Contemplar un géiser en acción siempre es un espectáculo que llama la atención y congrega a los turistas alrededor, cámara en mano, dispuestos a intentar captar imágenes del momento. No es sencillo porque, evidentemente, la Naturaleza no se molesta en avisar el momento exacto. Pero si uno visita Islandia y se desplaza no muy lejos de la capital Reykjavik, a la vecina región de Haukadalur, lo tendrá más fácil gracias al Strokkur.

El Strokkur es uno de los géiseres más famosos del mundo por dos razones: erupta cíclicamente -el promedio es de 10 a 15 minutos frente a las horas que tardan otros- y su chorro de agua caliente alcanza una media de 15 a 20 metros, habiendo llegado a veces hasta los 40. No es el más grande, de todas formas, honor que le corresponde al Stemboat de Yellowstone (EEUU), que alcanza entre 60 y 115 metros. El récord lo registró el Waimangu de Nueva Zelanda en 1904 con 460 metros.

El entorno donde se ubica el Strokkur es propicio para ello al tratarse de una zona de gran actividad geotérmica, llena de fumarolas, piscinas de lodo y similares. De hecho, al lado está el Stóri-Geysir, que ha dado nombre mundial a este tipo de fenómeno natural y otros seis géiseres; nada raro en un país donde se localiza nada menos que una treintena. Y, ojo, que a nivel mundial no abundan; apenas se cuenta un millar en todo el planeta.

Foto Markus Trienke en Wikimedia Commons

Los géiseres son fuentes termales que arrojan al aire agua y vapor a altas temperaturas debido al calor que ocasiona el magma sobre las rocas que hay en el subsuelo y que forman una especie de cañerías. Algo así como si el agua subterránea entrara en ebullición y al encontrar un agujero para salir lo hiciera disparada a presión.

Las primeras noticias que tenemos de Strokkur se remontan a 1789, cuando un terremoto abrió el géiser en la superficie; entonces el agua, filtrada del río Hvitá, alcanzaba decenas de metros de altura. Otro seísmo lo cerraría a mediados del siglo XX, pero los vecinos no estaban dispuestos a perder el filón turístico que suponía y ellos mismos despejaron la salida de piedras en 1963 para garantizar que continuaran las erupciones.

Y, en efecto, hoy sigue llegando curiosos al Parque Nacional de Thingvellir para disfrutar del espectáculo con la garantía plena de que podrán verlo sin esperar demasiado. Eso sí, conviene no acercarse pues, aunque en islandia suele hacer un frío considerable, el agua sale a 120º centígrados de temperatura.


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