Son muchos los rincones atractivos que ver en una visita turística a Milán: el espectacular Duomo, el famoso teatro de la Scala, la elegante Galería Víctor Manuel II, la basílica de San Ambrosio, el legendario estadio de San Siro, el circuito automovilístico de Monza… Los fans de Leonardo da Vinci tienen una cita ineludible en el monasterio de Santa María de las Gracias, donde se expone La Última Cena; pero además, dentro de un tiempo, podrán descubrir otra obra del maestro renacentista, tan poco conocida como igualmente impresionante, conservada en el Castillo Sforzesco: la Sala delle Asse, cuyo techo abovedado pintó recreando una arboleda.

Corría el año 1450 cuando Francesco Sforza, un condotiero toscano que se enriqueció en las frecuentes guerras que asolaron el norte de Italia en aquella época, venció a la República Ambrosiana Dorada y recibió del senado milanés el título de duque de la ciudad. Mientras iniciaba una eficaz labor de gobierno, acometió las obras de construcción de la residencia que hoy lleva su nombre, el Castello Sforzesco, un imponente inmueble de planta cuadrada que aprovechaba las ruinas de un castillo anterior, el de la Porta Giova que habían levantado los Visconti un siglo antes pero que resultó parcialmente destruido en 1447, cuando esa familia fue derrocada por los citados republicanos.

El duque encargó la construcción de la torre central al célebre arquitecto Antonio Averlino, más conocido como Filarete, aunque éste falleció antes de terminar y fue sucedido por su hijo, Galeazzo Maria, bajo la dirección de Benedetto Ferrini. Sforza tampoco llegó a ver finalizadas las obras y en 1474 el regente Bona de Saboya añadió otra torre veinte años antes de que otro Sforza, Ludovico el Moro, hijo del anterior, invitara a una pléyade de artistas a instalarse en el castillo con el objetivo de prestigiar su pequeña corte, de acuerdo a la costumbre del mecenazgo renacentista. Así fue cómo llegaron Bramante, Zenale, Butinone, Cesariano y Leonardo.

La sala antes de la restauración | foto Strumet.polimi en Wikimedia Commons

Cada uno se encargó de decorar varias habitaciones; Bramante, por ejemplo, pintó las salas del Tesoro y della Balla, mientras que Leonardo, Zenale y Butinone hicieron otro tanto en diversas habitaciones colaborando los tres. Sin embargo, la obra magna del genio de Vinci en aquel edificio fue en solitario, que se sepa: la reseñada Sala della Asse, una amplia estancia de planta cuadrada y 15 por 15 metros, con techo abovedado y un gran ventanal ojival que le proporciona iluminación natural.

El nombre tiene un origen confuso, pues asse significa “tablones”, pero no se sabe si era como se llamaba el sitio antes, en alusión al revestimiento de madera que tenían las paredes, o se trató de un error de traducción de una carta enviada al duque por su canciller, Gualtiero Bascapè, en la que le informaba de la retirada de dichos tablones. Ese mismo documento, datado el 21 de abril de 1498, nos da la fecha en que quedó terminado el trabajo del artista: el 23 de septiembre de ese año. Cinco meses tardó, por tanto.

Leonardo tuvo la idea de dar a aquella techumbre una apariencia vegetal, como si las copas de varios árboles se unieran en lo alto generando una pérgola. Es decir, creó un enorme trampantojo, recurso típico de la pintura del Renacimiento, pintando troncos, ramas, hojas y frutos, de manera que la sensación para quien estuviera allí debajo fuera la de encontrarse al aire libre, en una arboleda; de moreras, para más señas, que son las que sirven de alimento a los gusanos de seda.

La Sala delle Asse/Imagen: Castello Sforzesco en Wikimedia Commons

Sabiendo como sabemos del genio del autor, la obra debió de ser impresionante recién acabada y con todo su colorido. Sin embargo, suele pasar que los avatares de la Historia se muestran implacabales con las creaciones artísticas y los castillos son especialmente proclives, por su uso característico, a resultar destruidos o dañados. Algo así ocurrió un año más tarde: Luis XII de Francia, blandiendo sus derechos a la posesión del ducado de Milán como nieto de Valentina Visconti, emprendió la invasión con la ayuda de la República de Venecia y el Papado, atacando la ciudad.

Ludovico, incapaz de detener a las tropas reclutadas por César Borgia, huyó a Innsbruck, al amparo del emperador Maximiliano I. Éste le proporcionó fuerzas con las que en 1500 pudo recuperar su feudo; por poco tiempo, pues sus aliados suizos le abandonaron y terminó prisionero en el castillo de Loches; su hijo, el cardenal Ascanio, intentó liberarle pero fracasó y él mismo fue hecho cautivo, aunque salió libre en 1502 mientras su padre seguía encerrado hasta su muerte en 1508.

No es difícil deducir que el Castello Sforzesco sufrió daños durante la guerra y aún habría de sufrir más, ya que el siguiente Sforza, Maximiliano, también resultó vencido en la batalla de Marignano (1515) por los franceses del nuevo rey galo, Francisco I, lanzado a una expansión por la península itálica. Forzado a atrincherarse en su feudo milanés, que pasó a ser asediado por el enemigo, Maximiliano Sforza terminó capitulando; fallecería en 1530, exiliado en París, quedando Milán al mando de un gobernador Borbón.

Detalle de la bóveda de la Sala delle Asse/Imagen: Hoclab en Wikimedia Commons

Para cuando se produjo ese óbito ya había intervenido en Italia Carlos I de España, frenando a Francisco I en Pavía (1525) y restituyendo el Ducado de Milán al segundo vástago de Ludovico, Francesco II; con él se extinguió su estirpe, ya que murió en 1535 sin dejar descendencia legítima, por lo que Milán pasó a manos de un Carlos que además se había convertido en emperador del Sacro Imperio. El ducado permanecería en manos españolas hasta 1706, en que pasó a Carlos VI de Habsburgo, iniciando una etapa de dominio austríaco.

Y, en medio de ese turbulento período, el Castello Sforzesco sufrió daños importantes por acción de la artillería. Las minas colocadas en 1521 por zapadores franceses para demoler sus muros supusieron la destrucción de la torre central, ya que servía de polvorín. Francesco II reconstruyó el castillo y los españoles lo dejaron como ciudadela para la guarnición, pues el gobernador se instaló en el nuevo Palacio Ducal inaugurado en 1535. Luego hubo más obras y reformas, pero en 1861, cuando se produjo la unificación italiana, estaba en clara decadencia y se habló de demolerlo.

En lugar de eso, en la última década decimonónica el arquitecto Luca Beltrami trazó un plan de recuperación que dio al castillo su aspecto actual. Lo que nos interesa aquí es el año clave de 1893. La Sala delle Asse había sido pintada íntegramente de blanco siglos atrás, pero durante los trabajos aparecieron indicios de la pintura leonardina subyacente y Beltrami, recurriendo a financiación privada, contrató al destacado arquitecto, decorador y pintor Ernesto Rusca para restaurar la estancia.

La bóveda tras la restauración de 1956, a la espera de que concluya la iniciada en 2012/Imagen: Castello Sforzesco en Wikimedia Commons

En 1902 se presentaron al público las pinturas al temple sobre yeso de Leonardo, ya restauradas. La reacción popular fue de asombro ante la maestría del artista de Vinci: las copas de los árboles, plasmadas en brillantes colores, se “sostenían” en troncos de madera adosados a las paredes y daban la sensación de un dosel vegetal auténtico. En cambio, los críticos no fueron tan entusiastas y objetaron que Rusca había puesto demasiado de su cosecha, hasta el punto de desvirtuar la obra original.

La polémica no cesó durante décadas, azuzada por el hecho de que el restaurador no hubiera documentado su labor con fotografías. Por eso en 1956 se decidió llevar a cabo una segunda intervención en la que se atenuó el colorido, otorgando a la estancia un aire envejecido que se consideraba más real. Ahora bien, la apertura de la Capilla Sixtina en 1994, tras catorce años de restauración, mostró al mundo los frescos de Miguel Ángel con unos insospechados colores intensos y ello hizo replantear la idea existente sobre la paleta cromática del arte renacentista.

Consecuentemente, en 2012 se volvió a acometer una restauración en la Sala delle Asse para recuperar la mayor fidelidad posible a la pintura original y, de paso, eliminar humedades; todavía sigue en curso. Hasta entonces, el público podía ver tramos de colores más vivos, correspondientes a la primera restauración, y otros más oscuros de la segunda, así como dibujos monocromos (negro sobre blanco) en la parte inferior de las paredes que servirían de boceto previo inacabado. Actualmente la sala está cerrada hasta que acaben los trabajos y se vuelva a mostrar al mundo el arte de Leonardo, pero los más ansiosos disponen de una visita virtual en este enlace.


Fuentes

Martin Kemp, Leonardo da Vinci. Las maravillosas obras de la naturaleza y del hombre | Jill Pederson, Under the shade of the mulberry tree. Reconstructing nature in Leonardo’s Sala delle Asse (en Leonardo da Vinci-Nature and architecture) | Patrizia Costa, La Sala delle Asse de Luca Beltrami | Silvia Paoli, La Sala delle Asse. Fotografia e memoria fra le trame di un archivio | Milano Castello Sforzesco | Wikipedia


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