Como hemos comentado muchas veces, el patrimonio monumental histórico y arqueológico de Perú es tan amplio e importante que el público general centra su atención en un puñado de sitios selectos, relegando u olvidando a menudo otros que son igualmente fascinantes. Uno de estos últimos es Tambo Colorado, el complejo inca de adobe mejor conservado del país y que debe su curioso nombre al color predominante que tenían sus vivamente policromadas paredes, del que aún quedan restos.
Tambo es una palabra que viene del quechua tampu. Era un tipo de edificación que se construía a lo largo de las calzadas y caminos que componían el Cápac Ñan o Camino del Inca, la red viaria del Tahuantisuyu, imperio andino.
Los tambos se erigían cada veinte o treinta kilómetros, que era la distancia aproximada que se podía recorrer en una jornada, y servían de albergues para los chasquis (mensajeros), funcionarios, soldados y gente de alto rango, quedando las clases bajas probablemente excluidas del derecho a uso. En ese sentido, el tráfico podía ser intenso, ya que por allí transitaban también el ejército y las cuadrillas de trabajadores destinados a hacer obras públicas.
También se utilizaban como almacenes, ya fueran para guardar víveres, armas, lana y otras cosas que pudieran necesitarse en caso de urgencia, algo que no resultaba raro en una tierra azotada a menudo por terremotos, meteorología adversa o guerras. Cada tambo era abastecido por las comunidades más cercanas, siendo además los habitantes de éstas los que debían prestar el correspondiente servicio en ellos mediante los turnos establecidos en la mita, un sistema rotatorio de trabajo comunal.
Tambo Colorado obedecía a toda esta tipología pero, además, ejercía la función de centro administrativo y control militar de la región donde se ubica, que es la actual provincia de Pisco, departamento de Ica (en la mitad norte del centro de Perú), en el kilómetro 38 de la carretera Pisco-Ayacucho conocida como Vía de los Libertadores. En los tiempos prehispanos, ese territorio correspondía al límite entre el Cuntinsuyu y el Chinchansuyu, dos de los cuatro suyos que formaban los dominios incas junto con el Collasuyu (al sur) y el Antisuyu (al este). Al igual que los demás, el Cuntinsuyu y el Chinchansuyu estaban regidos por sendos apus o señores, que formaban parte del Consejo Imperial del Sapa inca.
En su época, el complejo también recibía nombres alusivos al llamativo color de sus muros: Pukallacta (lugar rojo), Pukawasi (casa roja) o Puka Tampu (tambo rojo). Fue construido a finales del siglo XV por el inca Pachacútec, el primer soberano de historicidad comprobada en la Capaccuna (la confusa lista de gobernantes) y responsable, desde su ascenso al poder hacia 1438, de una política expansionista con la que fue sometiendo todos los territorios del entorno de Cuzco hasta formar un imperio, el citado Tahuantisuyu, posteriormente asentado y ampliado por sus sucesores.
Ahora bien, dicho imperio se había forjado por las armas y así se mantenía. Y dado que el Cuntinsuyu correspondía a la parte meridional del reino Chincha, que aceptó sin resistencia la autoridad del Sapa Inca, pero también había cerca otros pueblos menos dispuestos a someterse (los chancas, yauyos y huancas, por ejemplo), Pachacútec consideró que el Valle del Pisco era un lugar estratégicamente interesante para levantar aquel gran tambo y mantenerlos bajo vigilancia. Así que eligió una posición en unos cerros en lo que hoy es el distrito de Humay y allí se empezó la construcción, en una fecha indeterminada del período denominado Horizonte Tardío (entre los años 1440 y 1532 d.C).
Consiste en una serie de seis grupos de edificios que, frente a otros casos y debido a la cercanía de la costa, no son de piedra sino de adobe (barro mezclado con paja) y tapial (tierra arcillosa apisonada en un encofrado de madera). Tenían usos diversos, desde silos a armerías, pasando por estructuras religiosas y viviendas; éstas se diferenciaban según la categoría del huésped que fueran a albergar, ya fueran chasquis, soldados o funcionarios, siendo las dependencias de los últimos permanentes. Se distribuyen en tres grandes sectores, Norte, Centro y Sur, separados por un camino que desciende hacia la costa.
El Sector Norte se caracteriza por un gran edificio principal, cuyo lado más largo alcanza los ciento cincuenta metros y el fondo un centenar. Si bien se lo conoce como La Fortaleza, los expertos lo consideran destinado a servicios públicos.
Se asienta sobre la ladera del cerro, dispone de una única entrada y en su interior tiene un patio en torno al cual se distribuye una treintena de alojamientos. Alrededor hay más edificios y en algunos todavía se pueden ver los postes de madera de huarango (algarrobo) sobre los que descansaban las techumbres de paja.
El Sector Sur está compuesto por dos edificios rectangulares separados por un muro y, como en el caso anterior, con sendos patios como eje distributivo. En cuanto al Sector Centro, es una enorme plaza trapezoidal alrededor de la cual se organiza el conjunto. En medio se alza un ushnu, es decir, una estructura de forma piramidal a base de plataformas superpuestas y una escalinata de acceso, que era el lugar desde donde el Sapa Inca presidía las ceremonias rituales de libación de chicha (la tradición dice que lo hacía sobre un trono recubierto de oro), aunque también se empleaba para sacrificios y observaciones astronómicas.
El tambo presenta algunos elementos arquitectónicos inconfundiblemente incaicos, como las puertas, ventanas y hornacinas de doble jamba, con forma de trapecio, reservadas a los sitios importantes. Y, a pesar de que los arqueólogos han encontrado restos anteriores correspondientes a la citada cultura chincha, lo cierto es que la decoración pictórica del lugar también es característicamente inca. Decíamos antes que fue el color rojo el que determinó su nombre. Han quedado restos de pintura en un relativamente buen estado (como pasa con todo el complejo en general, el mejor conservado de su tipo), gracias al clima seco que hay en esa zona. Por eso sabemos que, pese a la denominación, en realidad las paredes estaban pintadas a grandes franjas horizontales sobre estuco, en tonos diversos: blanco, amarillo, ocre, negro…
La zona arqueológica abarca una superficie total de unos doce mil metros cuadrados y tiene un museo anexo, a la entrada. Puede visitarse todo el año de lunes a domingo, entre las 8:00 y las 16:00. Los curiosos pueden ampliar la experiencia echando un vistazo a la cercana -y fotogénica- laguna de Morón, un pequeño pero encantador oasis en medio del desierto (a una veintena de kilómetros de Pisco), y Monte Sierpe, un geoglifo de mil seiscientos metros de longitud y configurado a base de miles de hoyos de un metro de profundidad.
Fuentes
Historia del Tahuantinsuyu (María Rostworowski)/Breve historia de los incas (Patricia Temoche Cortez)/Tambo Colorado (Lizardo Tavera Vega en Arqueología del Perú)/Grandes civilizaciones. Andina (Roberto Magni y Enrique Guidoni)/Centro Administrativo Inca de Tambo Colorado (Atractivos Turísticos. Ministerio de Comercio Exterior y Turismo)/Wikipedia
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