El 30 de marzo de 1840 murió uno de los internos del asilo Le Bon Sauveur, situado en las afueras de Caen (Francia). Era un hombre de sesenta y un años, enloquecido por la sífilis y sin recursos económicos, que presentaba un aspecto deplorable, sucio y desaliñado, como correspondía a aquel triste lugar.

Nadie reconocería en él al dandy inglés exquisito, brillante e ingenioso que durante décadas había sido el referente de la moda, el nuevo arbiter elegantiarum digno sucesor de aquel Petronio de la Roma neroniana. Era ni más ni más menos que George Bryan Brummell, más conocido como Beau Brummell.

Los motivos que habían llevado a un hombre así a terminar tan patéticamente, sumido en una dejadez impensable tiempo atrás y finalmente enterrado casi de tapadillo en el extranjero (en el Cimetière Prostestant de la citada Caen) hay que buscarlos en la misma actitud que le llevó a la cumbre: el dandismo que abanderó, una corriente que hizo del refinamiento y la elegancia una forma de vida.

Brummell, máximo representante del dandismo, en una reconstrucción del artista historicista George S. Stuart/Imagen: Peter d’Aprix en Wikimedia Commons

El dandi únicamente se preocupaba de la limpieza personal y de vestir a la moda, asumiendo, en cierta forma, una actitud revolucionaria, una especie de protesta sui generis asociada al surgimiento del liberalismo, la burguesía y el romanticismo frente al rancio modelo aristocrático y neoclásico, en la misma medida que lo hacía de las clases populares.

Ello implicaba vivir en un medio urbano, tener una mente abierta y contestataria, mostrar cierta conflictividad de carácter y llevar esa actitud hasta el extremo, de manera que un dandi no trabajaba o lo hacía en cosas muy concretas (arte, literatura) porque era algo que entraba en contradicción con el estilo y la distinción de la que hacía gala.

Consecuentemente, apenas había ingresos y en el caso de Brummell eso le pasó factura a la larga, debiendo sobrevivir prácticamente de la caridad de sus amistades.

Los niños Brummell (Joshua Reynolds)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero empecemos por el principio. Brummell nació en Londres en 1778 en el seno de una familia de clase media cuyo cabeza, William Brummell, trabajó como secretario del Conde de Guilford (Lord Frederick North, que había sido Primer Ministro) antes de convertirse en gobernador del condado de Berkshire. Por tanto, gozaban de una buena situación económica que permitió al joven George ser educado en Eton y manifestar un interés temprano por vestir a la última. Después pasó a la Universidad de Oxford, donde se hizo muy célebre tanto por sus opiniones sobre moda como por su ingenio.

Allí sólo estuvo un año; a los dieciséis ingresó en el ejército como corneta del Décimo de Húsares, ascendiendo a teniente en 1795, casi a la vez que fallecía su padre dejándole la tercera parte de sus bienes (las otras dos se las repartieron familiares). Ese dinero le vino muy bien para llevar el tren de vida que pretendía y que resultaba incompatible con el oficio militar, así que de su paso por el regimiento apenas quedaron el nombramiento de capitán, la nariz rota por la coz de un caballo, un considerable absentismo y el nepotismo con que le trató un compañero de armas del que ya se había hecho amigo en Eton: nada menos que Jorge Augusto Federico, primogénito del rey Jorge III y, por tanto, Príncipe de Gales.

Jorge IV en 1816, siendo príncipe regente (Thomas Lawrence)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Si éste protegía a Brummell en todo -los ascensos en el escalafón se atribuyeron a su mediación-, también se daba lo contrario, es decir, la influencia de Brummell sobre él, fruto de la cual el heredero del trono (que en 1788 ya había ejercido una breve regencia durante el período de demencia de su padre) llevaba una vida bastante extravagante que irritaba a su progenitor porque la consideraba indigna de su condición: el futuro Jorge IV acumulaba deudas millonarias, fracasaba en un intento de matrimonio ese mismo año de 1795 y sembraba Inglaterra de hijos ilegítimos con diversas amantes.

Asimismo, mandó construir en Brighton un suntuoso palacete de estilo oriental, el Royal Pavillion, donde se alojaba cuando acudía a esa localidad costera elegida por un doble motivo: para encontrarse discretamente con una mujer católica con la que se había casado secreta e ilegalmente y por recomendación médica, para tratar su gota.

Y es que el príncipe era tan adicto a las comilonas como a las féminas, sin control durante una juventud en la que solía vestirse a la antigua, de una forma estrambótica y recargada (pelucas empolvadas, maquillaje, puntillas…) que sólo empezó a cambiar gracias al asesoramiento de su amigo.

Caricatura de Brummell en 1805 por Robert Dighton/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El caso es que Brummell decidió dimitir de su cargo en el Décimo de Húsares al enterarse de que éste sería trasladado de Londres a Manchester, ciudad industrial que consideraba carente de cultura y distinción. Quería seguir viviendo en la capital, en suma, y las treinta mil libras que recibió de su difunto padre se lo facilitaban. Seguía contando además con la amistad del Príncipe de Gales, gracias al cual su nombre no tardó en volverse muy conocido en los círculos sociales acomodados por ser considerado el árbitro de la elegancia en Inglaterra.

En efecto, él había adoptado ya un estilo muy definido que rompía con los usos del vestir vigentes hasta entonces: generalizó el uso de la corbata y/o pañuelo anudados sobre el cuello alto de una camisa de lino, desterró los culottes con medias en favor del pantalón largo y las casacas dieciochescas por el frac o levita, eliminó el obsoleto tricornio por el sombrero de copa…

O sea, introdujo lo que iba a ser la moda decimonónica, muy diferente a la predecesora no sólo en la ropa sino también en su colorido, evitando el policromatismo en favor de combinaciones más sobrias pero, a la vez, armónicas. La moda que devino en la actual, podríamos decir.

La cosa no se limitó al vestuario, pues también difundió la higiene corporal en todos sus aspectos: desde el afeitado perfecto a la limpieza dental pasando por el baño diario, que él sublimaba haciéndolo con leche en vez de agua a la manera cleopatriana y, frecuentemente, con asistencia de su real amigo, quien le acompañaba fascinado para imitarle luego. La leyenda dice que Brummell empleaba toda la mañana en estar acicalado y vestido, y que su grado de refinamiento era tal que usaba champán para dar lustre a sus zapatos.

Un baile en Almack’s, en 1815. A la izquierda se ve a Beau Brummell conversando con la Duquesa de Rutland/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entretanto, residía en el distinguido barrio de Mayfair evitando, al menos en un primer momento, las fiestas nocturnas a las que tan adicto era el Príncipe de Gales; por ello precisamente solía llamarle la atención, pues la relación mutua era de tal confianza que prescindían de formalismo y Brummell no sólo le llamaba Prinny sino que lo tenía como víctima preferente de crueles dardos verbales por su incontinencia.

Ahora bien, no ejercía ninguna profesión; ni siquiera algo que le proporcionara unos ingresos mínimos como sí tendrían otros dandys célebres, caso de Lord Byron, Baudelaire o Wilde, de manera que su cuenta corriente empezó a bajar sin freno.

De hecho, gastaba un dineral en ropa y él dejó la sentencia de que un hombre con ciertos medios debería dedicar a su guardarropa unas ochocientas libras anuales, cantidad astronómica si se tiene en cuenta que el salario medio de un artesano de la época era de cincuenta y dos libras al año; según cálculos, la cantidad expresada equivaldría hoy a unas cincuenta y dos mil libras (más de cincuenta y ocho mil euros). Esto se agravó cuando se aficionó al juego, actividad que sí entraba dentro de su canon estético y que terminó llevándole a la ruina.

Los socios del Watier’s hacia 1818 (caricatura de Richard ighton)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Durante un tiempo aguantó gracias a su crédito. Pero en el verano de 1813 ocurrió un incidente que precipitó su caída en desgracia. Asistía a un baile de disfraces en el Watier’s, un club para caballeros del que fue uno de los fundadores, y al que Lord Byron llamaba The Dandy Club, cuando entró el Príncipe de Gales -que volvía a ser regente desde 1811- y, molesto desde hacía un tiempo por los sarcasmos de Brummell, saludó a sus amigos Alvenley y Pierrepoint, obviándole a él. Entonces éste exclamó en voz alta, para estupor general: «Alvenley, ¿quién es tu gordo amigo?».

Brummell en sus últimos años en Caen/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El futuro Jorge IV rompió definitivamente la relación con su viejo camarada y toda la alta sociedad le siguió. Brummell quedó condenado a un ostracismo social que era lo peor que podía pasarle a alguien que dependía precisamente de la popularidad para poder vivir. Aguantó un tiempo amortizando su nombre y ayudado por amistades pero, pese a que las deudas de juego siempre las pagaba por considerarlo una obligación de etiqueta, poco a poco fue acumulando facturas de otros tipos y, así, decenas de acreedores rodeaban su casa; sólo podía salir de noche, cuando se iban a dormir.

En 1816 la situación tocó fondo y tuvo que escapar a Calais para no ir a prisión. Debió ser muy incómodo para él caer en algo tan humillante porque se vio obligado a permanecer en Francia diez años, careciendo de pasaporte y sin apenas medios hasta que, dado que Jorge IV falleció (reinó de 1820 a 1830) y le sucedió su hermano Guillermo IV, su viejo amigo Alvenley pudo mediar en el Foreign Office y conseguirle el nombramiento de cónsul. El sueldo que aparejaba el cargo le permitió cierto desahogo, aunque sólo duró dos años; luego el consulado de Caen fue suprimido a petición propia creyendo que le trasladarían a un destino mejor y no fue así.

De nuevo se quedó sin nada y esta vez no pudo eludir la cárcel por las denuncias de los acreedores franceses. Salió en libertad porque volvieron a pagar sus amigos ingleses pero ya se trataba sólo de una sombra, hundida y abandonada a la desidia, a la que la muerte esperaba para llevarse. Brummell ya no era Beau.


Fuentes

Dandies. Fashion and finesse in art and culture (Susan Fillin-Yeh)/Dandyism in the age of revolution. The art of the cut (Elizabeth Amann)/Beau Brummell. The ultimate man of style (Ian Kelly)/The life of George Brummell (capitán William Jesse)/George IV. The rebel who would be king (Christopher Hibbert)/Wikipedia


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