No sé si seguirán igual las cosas ahora que Grecia está medio aplastada por la crisis económica, pero cuando estuve Atenas hace unos años me llevé una sorpresa al comprobar que intentar acceder a la Acrópolis era como entrar en el Metro en hora punta. Esa masificación se hacía extensible a otros importantes lugares turísticos de la capital griega, de manera que aquella jornada parecía imposible visitarlos sin una muchedumbre alrededor: el Areópago, el Odeón de Herodes Ático, el Ágora…

Sin embargo, después de comer sí conseguí dar con un rincón tranquilo, casi vacío, lo cual constituyó una sorpresa aún mayor, ya que en teoría se trataba de un atractivo más de la zona antigua. Me refiero al Keramikós, al que también verán referencias por su nombre traducido al español, el Cerámico, y al que accede por la calle Ermou.

Esa denominación se debe a que originalmente era el barrio de los alfareros atenienses, aunque posteriormente su parte exterior se dedicó a cementerio militar. De hecho, hoy en día está formado por varias avenidas, flanqueadas por monumentos funerarios de todo tipo, sobre todo por donde fluía Eridano (río que nacía en el monte Likavitós).

Son calles solitarias, silenciosas, únicamente frecuentadas por gatos sigilosos, pues parece que la gente no se interesa especialmente por una necrópolis, aunque sea la mayor del país, y tiene bastante con el Partenón y el Erecteion. Quizá porque la mayoría de las piezas originales se ven en el Museo Arqueológico. No sé, a lo mejor también influía que a esas horas el sol pegaba muy fuerte y apenas hay sombras donde refugiarse.

Tumbas en el cementerio ateniense del Cerámico | foto Following Hadrian en Wikimedia Commons

En cualquier caso, ya digo, me resultó chocante. Máxime si se tiene en cuenta que allí, en la Puerta Santa, comenzaba la Vía Sacra por la que discurría la fascinante procesión de los misterios de Eleusis cada 19 de boedromion (primer mes del calendario ático): los participantes partían a pie por esa calzada hacia la ciudad homónima agitando ramas y gritando procacidades, en recuerdo del personaje que había alegrado con chistes de ese tono la tristeza de Deméter cuando perdió a su hija. La fiesta duraba nueve días.

Otra puerta importante era la Dipylon o Doble, por la que se accedía a la urbe durante otra procesión fundamental, la de las Panateneas. Era el festival ateniense por autonomasia, se celebraba cada cuatro años y duraba seis jornadas, llenas de música, poesía y competiciones deportivas, con la citada procesión como momento culminante al llegar ante la estatua de la diosa Atenea de la Acrópolis. Los mármoles del Partenón que hay en el British Museum son un auténtico cómic de las Panateneas.

A medio camino entre la Dipylos y la Acrópolis se hallaba el Pompeión, el gimnasio más antiguo que se conoce y que durante el evento servía también como punto de encuentro de los altos dignatarios.

Como imaginarán, se calcula que únicamente un tercio del Keramikós ha sido excavado, y eso que se empezó en 1862. No es difícil deducirlo, teniendo en cuenta que cada vez que se abre un agujero aparecen restos arqueológicos, al igual que pasa con el resto de la ciudad. Por eso uno uno no pierde la esperanza de que algún día se encuentren las tumbas de Clístenes (el padre de la democracia griega) o Perícles (el que llevó a Atenas a su máximo esplendor), que se sabe que fueron enterrados allí.

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