Desde una perspectiva algo rigorista, se puede decir que el chicle es un invento un tanto memo. Al menos a priori: una goma que se mastica sin ninguna finalidad realmente imprescindible, que puede deteriorar la dentadura y provoca miles de problemas urbanísticos que cuestan millones al erario público. Visto así, resulta extraño que tenga tanta difusión pero, paradójicamente, más aún el hecho de que algún país haya prohibido su comercialización y consumo. Es el caso, insólito y único, de Singapur.

El chicle es mucho más antiguo de lo que la mayoría seguramente cree. Actualmente se fabrica con elementos artificiales como el acetato de polivinilo o la goma de xantano (un polisacárido que produce una bacteria), pero originalmente su elaboración se basaba en la savia de Manilkara zapota, un árbol oriundo de América Central y la franja tropical de Sudamérica, si bien hoy se encuentra también en Asia desde que los españoles lo llevaron a Filipinas.

Las muestras encontradas en yacimientos y los testimonios de los conquistadores nos informan de que fueron los nativos de esas latitudes los primeros en mascarla por sus cualidades aromáticas y el sabor dulce que tiene dicha savia.

En realidad, si nos ponemos en plan puntilloso encontraríamos algún ejemplo mucho antes y en Europa. Concretamente en el período Helenístico de la Antigua Grecia, donde se mascaba una olorosa resina de un arbusto llamado lentisco (Pistacia lentiscus) que los filósofos recomendaban para fomentar la capacidad de razonar, además de usarse para calmar los dolores dentales y aromatizar licores, y cuyo uso pervive aún hoy.

Los frutos de Manilkara zapota/Imagen: Docku en Wikimedia Commons

No obstante el chicle comercializado como tal apareció a mediados del siglo XIX y no tardó en popularizarse, repartiéndose entre los soldados estadounidenses por sus cualidades terapéuticas para apaciguar la ansiedad y el estrés, además de reforzar la concentración (curiosamente las mismas que le atribuían los griegos).

Los estudios médicos demuestran que el chicle tiene esos beneficios y algunos más (reduce la acidez bucal y estomacal, combate la caries, alivia las náuseas y es útil para dejar de fumar, tiene efecto saciante ayudando en las dietas), aunque no le faltan inconvenientes, la mayoría derivados no tanto del producto en sí como de su abuso (dolor de mandíbula, si lleva azúcar puede originar caries, consumido en exceso da lugar a cólicos y trastornos gastrointestinales).

Ahora bien, como decíamos al comienzo, las principales pegas del chicle no están en el consumo personal sino en lo que viene después, lo que se hace con él una vez se termina.

Aquí es cuando llega el momento de mirar hacia Singapur. Como es un país que nos resulta bastante ajeno, hay que recordar al que fue su primer ministro entre 1959 y 1990, Lee Kuan Yew, un político que ostentó el cargo durante un período bastante largo para nuestros estándares, pero es que él mismo promovió un concepto de política diferente al de las democracias occidentales optando por un modelo que partiera de un punto de vista asiático. En cualquier caso, tiempo de sobra para adoptar una catarata de medidas e iniciativas diversas, algunas muy estrictas y polémicas. Una de ellas fue plantear la prohibición del consumo y comercio de chicles.

Máquina de limpieza de chichles/Imagen: Jim.henderson en Wikimedia Commons

En el año 2000, Yew publicó unas memorias tituladas From Third World to First. The Singapore story en las que recordaba cómo tomó conciencia contra la goma de mascar. Empezó en 1983, cuando el ministro de Desarrollo Nacional le planteó la prohibición basándose en los trastornos que provocaban los chicles usados, que se usaban como herramientas de vandalismo urbano al introducirse en buzones, bloquear cerraduras, tapar botones de ascensores o simplemente dejarse sobre los asientos de los transportes públicos, sin contar el elevado coste que suponía su eliminación de las aceras y otros espacios.

Cabría objetar que lo que necesitaba Singapur era más bien educar en civismo a los consumidores y algo así debió pensar Yew porque consideró que proscribir el chicle era una iniciativa «demasiado drástica», obviándola. Pero en 1987 se inauguró el MRT (Mass Rapid Transit), un nuevo, flamante y ambicioso sistema ferroviario público en el que se invirtieron miles de millones… y que se convirtió en apetitoso objetivo para los mismos incívicos de antes, al pegar los chicles sobre los sensores de las puertas automáticas de los vagones, alterando su apertura/cierre y provocando retrasos en el servicio.

Los perjuicios resultantes eran considerables en tiempo, esfuerzo, imagen y, sobre todo, dinero, pero capturar a los responsables resultaba prácticamente imposible, así que en 1992 el nuevo primer ministro, Goh Chok Tong, decidió cortar por lo sano y retomó aquella vieja idea de su predecesor, la prohibición, promulgándola legalmente (Ley de Control de Manufacturas). Singapur dejó de ser un mercado para los fabricantes de goma de mascar, que vieron vetados sus productos; tan sólo se concedió un plazo para que las tiendas liquidaran sus existencias.

Lo cierto es que el gobierno de Singapur no limitó su rigurosa decisión al chicle, ya que en la década de los noventa el país empezó a aparecer en los noticieros de medio mundo por los draconianos métodos que empleaba su sistema judicial; especialmente a partir de 1994, tras condenar a un joven estadounidense a ser azotado por pintar grafitis, una de las cosas proscritas junto a arrojar basura, cruzar la calle fuera de pasos de cebra, escupir u orinar en lugares públicos y similares.

Se presumía, pues, del alto nivel de urbanidad de los ciudadanos, superior incluso al de muchos países occidentales, y no se estaba dispuesto a que hubiera cambios a peor en eso, de ahí que no tardara en divulgarse que mascar chicle también acarreaba la misma pena. Era falso pero sí se castigaba con multas o cárcel (unos tres mil dólares y hasta dos años de condena), que ya parece excesivo para un delito así y que se agravaba divulgando los nombres de los infractores para exponerlos a la vergüenza pública.

Uno de los trenes MRT/Imagen: Wikimedia Commons

La cosa resultaba un tanto estrambótica a ojos occidentales pero recordemos que Lee Kuan Yew propugnaba un sistema político propio, adaptado a la idiosincrasia oriental, y cuando la prensa británica le objetó que una legislación tan dura podría frenar la creatividad, él mismo replicó en un alarde de genialidad: «Si no puedes pensar porque no puedes masticar, prueba con un plátano». La proscripción del chicle levantó controversia y muchos no se resignaron a obedecer sin más, viajando a los países vecinos como Malasia a comprar. Sin embargo, la cosa no pasó de iniciativas individuales para consumo propio -algo que no se persigue- y ni siquiera apareció un mercado negro digno de tal nombre, como cabría esperar.

Como los principales damnificados -aparte de los susodichos consumidores- eran los fabricantes y éstos procedían fundamentalmente de EEUU, en 1999 se puso la cuestión sobre la mesa en las negociaciones que ambos países mantenían para alcanzar un acuerdo de libre comercio bilateral. Las empezaron Goh Chok Tong y Bill Clinton, siendo éste sucedido luego por George Bush. Aunque no trascendieron los detalles de las conversaciones, se logró firmar ese acuerdo en mayo de 2003; sin embargo, quedaban excluidos dos temas: uno era la Guerra de Irak; el otro, los chicles.

Las empresas estadounidenses no se resignaron y presionaron a través de un lobby creado ad hoc que consiguió que Singapur se replantease las cosas y abriera las puertas a una legalización parcial. Efectivamente, aquellos chicles destinados a uso terapéutico, como los sin azúcar destinados a fortalecer el esmalte dental fueron admitidos a partir de 2004, al igual que los que contienen nicotina y se usan para combatir el tabaquismo. Eso sí con condiciones estrictas que incluían su adquisición únicamente con receta del médico o dentista o, en todo caso, con autorización del farmacéutico; y siempre con la obligación de registrar el nombre del comprador.

Por lo tanto, si alguien tiene pensado pasar sus vacaciones en Singapur recuerde que tendrá que hacerlo sin chicles o un máximo de dos paquetes; de lo contrario se arriesgará a ser acusado de contrabando, deberá pagar cinco mil quinientos dólares de multa y pasar un año entre rejas. Mejor imitar a Lucky Luke y llevarse una briza de heno a la boca.


Fuentes

Chicle. The chewing gum of the Americas, from the Ancient Maya to William Wrigley (Jennifer P. Mathews)/Why Singapore banned chewing gum (Elle Metz en BBC News)/Why chewing gum is not allowed in Singapore? (Chewing Gum Facts)/Wikipedia


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