Imagen: Herbert Aust en Pixabay

Van pasando los años y aún no he podido cumplir uno de mis sueños viajeros: ascender a la cumbre del Kilimanjaro, la montaña más alta de África y, sin duda, también la que representa la imagen más iconográfica del continente, siempre al fondo de la sabana y con algún elefante en primer plano.

El Kilimanjaro, nombre swahili cuyo significado no está del todo claro aunque parece aludir a la blancura helada de su cima, se halla al nordeste de Tanzania, justo sobre la frontera con Kenia. De hecho, originalmente formaba parte de la colonia británica y si ahora está en el país vecino es porque la reina Victoria se lo regaló a su sobrino nieto, el káiser Guillermo II, para que Alemania tuviera una montaña en su protectorado de Tanganika.

Fue el misionero suizo Johann Rebmann el primero en informar de la existencia de una montaña de cumbre nevada en pleno ecuador, allá por 1848. Nadie le creyó y hubo que esperar 41 años a que los germanos Hans Meyer y Ludwig Purtscheller, guiados por el chagga Yohanas Lawo, confirmaran la fantástica historia al pisar por primera vez la nieve que tapizaba los tres picos que la forman, volcanes extinguidos: Kibo (rebautizado Uhuru, Libertad, al independizarse Tanzania), Mawenzi y Shira.

La ventaja que ofrece el Kilimanjaro es que su ascensión resulta relativamente fácil en la estación seca (de julio a diciembre), permitiendo a cualquier aficionado al montañismo subir hasta casi 6.000 metros de altitud (para ser exactos, 5.895 en el Kibo) sin necesidad de tener conocimientos técnicos ni más equipo que el necesario para protegerse del frío. Baste decir que la edad mínima exigida es de 10 años.

Ello se debe a que la ruta de subida es suave, hay varios refugios para pernoctar y sólo hace falta un poco de aclimatación. Es habitual hacerlo entre 6 y 10 días, más o menos, sin que eso garantice que se llegará sin problemas: hace falta entrenamiento. No obstante los porteadores están atentos y pueden bajar al que se sienta mal, en carros de mano, hasta una altitud más segura para la salud.

Si no hay contratiempos es posible disfrutar del camino viendo cómo, poco a poco, a medida que desciende la temperatura, va cambiando también el paisaje, pasando de sabana a bosque tropical, pradera alpina, páramo, desierto pedregoso y nieves perpetuas. Y hubo un tiempo en que tampoco escaseaba la fauna, como demuestra el hallazgo del famoso leopardo congelado que dio pie a Hemingway para escribir Las nieves del Kilimanjaro. Nieves, por cierto, que cada vez van menguando más por el calentamiento global. Si no me apuro no llegaré a pisarlas.

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