El primer cuarto del siglo XX fue una época dorada en la historia de los atracos, quizá no en calidad pero sí en cantidad, si por tales conceptos entendemos la cuantía de lo robado en el primer caso y la frecuencia en el segundo. El relevo de célebres asaltantes decimonónicos como Ned Kelly, Butch Cassidy, Harry Longabaugh, los hermanos Dalton o los James, corrió a cargo en la nueva centuria -aunque algunos prolongaron en ella su carrera criminal- de nombres tan célebres como Bonnie y Clyde, John Dillinger o Karl Lamm. En esa etapa se sumaron al negocio los revolucionarios políticos, necesitados de fondos con que financiar sus actividades clandestinas y, en ese último sentido, uno de los golpes más sonados fue el atraco de Tiflis en 1907.
Esa acción la llevaron a cabo los bolcheviques rusos, que se referían a ella como expropiación de la Erivánskaya, denominación eufemística alusiva a la recuperación de dinero para el pueblo y a que el robo se llevó a cabo en la plaza homónima de la capital de Georgia, bautizada así en honor de Iván Paskévich, conde de Eriván (un veterano militar del Imperio Ruso que vivió en la primera mitad del siglo XIX).
El lugar pasó a ser la Plaza de Lenin durante el período soviético y estaba adornada por una estatua del líder revolucionario; en 1991 fue derribada y sustituida por un Monumento a la Libertad, mismo nombre que actualmente tiene la plaza.
Los comunistas dieron sus primeros pasos en Rusia en 1898, de la mano del RSDLP (Partido Laborista Socialdemócrata Ruso). Su objetivo, tal como había planteado Marx, era una revolución proletaria pero antes era necesario llevar a cabo acciones de concienciación de clase (mitines, propaganda, etc), para lo cual necesitaban unos medios económicos de los que carecían. Así que, siguiendo el ejemplo de otros grupos revolucionarios, especialmente los anarquistas, empezaron a realizar atracos. No era algo exclusivo del ámbito ruso: en Francia, por ejemplo, se hizo famosa la banda de Jules Bonnot y en España la llamada Los Solidarios, de la que formó parte Buenaventura Durruti y que además de asaltar bancos u oficinas postales también luchaba contra los pistoleros del Sindicato Libre de la patronal y cometía atentados.
Sin embargo, el comunismo ruso estaba dividido a la hora de decidir sobre ese tipo de iniciativas. Los bolcheviques las defendían como legítimo recurso ante la fuerza del estado mientras que los mencheviques se mostraban contrarios y preferían un proceso revolucionario más progresivo y pacífico. Fue esta última postura la que se impuso en el Quinto Congreso del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia), celebrado en Londres en 1907 para tratar de unificar posiciones.
Sin embargo, los bolcheviques no se conformaron y organizaron un organismo autónomo y secreto, el BC (Centro Bolchevique), dirigido por un Grupo Financiero que integraban Lenin, Leónidas Krasin y Alexandr Bogdánov, partidarios de obtener fondos mediante las proscritas expropiaciones al margen de la decisión tomada por el Congreso.
De hecho, inmediatamente se retomó un plan abocetado un par de meses antes de que empezara éste y cuyo objetivo era conseguir dinero para adquirir armas. Los designados por el Grupo Financiero para concretarlo fueron Koba y Kamó, apodos respectivos de Stalin y Simon Arshaki Ter-Petrosian, porque ambos vivían en Tiflis, el lugar donde se iba a realizar el golpe.
El primero acreditaba experiencia y eficiencia en la planificación de extorsiones y atracos desde 1905 («bandolero caucásico», solía autodefinirse); el segundo, amigo suyo de la infancia y compañero de prisión alguna vez, era un armenio de carácter bronco y despiadado, experto en disfraces y explosivos, así como también veterano de las expropiaciones, que perpetraba al frente de un grupo llamado La Banda.
Así pues, Stalin se concentró en la operación, que consistía en robar la diligencia bancaria que transportaba dinero desde la estafeta de correos a la sucursal del Banco Estatal del Imperio Ruso, a su paso por la citada Plaza Ereván. Algo bastante complejo porque requeriría la participación de muchos hombres, coordinación, rapidez y , con toda seguridad, violencia, pues implicaba enfrentarse a la escolta y los soldados que habría presentes en los alrededores. Pero la acción directa era precisamente la especialidad de Koba, como había demostrado durante la Revolución de 1905 organizando escuadrones de lucha para enfrentarse a las tropas y asaltar arsenales.
También era necesaria información, claro, y Stalin encontró quién se la proporcionara; dos personas, en concreto. Una fue Gigo Kasradze, empleado del banco; la otra, un tal Voznesensky, que trabajaba en la oficina postal y era amigo suyo desde niño. Gracias a ellos, los atracadores supieron los horarios de la diligencia y la fecha exacta en la que llevaría el dinero: el 26 de junio de 1907. Los preparativos continuaron con la fabricación por parte de Kamó de varias bombas, una de las cuales, por cierto, detonó por error al intentar encender un fusible y le dejó tuerto. A causa de ese accidente, quedó postrado un mes y una cicatriz surcó su ojo derecho de por vida pero, aunque no estaba plenamente restablecido, insistió en participar el día del atraco.
Cuando éste llegó hacía tres semanas que había concluido el Quinto Congreso, algo que no detuvo a los implicados. Eran veinte, todos ataviados como campesinos salvo Kamó, que llegó a la plaza vestido de capitán de caballería y en un faetón (un carruaje descapotable, de cuatro ruedas). Los demás estaban repartidos por el lugar estratégicamente, unos vigilando la llegada del vehículo, otros aguardando en una taberna cercana, aquellos controlando a los muchos policías movilizados.
La razón de que hubiera tantos estaba en que habían recibido un chivatazo sobre un atentado de los revolucionarios, aunque sin concretar. Cuando apareció la diligencia, en la que viajaban el postillón, un cajero, un contable y dos guardias, seguido de un carruaje con soldados armados y una escolta de caballería cosaca a cada lado, se dio la señal, desatándose un pandemónium.
Eran las diez y media de la mañana y sobre la comitiva cayeron de pronto varias bombas de mano, matando a parte de los guardias y a los caballos, lo cual resultaba más importante porque el vehículo quedaba inmovilizado. Sobre él se abalanzaron los atracadores disparando sus armas contra todo lo que se movía, sembrando el pánico entre los muchos viandantes que había a esas horas.
Cabe imaginar el caos que se formó, con los carruajes de la gente huyendo en todas direcciones en medio de una batalla campal, sin saber qué estaba ocurriendo. La propia Ekaterina Svanidze, esposa de Stalin, fue testigo desde un balcón de su casa y tuvo que refugiarse dentro. porque las explosiones rompían los cristales de las ventanas y hacían temblar el suelo.
En medio de la lluvia de disparos, uno de los caballos de la diligencia, aún vivo pero enloquecido por sus heridas, se lanzó desbocado al galope arrastrando el coche y tuvo que ser detenido con una granada que le voló las patas. Se la lanzó Datikó Chibriashvili Kupriashvili, al que derribó la onda expansiva pero tuvo tiempo de recobrar el sentido y robar las sacas de billetes mientras le cubría Kamó a tiros. Entre los dos subieron el botín al faetón y escaparon, con el propio Kamó azuzando a los caballos. En la carrera se cruzaron con el carruaje del jefe de policía que, al verle de uniforme y creyendo que estaba poniendo el dinero a salvo, le dejó pasar.
Todos los ladrones pudieron escapar. Dejaron atrás cuarenta muertos, medio centenar de heridos y una desolación que pudo comprobar uno de los responsables, Elisó Lominadze, quien se cambió las ropas de campesino por las de maestro y volvió para contemplar el espectáculo sin ser reconocido. Las autoridades dieron una cifra de bajas irrisoria mientras el banco calculaba en torno a 341.000 rublos el botín sustraído (equivalente hoy en día a más de 3,6 millones de euros). Curiosamente, con la prisas, los atracadores perdieron 20.000 rublos que el postillón de la diligencia, que logró sobrevivir, se guardó (si bien más tarde sería descubierto y procesado).
Mija y Maro Bochoridze, unos amigos que Stalin tenía en Tiflis, ocultaron temporalmente el dinero dentro de un colchón que luego se fue trasladando de un piso franco a otro. El último escondite fue el Observatorio Meteorológico, donde él había trabajado antaño y del que se lo llevó finalmente Kamó a Finlandia, a la dacha de Lenin.
Unos meses después empleó una parte en comprar armas y detonadores en Bélgica y Bulgaria. No fue fácil porque dos tercios de los billetes robados eran grandes, de 500 rublos, por lo que sus números de serie eran localizables y cambiarlos iba a ser una tarea tan arriesgada como lenta.
Y eso que la investigación consiguiente resultó infructuosa. Se acusó a todos los izquierdistas indiscriminadamente y, según algunas discutidas fuentes, el mismo Stalin fue detenido e interrogado por la Ojrana (la policía secreta) al situarle en la plaza, aunque no se le consideraba sospechoso ya que era su informador. Peor lo pasaría Kamó, pues al visitar a un oculista en Berlín para tratar la herida del ojo fue denunciado por éste; Lenin se lo había recomendado por tratarse de un bolchevique pero resultó ser un agente doble. La policía berlinesa encontró en el equipaje del atracador un pasaporte falso y los 200 detonadores comprados, así que dio con sus huesos en la cárcel.
Para evitar el juicio, Kamó fingió locura: rechazaba la comida engullendo sólo sus excrementos, se arrancaba el pelo e incluso intentó suicidarse; casi nada comparado con las brutales torturas que le aplicaban para hacerle hablar, entre ellas golpearle, quemarle con una plancha o clavarle alfileres bajo las uñas. Pero no pudo evitar ni su extradición a Rusia en 1909 ni su procesamiento, que se prolongó hasta 1911 mientras se determinaba su estado mental (del que él mismo confesaría después que llegó a dudar).
Ese año logró fugarse audazmente del pabellón psiquiátrico y reunirse con Lenin en París, empezando a planear otro robo. Pero esta vez le detuvieron enseguida, volvieron a llevarle a Tiflis y fue condenado a muerte, aunque se le conmutó por cadena perpetua debido a que era el 300º aniversario de la dinastía Romanov; no salió libre hasta la Revolución de 1917. Moriría en 1922 en un accidente de tráfico y sus restos se enterraron en la Plaza Ereván (posteriormente se trasladaron).
Ninguno de los demás participantes en el atraco fue juzgado pero a muchos los expulsaron del partido, porque se abrió una grieta en el comunismo al comprobar los mencheviques que los bolcheviques se saltaban los acuerdos alcanzados en el congreso y actuaban por su cuenta.
A Stalin le depuso el comité de Tiflis, pese a que su participación no fue directa (él mismo recordaría de viejo aquel episodio en tercera persona: «Atracos…¡Nuestros amigos se apoderaron de 250.000 rublos en la Plaza Ereván!»). Claro que tenía problemas familiares más graves que atender, ya que su esposa falleció de tuberculosis ese otoño. Deprimido, abandonó la ciudad junto a otros dirigentes georgianos, quedando el partido muy debilitado allí.
Lenin también salió malparado; no tanto por su implicación en el golpe, ya que, al igual que Stalin, trató de minimizarla (lo que le enfrentó con Krasin y Bogdánov), sino por una degradación de su imagen entre la izquierda debido a que el plan que ideó en 1908 para cambiar los billetes grandes simultáneamente en varios puntos de Europa no dio resultado, desembocando en multitud de detenciones.
Como decíamos antes, con el triunfo revolucionario bolchevique, se le erigió una estatua en la Plaza Ereván, a la que también se puso su nombre… hasta 1991.
Fuentes
Anna Geifman, Thou Shalt Kill. Revolutionary terrorism in Russia, 1894-1917 | Simon Sebag Montefiore, Young Stalin | Roman Brackman, The secret file of Joseph Stalin. A hidden life | Miklós Kun, Stalin. An unknown portrait | Simon Sebag Montefiore, La corte del zar rojo | Wikipedia
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