Un pescador de la costa sudafricana que falleció en el año 315 a.C. ha sido identificado como el humano conocido más cercano a la mujer considerada como madre de toda la Humanidad, la Eva mitocondrial.
Aunque murió muchos años más tarde que Sócrates o Aristóteles, es hoy la muestra genética conocida más antigua que se relaciona directamente con nuestro ancestro femenino común. Evidentemente a su favor juega el hecho de que ni los restos de Sócrates ni los de Aristóteles han sido hallados jamás para realizarles pruebas genéticas. Pero también que la zona donde se halló se considera actualmente como la cuna de los humanos.
Si se rastrea el ADN en las mitocondrias heredadas por vía materna en nuestras células (las de todos los humanos vivos actualmente), todos descendemos de un antepasado común. Esta mujer, a la que se conoce como la Eva mitocondrial, vivió hace 100.000–200.000 años en el Sur de África.
No fue la primera humana. Antes que ella hubo muchas más, miles, quizá millones. Sin embargo, ninguna otra tuvo descendencia femenina que llegue hasta la actualidad. Esto debió ocurrir en un momento en que la población humana en el planeta se reducía a unos pocos individuos, quizá 10.000 o 100.000. Es decir, todas las líneas genealógicas de descendencia femenina se interrumpieron, salvo la de esta mujer. Como resultado, todos los humanos actuales pueden rastrear su ADN mitocondrial hasta ella.
En su ADN existían casi todas las variantes genéticas que observamos en la Humanidad actual. A partir de ella los humanos se fueron separando y configurando los grupos étnicos actuales.
No obstante esto no quiere decir que los humanos descendamos sólo de esta mujer, ni mucho menos. Sólo que ella es el antepasado más antiguo común a todos nosotros. En Ciencia 15 hay una explicación muy interesante, comparándolo con lo que ocurre con los apellidos en la isla Pitcairn.
Y ahora los investigadores han hallado el esqueleto de este pescador, que murió unos pocos años después que Alejandro Magno, pero en un lugar remoto, y posiblemente ignorando quien había sido aquel ni lo que ocurría en el Mediterráneo Oriental. En su tiempo no debió ser un personaje importante, un humilde pescador desconocido, ahora convertido en pieza clave de nuestro mapa genético. Sobre todo porque en él se ha identificado una rama del árbol genealógico humano hasta ahora desconocida.
Esta nueva rama habría sido el primer grupo en separarse del tronco común de la Eva mitocondrial, hace unos 150.000 años. El hombre tenía unos 50 años cuando murió, una edad avanzada para la época, y es ya el sub-sahariano más antiguo cuyo ADN ha podido ser secuenciado.
Fue hallado en la Bahía de Santa Helena en 2010 por Andrew Smith, arqueólogo de la Universidad de Ciudad del Cabo, y examinado por el antropólogo Alan Morris, de la misma Universidad.
Se sabe que era pescador porque padecía de oído de surfero, un crecimiento óseo dentro del canal auditivo provocado por la larga exposición al agua fría, y que como su nombre indica es muy frecuente entre deportistas cuya principal actividad combina frío, humedad y viento. Esto reveló que debía pasar mucho tiempo buceando en las frías aguas del Atlántico Sur en busca de comida.
Medía metro y medio de estatura, y había sido enterrado en una tumba repleta de conchas marinas, algo no habitual.
La importancia de este descubrimiento está en que puede ayudar a desentrañar el misterio de como y cuando los seres humanos se convirtieron de cazadores en agricultores. Y sobre todo, averiguar como eso cambió nuestro genoma.
Foto por Michael Pollack
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