En el mundo existen varios pozos petrificantes, lugares cercanos a corrientes de agua, generalmente pozas naturales o cavidades, conocidos desde muy antiguo y que no tienen nada de misterioso ya que en ellos se produce un curioso fenómeno natural.

El más famoso de todos es Petrifying Well, que además pasa por ser la atracción más antigua del país en la que se cobra por la visita, nada menos que desde el año 1630.

Probablemente los incrédulos que pagaban en aquellos tiempos por acceder a Petrifying Well pensasen que lo que allí ocurría era fruto de algún tipo de magia u obra del demonio. Nada más lejos de la realidad.

Foto Immanuel Giel en Wikimedia Commons

El lugar se halla en la localidad inglesa de Knaresborough en Yorkshire, muy cercano a otra atracción, la Cueva de la Madre Shipton. Ésta se asocia a la leyenda de una adivina que supuestamente habría nacido en la cueva, y ambos lugares son explotados de manera privada conjuntamente.

El pozo está junto al río Nidd, y por lo menos desde la Edad Media es conocida su capacidad para convertir en piedra cualquier objeto que se abandona en él. Es más, sus bordes tienen la apariencia de una calavera gigante, lo que llevó a muchos a pensar que con solo tocarlos podían quedar petrificados.

En realidad lo que ocurre es que las aguas que fluyen al pozo tienen tan alta concentración de minerales que se produce el mencionado fenómeno, que no hay que confundir con la petrificación, ya que en este caso los objetos quedan solo recubiertos de una especie de cáscara pétrea. No hay reemplazo de las moleculas originales por otras de mineral en el interior. Pero para el espectáculo eso es lo de menos. En realidad se trata de un proceso muy parecido a la formación de las estalactitas y estalagmitas en cuevas.

Pero a diferencia de éstas, que necesitan de siglos para formarse, para que el fenómeno haga su trabajo solo es necesario dejar los objetos unos pocos meses bajo el agua que se precipita desde lo alto. Hoy pueden contemplarse multitud de ellos, como ositos de peluche, bicicletas, anillos, utensilios de cocina, sombreros, y toda clase de objetos, algunos de los cuales tienen varios siglos de antigüedad.

La primera referencia escrita del pozo proviene de John Leyland, el anticuario de Enrique VIII, que lo visitó en 1538. Curiosamente menciona que los lugareños solían beber sus aguas e incluso bañarse en él dadas las propiedades milagrosas que pensaban que poseía.

En 1630 el rey Carlos I vendió las tierras donde se encuentra el pozo a Sir Charles Slingsby, quien no dudó en aprovechar la popularidad del lugar para hacer negocio cobrando por la entrada. Así se convirtió en la primera atracción de pago de Inglaterra.

Pero como decíamos al principio no se trata de un lugar único. En la propia Inglaterra hay otro en Matlock Bath, y en Irlanda uno más en Howth Head.


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