Suele creerse que la actitud de la Iglesia hacia la sexualidad siempre ha sido pacata, dominada por la represión y mediatizada por la moral tradicional. En consecuencia, todo lo relacionado con ella pasaría a reprimirse y ocultarse en una actitud medieval. Es un error doble porque ni siempre ocurrió así ni la Edad Media fue la etapa más oscurantista, pese a lo que se cree y a que San Agustín hizo lo que pudo en el plano negativo.
Y para demostrarlo, basta con echar un vistazo a buena parte de la iconografía artística de iglesias y catedrales, en las que capiteles, sillerías y gárgolas, entre otros elementos decorativos, a veces parecen un catálogo del Kama-Sutra.
Fue la Contrarreforma, o sea, la respuesta dada por Roma a la Reforma Protestante, la que realmente cambió las cosas y desarrolló una forma de ver y hacer las cosas completamente diferente. Y esa labor no sólo salió afectó al arte o la literatura sino a cierta forma de concebir lo que hasta entonces muchos consideraban una manifestación de Dios.
Recordemos que la Inquisición persiguió a los alumbrados y quietistas porque vivían el sexo de una forma natural y relacionada con la divinidad; la propia Santa Teresa fue investigada por sospecharse que sus éxtasis místicos tenían algo que ver con esas tendencias.
Pero, sin duda, uno de los ejemplos más estrambóticos de desinhibición en ese tema es el denominado risus paschalis, una forma de manifestar el placer sexual en espacio sagrado y por tanto, estrechando vínculos entre los creyentes, los sacerdotes y Dios mismo. La expresión significa algo así como risa de Pascua y se debe a darse precisamente en tiempo pascual. Entonces, tras la dureza y la austeridad de la Cuaresma, llegaba el momento de solazarse, de superar la tragedia de la muerte de Cristo a través de una actitud de burla hacia ella, ensalzando así el triunfo del hijo de Dios.
Por tanto, el cura, al dar misa, debía provocar la alegría en sus fieles; más que eso, debía divertirles hasta la risa, para lo cual no había problema en que echara mano de chistes verdes o que incluso realizara él mismo gestos procaces.
Así, la ceremonia discurría por unos cauces bastante sorprendentes para la mentalidad actual; resulta casi insólito imaginarse al oficiante imitando obscenamente el acto sexual en lo alto del púlpito o mostrando sus genitales mientras la gente se carcajeaba en los bancos. Esta costumbre se documenta ya desde el siglo IX en Francia y fue extendiéndose por todo el Norte de Europa, Italia y España. En realidad, el lugar en el que más raíces echó fue Baviera.
Se cuenta que incluso se llegaron a dar casos de actos sexuales en la iglesia, algo que se empezó a considerar un exceso. Los primeros en tomar medidas fueron los protestantes, cuya austeridad conceptual no casaba con ese tipo de tradiciones. Pero en el siglo XVI, con el Concilio de Trento, también Roma empezó a verlo con malos ojos y a la prohibición decretada por el papa Clemente siguió la de Maximiliano III, príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico.
No obstante, era algo tan arraigado que pervivió en tierra teutona hasta bien entrado el siglo XIX, cuando el Compendium constitutionum ecclesiasticarum Diocesis Ratisbonensis dejó bien claro que de «ningún modo se harán las prédicas pascuales del tipo que el pueblo denomina ostermärlein». Se refería a las fábulas de Pascua que el sacerdote narraba a los feligreses y que revestían un marcado carácter escabroso como resto de la antigua risa de Pascua. Aún así todavía se pudieron ver en Alemania, aunque muy rebajadas de tono, hasta el año 1911.
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