El 9 de marzo de 1850 un grupo de obreros que trabajaban en el ensanchamiento del puerto de Tarragona encontraron un sarcófago de mármol con extraños relieves e inscripciones, entre muchos otros restos de la antigua ciudad romana.

Sin saber de que se trataba aquel pedrusco, los trabajadores fueron rompiéndolo en pedazos para poder extraerlo. De modo que cuando el anticuario y arqueólogo local Buenaventura Hernández Sanahuja llegó al lugar el destrozo era ya mayúsculo. No obstante la vista de aquellos fragmentos le bastó para concluir que se trataba de un sarcófago egipcio, y reconoció los relieves como representaciones de Hércules.

Efectivamente, el panel principal del sarcófago muestra a Hércules a horcajadas sobre el Estrecho de Gibraltar con un arco zodiacal sobre su cabeza. A su derecha, una procesión de colonos con sus animales se dirigen desde Egipto (identificada por la presencia de un cocodrilo y palmeras) a España.

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La historia encaja con las leyendas mitólogicas antiguas, que hablan de un héroe, mezcla del Hércules greco-romano y el Melkart fenicio, que habría conducido un gran ejército de Egipto a España, muriendo en batalla y siendo enterrado en Gades (Cádiz).

Sanahuja se dió cuenta que tenía entre manos el vínculo que faltaba para relacionar a Hércules con España y con la tierra de los faraones, y publicó su descubrimiento y teoría en Resumen Histórico-Crítico de la Ciudad de Tarragona desde su fundación hasta la época romana en 1855.

Según él los hicsos se habrían trasladado a la península Ibérica tras su expulsión de Egipto en 1550 a.C. y habrían sido los constructores de las primeras murallas de Tarragona. Los egipcios los habrían perseguido, aliandose con las poblaciones locales para vencer a los hicsos invasores. El lider de los egipcios, Hércules, habría muerto en la batalla y el sarcófago le pertenecería a él o a alguno de sus descendientes.

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Pero la reacción de los expertos internacionales no fue lo que Sanahuja esperaba. Lo consideraron una broma de mal gusto y se burlaron de la naturaleza chapucera de los relieves, entre los cuales había hasta un dios con cabeza de elefante, vestido con falda y sosteniendo el tronco de una momia de pie en una barca. Los menos lo consideraron, como mucho, una obra de época romana, una falsificación que pretendía imitar una tumba egipcia, aunque sin entrar en consideraciones de los motivos que habrían tenido los romanos para hacer eso.

Avergonzado Sanahuja destruyó todas las copias de su libro que pudo, y hoy en día encontrar un ejemplar es tarea ardua y difícil.

Sesenta años después, en 1916, el investigador A. L. Frothingham publicó un artículo en American Journal of Archaeology, en el cual utilizaba una pieza del sarcófago como evidencia de la iconografia fenicia. Este fragmento muestra dos figuras, un hombre y una mujer de pie entre dos palmeras, con dos figuras en forma de serpiente a cada lado. Frothingham las identificó como Baal y Tanit, dos de las deidades del panteón fenicio.

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Sin embargo describía el fragmento como procedente de un artefacto circular, y no como parte de un sarcófago, por lo que quizá no sabía demasiado sobre su auténtica procedencia. En 1921 Pierre Paris volvía sobre al asunto en Revue Archéologique, denunciando el sarcófago como una parodia infantil del arte egipcio.

Sanahuja sería nombrado años después inspector de Antigüedades y se convertirá en 1873 en el primer director del Museo Arqueológico de Tarragona. En cuanto a los fragmentos del sarcófago, permanecen almacenados en la Real Academia de la Historia en Madrid, sin que nadie se haya vuelto a preocupar por estudiarlos o analizarlos, por lo que su autoría y su fecha de realización continúan siendo un misterio.



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