Imagen: Antoine Taveneaux en Wikimedia Commons


La semana pasada el Osservatore Romano, el periódico que publica la Santa Sede, publicó un artículo firmado por el director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, en el que advertía del mal estado en que se encuentran los frescos de la Capilla Sixtina. La obra cumbre de Miguel Ángel fue sometida a un proceso de lavado este verano con un equipo de técnicos que trabajaba cada noche, tras finalizar las horas de visita, para eliminar la capa de polvo y sedimentos que ha ido acumulando en los cuatro años transcurridos desde la última limpieza. Y resulta que el estado de las pinturas estaba peor de lo esperado.

A pesar de los sistemas de control ambiental instalados en la iglesia desde 1993, el enorme número diario de visitantes provoca que se acumulen en las paredes más y más partículas que hacen insuficiente el protocolo de limpieza establecido: una vez al año con pincel de pelo de cabra. Se calcula que entre 20.000 y 25.000 visitantes pasan diariamente por el recinto, lo que hace 4 millones al año, obligando a aumentar el horario dos horas más.

Así que quizá se deba incrementar el programa de limpieza, buscar filtros de polvo más potentes o reducir el ritmo de entradas. Según los expertos es más difícil eliminar el polvo acumulado que el ennegrecimiento producido por el humo de las velas, aquel problema de siglos que se solucionó en 1994 con una restauración de los frescos descubriendo al mundo que los colores utilizados por Miguel Ángel eran mucho más vivos e intensos de lo que se veía hasta entonces.

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