Cuando se habla de géiseres la mente se nos va casi automáticamente a Islandia o a Yellowstone, en EEUU. Pero hay un sitio casi insospechado donde también se pueden ver en abundancia y, además, agrupados, unos junto a otros. Se trata de un lugar llamado El Tatio, situado en el desierto de Atacama, en la parte norte de Chile.

El campo geotérmico de El Tatio es uno de los mayores del mundo y el que se encuentra a más altitud (cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar).

Allí, circundados por volcanes, se reúnen unos ochenta de esos peculiares escapes de vapor (el ocho por ciento del total del planeta), que funcionan gracias a los cráteres que producen las fallas -recordemos que se trata de una región altamente sísmica-, permitiendo que el agua caliente almacenada bajo la superficie rocosa ascienda y brote a presión sobre la superficie.

Foto Diego Delso en Wikimedia Commons

Las fumarolas se reparten por una superficie de diez kilómetros cuadrados, originando un llamativo espectáculo que ha dado nombre al lugar; y es que El Tatio deviene de Tata-iu, palabra que el dialecto atacameño kunza (que se habló en el Altiplano hasta el siglo XIX) significa «Abuelo que llora».

El caso es que los géiseres de El Tatio destacan por su cantidad pero no tanto por su calidad, si es que se puede decir así. Frente a las enormes columnas de agua hirviendo que salen en otros sitios, la mayoría de los chilenos son pequeños y poco violentos, superando apenas el medio metro, aunque hay alguna excepción que sube hasta siete metros. El mejor momento para verlos en actividad es por la mañana, entre las 6:00 y las 9:00.

Foto Diego Delso en Wikimedia Commons

Eso sí, el agua sale muy caliente, en torno a ochenta y seis grados, permitiendo a los visitantes -que son muchos, unos cien mil anuales- el disfrute de pozas termales, como las de Puritama, para bañarse a una temperatura idónea, entre veinticinco y treinta grados.

Además son aguas ricas en minerales, aconsejables parea el tratamiento de afecciones reumáticas; por eso no extraña que, una vez descartado un fallido intento de explotación industrial, se haya dotado al lugar de infraestructuras hoteleras, con la particularidad de que las dirigen las propias comunidades indígenas.

Como dato final, una llamada a la prudencia. El calor reblandece los bordes de los cráteres, por lo que conviene no acercarse en previsión de que se hunda el terreno y uno acabe cocido dentro de un géiser. Éstos tienen vallas protectoras alrededor y periódicamente se producen accidentes de ese tipo cuando los visitantes apuran al máximo.


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