Las películas cuya trama gira en torno al atraco a un banco suelen mostrar una planificación por parte de los ladrones digna de la NASA. Todo parece pensado y calculado hasta el último detalle, por no hablar de la tecnología utilizada y los métodos de fuga, complejos hasta decir basta: La jungla de asfalto, Atraco perfecto, Rififí, Un trabajo en Italia, Ocean’s eleven, etc. Sin embargo, eso es algo relativamente reciente porque durante mucho tiempo ese tipo de delitos se cometieron más bien improvisando, como muestran también otros filmes (Dos hombres y un destino, Bonnie y Clyde…). El paso de uno a otro tuvo lugar en el primer cuarto del siglo XX y se debió a un delincuente llamado Herman Karl Lamm.

Como se puede deducir por su nombre, Lamm era alemán, nacido en la ciudad hessiana de Kassel en 1890. Curiosamente, no estaba abocado a ser un profesional del crimen determinado por una infancia difícil, ya que formaba en las filas del ejército prusiano. No obstante, sí debía ser uno de esos tipos trapaceros e incorregibles, aficionados a las marrullerías. Eso, en un cuerpo tan estricto como el germano, no podía terminar más que de una forma: cuando le pillaron haciendo trampas a las cartas le expulsaron fulminantemente.

Sin ningún aliciente para permanecer en Europa, emigró a EEUU en 1912, donde pudo evitar ser reclutado para la Primera Guerra Mundial por su origen y porque tenía un problema cardíaco congénito. Allí descubrió que la publicitada tierra de las oportunidades no lo era tanto si en lugar de contar siempre la historia de los triunfadores se prestaba atención también a la de los que no tenían el éxito esperado. Lamm, ya vimos, no tenía demasiados escrúpulos morales así que optó por una carrera criminal. En aquella segunda década del siglo el atracar bancos se había convertido en toda una moda que practicaban los que vivían al margen de la ley, ya fueran delincuentes comunes, ya anarquistas en busca de fondos para su causa; Lamm se sumó a los primeros.

Cartel de la película Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1968)

Lo hizo, eso sí, con planteamientos diferentes. El modus operandi habitual, explicábamos al principio, no había cambiado apenas desde los no tan lejanos tiempos del Far West: era entrar en una oficina revólver en mano, llenar un saco de billetes y escapar a toda prisa, con la única novedad de recurrir a un automóvil en vez de a un caballo. Esa sencillez dio resultados en la centuria anterior pero ahora la difusión de la electricidad permitía instalar alarmas que saltaban en cuanto el atracador salía por la puerta, haciendo que la policía se presentase enseguida (las localidades también eran más pequeñas); y, si no, una llamada telefónica servía igualmente.

El germano entendió, pues, que había que adaptarse a los nuevos tiempos. Y como algo le había quedado de su paso por el ejército, planificaba cuidadosamente cada operación, analizándola sobre un mapa y apuntando todas las posibles contingencias. Ahora bien, incluso así era necesaria la pericia que sólo proporciona la experiencia, algo que aún le faltaba, por eso tras un golpe fallido en 1917 fue detenido y condenado, pasando una temporada en una prisión del estado de Utah. No estuvo mucho tiempo y no desperdició éste porque lo dedicó al estudio, desarrollo y perfeccionamiento de lo que se acabaría denominando la Técnica Lamm.

Una técnica de atraco, obviamente. Consistía en observar el objetivo previamente y durante días, anotando todos los datos que pudieran resultar relevantes para diseñar un plan: personal, guardias, horarios, ubicación de las cajas, distancias, rutas de escape… Asimismo, asignaba una misión concreta a cada miembro de la banda, de manera que uno vigilaba la entrada, otro recogía el dinero, un tercero controlaba a la gente que estaba en el banco, el cuarto esperaba con el coche en marcha, etc. Todo estaba calculado e incluía cronogramas de las acciones e incluso información topográfica de los caminos y carreteras previstos para la fuga.

Cuando salió en libertad y reunió a un grupo de colaboradores retomó la actividad, sometiéndolos a entrenamiento y practicando los pasos que debía dar cada uno en el atraco de turno, reloj en mano. Procuraba reducir al mínimo el tiempo total empleado en el golpe y, dentro de éste, que la estancia dentro del banco fuera la menor posible, al margen de la cantidad de dinero que hubiera para llevarse. Para ello incluso reconstruía el banco a escala real y obligaba a sus hombres a repetir una y otra vez los movimientos que habrían de hacer al pasar del ensayo a la realidad.

Los mapas que preparaba para las evasiones, a los que llamaba gits, incluían todo tipo de detalles que pudieran resultar de utilidad, como carreteras secundarias, itinerarios alternativos, ubicación de gasolineras y hasta la velocidad que debía aplicarse en cada tramo. Colocaba una copia desplegada en el parabrisas del coche, que solía ser de un modelo corriente pero con el motor trucado para conferirle mayor potencia. Asimismo, reclutaba a sus conductores entre pilotos de carreras y juntos revisaban con antelación las carreteras bajo distintas condiciones climáticas, practicando varias jornadas hasta saberse de memoria el camino.

Gracias a esta concienzuda labor, Lamm y sus compinches realizaron docenas de atracos bancarios, todos ellos con clamoroso éxito, desde finales de la Primera Guerra Mundial hasta 1930, consiguiendo botines que, en conjunto, superaron el millón de dólares. Se hizo un nombre popular como el Barón Lamm, emulando a otros que también caracterizaron aquella época, caso de los mencionados Bonnie y Clyde, el anarquista Bonnot en Francia o John Dillinger, con la diferencia de que sus trabajos eran bastante más eficientes y limpios. Sólo una vez se produjo una muerte, en Lafayette (Indiana), cuando mataron a un policía que sacó su arma para impedir el asalto al Tippecanoe Loan and Trust.

La banda de Butch Cassidy (él es el primero a derecha y Sundance Kid, el primero por la izquierda, ambos sentados)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Con él trabajaron directa o indirectamente algunos nombres conocidos del hampa, como Harry Pierpoint -considerado el mentor de Dillinger- o incluso viejos integrantes del Hole In The Wall Gang, una especie de sindicato de bandas delictivas en el que destacó por méritos propios la que lideraban los legendarios Butch Cassidy y Sundance Kid, inmortalizados en el cine -con más simpatía que rigor histórico- por Paul Newman y Robert Redford.

Lamm tuvo también ese punto de suerte que, como se suele decir, acompaña a los campeones porque le arrestaron varias veces por delitos diversos relacionados con robos ya desde 1914 pero, como usaba nombre falso, y salvo la mencionada condena de 1917, siempre acababa saliendo bien librado: en 1918 simplemente fue expulsado de la ciudad de Superior (Wisconsin); ese mismo año volvió a caer con el alias de Harry K. Lamb en Kansas City (Missouri) sin mayores consecuencias; en 1920 le volvieron a detener en ese estado como Thomas Bell; en 1927 repitió en Finley, (Carolina del Norte); y de nuevo en 1929, en Benton (Illinois) al considerársele sospechoso del atraco al Northwestern National Bank de Milwaukee (Wisconsin).

Pero una carrera criminal de esas características suele llevar impresa su fecha de caducidad, aunque sólo sea por una cuestión estadística. Por mucho entrenamiento que se haga siempre termina surgiendo algún fallo o un mal día y éste llegó a mediados de diciembre de 1930, tras el asalto a un banco de Clinton (Indiana). Él y su banda consiguieron llevarse algo más de quince mil dólares del Citizens State Bank pero la huida fue un despropósito. Un barbero que formaba parte de un comité de voluntarios de ayuda a la policía, organizado ante el creciente número de atracos, sospechó y corrió escopeta en mano hacia el coche al que acababan de subir; el nervioso chófer, un contrabandista llamado W.H. Hunter, dio un brusco volantazo que hizo saltar al coche sobre la acera, rompiendo una llanta.

Los atracadores se alejaron para cambiar la rueda protegidos por el fuego de una ametralladora que Lamm instaló en medio de la carretera. Pero la nueva llanta no aguantó, por lo que robaron otro automóvil que venía de frente, arrebatándoselo a su septuagenario conductor. Se llevaron un chasco al comprobar que tenía un dispositivo limitador de velocidad que le impedía pasar de cincuenta y seis kilómetros por hora (lo había instalado el dueño para cuando se lo prestaba a su anciano padre). Se cambiaron entonces a un camión, que tampoco dio resultado porque llevaba tan poca agua en el radiador que el motor empezó a echar humo. Tomaron un cuarto vehículo… que apenas llevaba combustible en el depósito.

Esa concatenación de mala suerte hizo que les alcanzara la policía. A esas alturas ya habían cruzado la frontera estatal con Illinois y aproximadamente dos centenares de agentes y voluntarios armados les perseguían. Finalmente, cuando se agotó la gasolina, les dieron alcance y rodearon en un campo de maíz cerca de Sidell, después de que un vecino al que exigieron la llave de su coche les contestara disparando su escopeta. Se desencadenó entonces un intenso tiroteo en el que resultó herido Hunter; moriría poco después.

Los demás tuvieron distinta suerte. Lamm y otro compañero de setenta y un años llamado G.W Papá Landy (que en sus tiempos había colaborado con el citado Butch Cassidy) prefirieron morir a dejarse coger y se suicidaron pegándose un tiro en la cabeza. Lo otros dos miembros, Walter Dietrich y James Ark, alias Oklahoma Jack, fueron capturados y condenados a cadena perpetua. En prisión conocieron a John Dillinger, al que Clark enseñó todos los secretos ideados por su jefe a cambio de que le ayudara a evadirse cuando le concedieran la libertad condicional. Así fue, aunque le apresaron dos días después y pasó entre rejas el resto de su vida. Sólo pervivió, libre y vigente para ser imitada por otros, la Técnica Lamm.


Fuentes

Herman “Baron” Lamm, the Father of Modern Bank Robbery (Walter Mittelstaedt)/Organized crime in the United States, 1865–1941 (Kristofer Allerfeldt)/American murder. Criminals, crimes, and the media (Mike Mayo)/Historie/Wikipedia


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