La Blood Falls o Catarata de Sangre brota del glaciar Taylor, una lengua de hielo de 54 kilómetros de longitud situada en la Tierra de Victoria, en la Antártida. El lugar fue descubierto en 1911 por un geólogo australiano llamado Thomas Griffith Taylor, con cuyo nombre se ha bautizado el sitio, y aunque al principio se pensaba que ese peculiar color rojo se debía a la presencia de algas, ahora se sabe que no es así.

Se trata de un flujo de óxido de hierro. La explicación hay que buscarla en las peculiares características del propio glaciar, que flota sobre una capa de salmuera con una concentración de sal cuatro veces mayor que la del mar. La teoría más probable es que hace millones de años el valle MacMurdo, donde se asienta, fue inundado por el Mar de Ross, formando un gran lago salado.

De hecho, el hielo del glaciar es de agua salada y ésa es la calve del asunto: los iones ferrosos que expulsa por presión se oxidan al contacto con el oxígeno, adoptando ese tono que solemos ver en nuestra vida cotidiana, cuando se nos oxida una herramienta de hierro.

Pero con ser espectacular el aspecto de la cascada, lo más fascinante es el ecosistema que se ha formado bajo el hielo: allí viven bacterias autótrofas que metabolizan los iones para respirar y se alimentan de la materia orgánica que hay en ellos. Llevan así un millón y medio de años, sobreviviendo sin luz ni casi oxígeno, lo que demuestra la vigencia de aquella frase ya legendaria de Parque Jurásico, la novela de Michael Crichton: «La vida se abre camino».

Foto: Peter Rejcek en Wikimedia

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3 respuestas a “La Catarata de Sangre de la Antártida”