Es curioso ver cómo la gente se niega a que le pongan cerca de casa una central nuclear, un centro de rehabilitación o una cárcel; a veces incluso la instalación de una simple antena de telefonía móvil puede desencadenar la histeria. Y, sin embargo, probablemente muchos de esos preocupados vecinos vivan a lado de un auténtico asesino en potencia, capaz de matar a cientos o miles de personas con un simple tosido.
Me refiero a esas ciudades que crecen y crecen en la ladera de un volcán activo ignorando el peligro de que un día se despierte de mal humor y se quite de encima a todos esos extraños, tal cual hizo el Vesubio en la Antigüedad. Es difícil explicar la razón en el caso de los asentamientos urbanos, más allá de ese extraño y característico apego que hay a la tierra en que uno nace. En cambio, resulta evidente el porqué en el ámbito rural: las cenizas enriquecen el suelo y lo vuelven mucho más fértil.
Todo esto viene por la alerta naranja originada por la reciente erupción del Tungurahua (5.029 metros) enEcuador, un país que está literalmente sembrado de volcanes. Hasta 70 se pueden contar, unos dormidos pero otros plenamente activos (27, para ser exactos), formando una auténtica ruta turística de gran interés para quienes, entre los que me incluyo, disfrutan acercándose a esas amenazadores pero bellas fauces de la Tierra.
El más destacado quizá sea el Chimborazo, no sólo por tener mayor altitud que los otros (6.310 metros), sino también por una curiosidad: su cumbre es el punto del globo más cercano al Sol (si se mide desde el centro del planeta supera en 2.000 metros al Everest). Aunque está activo, su última erupción fue en el siglo VI.
Otro muy conocido es el Pichincha (4.794 metros), dado que por su falda se extiende Quito. También por razones históricas, ya que en una de sus laderas se libró la batalla homónima entre los independentistas de Sucre y el ejército español del mariscal Aymerich allá por 1822. También llamado Guagua, tiene dos cráteres que entraron en erupción en 2004.
El Cotopaxi, segundo en altitud con 5.897 metros, tampoco queda lejos de la capital, situada a medio centenar de kilómetros. Desde 2003 parece estar incrementando su actividad progresivamente.
En fin, no voy a reseñar aquí todos los que hay. Pero sí decir que forman lo que Alexander von Humboldt bautizó como Avenida de los Volcanes, un conjunto de montañas emblemáticas (nevados, los llaman allí), tan bellas como terribles, que ocasionalmente desatan su poder destructor pero luego compensan con creces esa violencia natural. De hecho, a su alrededor abundan los parques nacionales y reservas forestales, tapizadas por miles de especies vegetales y habitadas por no menos animales.
Por muchas de esas laderas de lava se pueden hacer excursiones sin peligro, tanto en bicicleta como a pie o a caballo, que permiten asomarse a los cráteres y atisbar la entrada al Infierno, cerrada por el momento. Una de las grandes bazas turísticas con que cuenta Ecuador para incorporarse de una vez a los catálogos viajeros.
Foto 1: David Torres Costales en Wikimedia
Foto 2: Santiago Montesdeoca en Wikimedia
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