaginativas de Frank Lloyd Wright y Ludwig Mies van der Rohe, y fundador de un estilo neopostmoderno muy personal.
Hollein empezó a trabajar en el diseño de Vulcania en 1994 y lo impregnó de un vocabulario visual tan audaz como sorprendente: es un complejo con forma conica de volcán, cómo no, partido por la mitad (algo típico de Hollein) y al que se accede por una larga rampa de bajada que constituye toda una metáfora del descenso a su caldera, recordando la aventura fantástica de los personajes de Julio Verne en busca de Arne Saknussem (Viaje al centro de la Tierra) o la entrada al Infierno que describía Dante en su Divina Comedia. El revestimiento del suelo a base de oscuras losas de lava solidificada no hace sino subrayar esa impresión, para la cual Hollein se inspiró, según dijo él mismo, en grabados de Gustave Doré. Asimismo, las paredes están recubiertas de placas de metal dorado que brillan espectacularmente al incidir sobre ellas la luz solar, de manera que se refuerza la sensación de estar en una caldera.
Vulcania cuenta con diversas instalaciones que no sólo sirven para el estudio de la vulcanología sino también, y sobre todo, para el entretenimiento didáctico del visitante. Así, en el interior se puede encontrar la reproducción a escala de un cono volcánico, un géiser, un cine IMAX subterráneo donde se proyecta material audivisual temático, montañas rusas, una galería-simulador que reproduce las fuerzas de la naturaleza, varios invernaderos, salas de conferencias, laboratorios de investigación, un restaurante panorámico…
En total, doce mil quinientos metros cuadrados encajados en una grieta originada por un antiguo flujo de lava, que no escaparon a las críticas políticas (Giscard d’Estaing fue acusado de megalómano y de querer perpetuar su recuerdo con una gran obra al estilo de Miterrand, Pompidou o De Gaulle) ni a las de los ecologistas (por el impacto que ese centro pudiera conllevar a un parque natural) ni a algunas del mundo científico (en realidad prima la parte de ocio sobre la de investigación). Con reproches o sin ellos, una visita puede servir para incentivar y ampliar el conocimiento de esas peculiares montañas de fuego, comprendiéndolas en toda su extensión con lo bueno y lo malo que tienen al margen de sentimientos y emociones atávicas.
Vía: Dezeen
Más información: Vulcania
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