El carácter ágrafo de las culturas andinas obliga a basar el estudio de su pasado prehispano en los relatos que se conservaban por tradición oral o a través de un cuerpo de funcionarios, los quipumayocs. El valor histórico absoluto es incierto, igual que lo sería intentar estudiar la historia de la Castilla medieval sólo mediante el Poema del Cid, porque el origen del pueblo inca está envuelto en una fantasía mítica, la de los hermanos-esposos Manco Cápac y Mamá Ocllo que, procedentes del lago Titicaca, fundaron la capital y la dinastía reinante; algo que se puede interpretar en términos más amplios sustituyendo a los personajes por un pueblo. Por eso hay que esperar hasta el siglo XV para encontrar al primer protagonista cuya historicidad sí está comprobada: Cusi Yupanqui, más conocido como Pachacútec.

Pachacútec no es sólo el nombre primigenio de la historia incaica sino también el creador del Tahuantisuyu, el imperio de las cuatro regiones cuyo centro era Cuzco y suponía la culminación de la aventura que inició aquella citada pareja (aunque los expertos opinan que esa versión del mito -una de las varias que hay- es precisamente de época de Pachacútec, promocionada para sustentar el dominio cuzqueño) y que continuaron sus descendientes; porque desde el inicio del incanato a principios del siglo XIII hasta su final con la muerte de Atahualpa, se sucedieron unos catorce nombres en la Capaccuna (la lista de gobernantes, también discutible porque la hicieron cronistas ya virreinales y eliminaron algunos nombres por efímeros).

Así, Pachacútec ocupa el puesto noveno. Curiosamente, no llegó al trono por herencia sino por méritos. El designado inicialmente era Urco, hijo de Viracocha, pero huyó ante el peligro y Pachacútec, que tuvo el comportamiento contrario, se ganó el derecho a suceder a su padre.

Las cuatro regiones de Tahuantisuyu/Imagen: EuroHistoryTeacher en Wikimedia Commons

El contexto fue la invasión de Cuzco por tres ejércitos huancas, pueblo éste guerrero y procedente de la región de Ayacucho que acababa de tomar Andahuaylillas y avanzaba imparable (y que dos siglos más tarde tendría un papel decisivo en la extinción del Imperio Inca al aliarse con los españoles). Viracocha, viejo y cansado, optó por refugiarse en la fortaleza de Chita dejando la capital en sus manos. Urco se fue con él y el joven Cusi Yupanqui fue quien asumió la responsabilidad de dirigir la resistencia, situando muñecos de piedra en los muros para aparentar más efectivos de los que en realidad tenía (y originando la leyenda de los misteriosos pururaucas), construyendo un complejo sistema defensivo y pactando alianzas con algunos vecinos como los canas.

Como suele pasar en todas las epopeyas, no falta un duelo personal con Uscovilca, el jefe chanca, al que mata y arrebata el ídolo totémico que, debidamente mostrado a las líneas enemigas, provoca su desmoralización y retirada. El pueblo aclamó a Cusi Yupanqui como Inca (palabra que designaba al mandatario) pero Viracocha se negó a aceptarlo porque su favorito era Urco, quien incluso se levantó en armas contra su hermano. Cuentan que fue derribado por la piedra de una honda en Yucay y varios guerreros le remataron en el suelo; vencido y descuartizado, nadie más discutió ya que Cusi Yupanqui pudiera ceñir la mascapaicha, un tocado de lana, plumas y oro rematado por una borla que equivalía a las coronas europeas.

Viracocha retratado en «El primer y nueva crónica del buen gobierno», de Felipe Guamán Poma de Ayala/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

1438 es la fecha más aceptada para el comienzo de ese reinado en el que el nuevo Inca pasó a llamarse Pachacútec, es decir, «el que transforma el mundo». Reconstruyó Cuzco e inició una expansión militar que primero le llevó a controlar la zona circundante y después el altiplano, incorporando a sus filas a los correspondientes curacazgos. En ese período mandó construir la fortaleza de Pisac y la ciudadela de Machu Picchu, apoderándose de todo Ollantay Tambo y Amaybamba. Con el sometimiento de los chancas, ayarmacas, soras, rucanas y laucanas reforzó su dominio, haciendo que otros señores renunciaran a oponérsele.

Para asentar las conquistas creó los mitimaes, un sistema de control in situ basado en grupos familiares con sus propios jefes étnicos que eran enviados a cada lugar con diferentes cometidos, desde los defensivos (vigilancia de fronteras, expediciones punitivas), hasta los religiosos (difusión de su fe), pasando por los laborales (cultivar la tierra donde la población resultaba insuficiente y/o enseñar a hacerlo si los nativos no sabían), los administrativos (aplicar la legislación), etc. Un ejemplo: años después Huayna Cápac mandó catorce mil mitimaes a Cochabamba para reforzar su fuerza de trabajo.

De esta manera, el poder de Pachacútec llegó por un lado hasta la selva, donde se cosechaba la apreciada hoja de coca, y por otro a la costa, de donde se obtenían pescado, maíz y aji (chiles). Cierto que parte de ese mérito correspondió a su hermano Cápac Yupanqui y, sobre todo, a su hijo Túpac Yupanqui. El primero se hizo con el reino chimú pero sería ejecutado por no obedecer la orden de exterminar a los chancas y dejar escapar a su jefe (otra versión dice que por conspirar) y el segundo fue el conquistador directo que venció a huancas, taramas, cajamarcas, cañaríes, collas, lupacas y guarcos, permitiendo alcanzar la máxima expansión y fijar así las fronteras del citado Tahuantisuyu, además de ser responsable de la organización del sistema de chasquis (mensajeros que se relevaban a la carrera gracias a una espléndida red viaria de miles de kilómetros) y la imposición de tributos a todos los suyos.

Pachacútec y su hijo Túpac Yupanqui en la crónica de Martín de Murúa/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Nada de esto hubiera sido posible sin un eficaz ejército, por supuesto, algo que hasta entonces no había en el mundo andino porque no eran permanentes y dependían siempre del calendario agrícola. Pero la introducción de la mita guerrera, el equivalente militar de las laborales (una prestación de servicios por turnos rotatorios), permitió tener tropas regulares y llevar a cabo campañas duraderas, ya que los soldados podían ausentarse sin miedo a perder la cosecha. Túpac Yupanqui organizó a sus hombres en escuadrones en función de las armas que usaban (macanas, porras, hondas, azagayas), cada uno mandado por un capitán de su misma etnia, pues cada ejército procedía de un sitio diferente y vestía a su modo tradicional. Parece ser que los ayllus (clanes) más antiguos y de sangre azul constituían las tropas de élite y se mantenían al lado del Sapa Inca.

Algunos cuerpos usaban protecciones de cobre y madera, además de pinturas de guerra en el rostro en algunos lugares. Al igual que en otras partes de América, parte de la táctica incluía producir una ruidosa algarabía al comienzo del combate con caracolas, tambores y flautas, con la intención de amedrentar al enemigo. La presencia de estas fuerzas solía bastar para que los caciques aceptaran el dominio y el correspondiente pago de impuestos (a veces incluso se pactaba un matrimonio diplomático); al fin y al cabo luego se les permitía cierto grado de autonomía y podían conservar sus costumbres. Sin embargo ese mismo sistema de alianza recíproca que engrandeció el Tahuantisuyu fue el que lo derribó, puesto que el estrecho lazo -siempre condicionado por la amenaza militar- se rompió en cuanto apareció un aliado más poderoso, el español, y muchos de esos pueblos sometidos se pusieron de su parte.

Territorios conquistados por Pachacútec/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Con los años, al empezar a notar el peso del poder, Pachacútec asoció a su hijo al trono en detrimento de Amaru Inca Yupanqui, que era demasiado pacífico para poder retenerlo. En sus manos dejó las campañas militares, que prosiguieron exitosamente por el norte, mientras él se centraba en la tarea de reformar y embellecer Cuzco, dado que la ciudad había crecido extraordinariamente.

El nuevo plano se trazó a cordel e incluía canalizaciones de los ríos Huatanay y Tullumayo para evitar las frecuentes inundaciones, un sistema de alcantarillado, amplias plazas, graneros, cultivos en terrazas y otras mejoras urbanísticas. También erigió viviendas distribuidas en barrios, diseñó la fortaleza de Sacsayhuamán (aunque sería su hijo quien la levantaría) y construyó el espléndido templo de Coricancha, cuyos muros forrados de oro y el fantástico jardín hecho también del metal precioso dejaron boquiabiertos a los españoles.

Pachacútec falleció en su palacio de Patallacta ya anciano, en torno al año 1471. Le sucedió Túpac Yupanqui, evidentemente, que acababa de regresar de una victoriosa campaña por lo que hoy es Ecuador. El cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, que vivió veinte años en el Perú, glosó las últimas palabras del gran personaje en su obra Historia Índica (también titulada Historia del Reino de los Incas); es un final más bien poético pero acorde a su categoría: «Nací como el lirio en el jardín, y ansi fui criado, y como vino mi edad envejecí y como había de morir así me sequé y morí».


Fuentes

Historia del Tahuantinsuyu (María Rostworowski)/Breve historia de los incas (Patricia Temoche Cortez)/El imperio de Tahuantisuyu (María Concepción Braco Guerreira en Historia 169/Historia de los incas (Pedro Sarmiento de Gamboa)/La élite incaica y la articulación del Tahuatisuyo (Francisco Javier Hernández Astete)


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