Cuando hablamos de cuál fue el emperador más grande de Roma hay que tener cuidado con ese adjetivo y aclarar en qué sentido se aplica. Para la mayoría, la descripción se ajusta a Octavio Augusto, que fue el primero y el que impuso la Pax romana; para otros, los cristianos de otros siglos, ese mérito correspondería a Constantino por haber legalizado esa religión; también están los que ampliaron las fronteras imperiales, como Trajano, los que tuvieron una cultura notable, como Marco Aurelio…

Pero si decimos la palabra grande en el sentido literal, el protagonista absoluto e indiscutible es Maximino el Tracio. ¿Por qué? Pues porque, según dicen las crónicas, era un gigante «de aspecto aterrador y tamaño colosal» que usaba brazaletes como anillos. Por supuesto, es imposible concretar pero algunas fuentes -seguramente algo exageradas, ya que casi ninguna es contemporánea suya- le atribuyen casi 2 metros y medio de altura y una fuerza en consonancia. Como referencia, cabe reseñar que el individuo más alto del que se tiene constancia documentada fue Robert Pershing Wadlow, quien murió a los 22 años de edad con unas medidas impresionantes: aproximadamente 2,72 metros y 219 kilos de peso.

Volviendo a Maximino, que posiblemente sufría de acromegalia o gigantismo (exceso de hormona de crecimiento; las monedas de la época muestran indicios morfológicos de ello, como el agudo prognatismo), nació en torno al año 173 d.C. en Tracia (más o menos la actual Bulgaria y algunas zonas de Turquía y Grecia), recibiendo el nombre de Cayo Julio Verus. Ingresó en el ejército romano a los 17 años, en tiempos de Septimio Severo, y pronto empezó a destacar por su fuerza.

Ello le facilitó ir subiendo de rango y, ya bajo el gobierno de Alejandro Severo, llegó a alcanzar el mando de una legión como legado. Luego fue gobernador de Mesopotamia y consiguió hacerse con el imperium tras el asesinato del joven césar en Germania, llevado a cabo por los propios legionarios a causa del descontento reinante por el retraso en sus pagas mientras se daba dinero a los bárbaros. La guardia pretoriana eligió a Maximino para sustituirle en detrimento del otro candidato, Quartino.

Moneda de Maximino / foto Johny SYSEL en Wikimedia Commons

Nos situamos en un siglo, el III, crítico por el efecto del clima en la subida del nivel del mar en lo que hoy son los Países Bajos, que se inundaron destruyendo las cosechas, lo que repercutió en desplazamiento demográfico hacia la frontera romana, hambrunas y epidemias; todo lo cual, unido a las guerras civiles en el seno imperial, alteró la estabilidad de Roma. Durante décadas, la dirección de aquel sistema pasó efímeramente por las manos de 26 hombres diferentes. Maximino, ironías de la vida, fue precisamente uno de los que tuvieron el período de mandato más corto; sólo tres años, entre el 235 y el 238.

Y es que no lo tuvo fácil. Empezando por su proclamación, que no gustó nada al Senado por su origen campesino; y encima tracio, como él mismo incorporó a su nombre orgullosamente. Pero además estaban los partidarios del fallecido Severo -la nobleza, básicamente-, el descuido en que se había dejado el frente occidental para atender el oriental persa (y plasmado en varias derrotas ante los germanos), la creciente difusión del cristianismo (Severo había sido tolerante con esa fe), etc.

Maximino afrontó ese panorama persiguiendo a los cristianos, eliminando a sus opositores (hubo al menos un par de conspiraciones contra él) e iniciando una victoriosa campaña ante los germanos (le valió el nombramiento de Germanicus Maximus); pero para poder desarrollar esta última, tuvo que duplicar el salario de los soldados, para lo cual se vio obligado a subir los impuestos (especialmente entre la aristocracia). Así, perdió la poca popularidad que le quedaba, aumentada por el hecho de que todavía no había ido a la capital.

Quizá intuyendo el peligro, quiso asegurar su dinastía y nombró césar a su hijo Máximo, antes de marchar contra dacios y sármatas. Pero en el 238 se sublevaron los terratenientes de las provincias africanas, que nombraron al procónsul Sempronio Gordiano nuevo emperador. El Senado se apresuró a dar el visto bueno y el aspirante se dirigió a Roma con sus legiones; nunca llegó porque el gobernador de Numidia, enfrentado con él por una cuestión personal, le derrotó y mató.

Sin embargo, ya se habían desatado las hostilidades abiertamente contra Maximino. Los senadores volvieron a proclamar hasta dos emperadores más Pupieno y Balbino. En medio de una guerra civil, con sus tropas afectadas por hambre y enfermedades, llegó el final para Maximino: sus propios hombres le asesinaron junto a su hijo, decapitándoles y llevando sus cabezas a los senadores. Así terminó la sorprendente aventura de un césar gigante y de origen humilde que nunca llegó a pisar Roma.


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